Hay una gomerita, muy amiga mía, natural de Valle Gran Rey. Un mensaje a su móvil y rápidamente nos recomendó un sitio para reponer fuerzas y saborear los frutos del mar que baña la isla de La Gomera.
Aunque la zona de Vueltas es prolija en restaurantes y bares que compiten por llevarse el gato al agua, o en este caso el cliente al restaurante, que se envuelven en los aromas de sus fogones para atraer a potenciales turistas y lugareños, el lugar elegido fue el Restaurante El Puerto, que ya había llamado nuestra atención antes de la recomendación.
Pasamos por la gran terraza donde se extendía una gigantesca mesa en la que disfrutaba un grupo de amigos de enormes platos de sabor marinero y entramos al local.
La carta no era extensa, pero lo que ofrecía bastaba para estimular nuestro apetito y nuestro cuerpo, cansado por los kilómetros y los paisajes recorridos. Pedimos consejo al camarero, que se refirió a las sugerencias fuera de carta para ofrecernos algo diferente, fresco y sabroso.
Optamos por las tiernas y jugosas lapas, servidas en una hirviente plancha directamente a la mesa, unos chipirones rebozados a los que sobraba un poco de harina pero pasaban el examen y una exquisita bandeja de pescado frito, con las deliciosas cabrillas como únicas protagonistas. La helada cerveza Dorada, líder indiscutible en Canarias, bajaba como agua, y nos ayudaba a refrescar la boca, a prepararla para el siguiente bocado.
El broche dulzón lo puso un goloso quesillo con nata que nos permitió seguir camino descubriendo las maravillas de la Isla Colombina.
Una excursión perfecta
La Naturaleza es esquiva, indomable, caprichosa, no se amolda a la voluntad del Hombre. Sus criaturas se han vuelto huidizas, temerosas del ser humano. No es fácil por ello ser testigos de su vida más salvaje, la que se desarrolla más allá de los acuarios o de las pantallas de televisión que nos muestran documentales sobre la vida marina.
Por ello, la oportunidad de ver animales en su medio natural, debe ser considerada un regalo que nos hace, un presente que tal vez no merecemos por nuestro comportamiento egoísta y deshumanizado.
He viajado por todo el mundo, y en pocas ocasiones mis sueños de ver delfines o ballenas se había hecho realidad. ¡Qué paradójico resultó ver que no tenía que haber hecho tantos kilómetros para encontrar algo que tenía justo aquí mismo, en la preciosa isla de La Gomera!
Excursiones Tina, una empresa que lleva muchos años comprometida no sólo con la tarea de proporcionar una excursión perfecta a todos aquellos que quieren pasar un día en el mar sino también llevándola a cabo con respeto y cuidado del Medio Ambiente consigue que nuestras esperanzas e ilusiones se hagan realidad.
Teniendo muy en cuenta la responsabilidad que supone la concesión de la Bandera Amarilla por el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, cumplen todas las normativas de seguridad para con los pasajeros y de protección y respetos hacia la fauna marina.
La fantástica tripulación, amable y cálida, nos dan la bienvenida al barco, haciendo rápidamente que nos sintamos como en casa. Zarpamos al calor de un sol radiante y en cuanto salimos a mar abierto empezamos a ver a las protagonistas de la excursión, las ballenas piloto, que juguetean alrededor del barco.
Al momento se junta la manada y vemos que muchas de ellas son crías, apenas mayores que un perrito faldero. Al contrario de otros lugares donde el ruido y la persecución de los barcos las ahuyenta y asusta, nuestro barco se limita a acercarse tímidamente, con respeto, por lo que tenemos más oportunidades de disfrutar de la compañía de estos mamíferos tan apasionantes.
Tras el avistamiento, nada mejor que un baño frente a una playa que en su día albergó una fábrica de enlatados de pescado y que hoy es refugio de animales y algún que otro ermitaño que se sabe aislado por la ausencia de carreteras hasta la costa.
Mientras, a bordo, la tripulación prepara un delicioso almuerzo a base de exquisito atún a la plancha, ensalada, papas guisadas, mojo y una refrescante sangría.
Bien almorzados y encantados con la excursión regresamos a puerto. Al bajar del barco lo miramos y sentimos dejarlo atrás, porque durante unas horas habíamos sentido que estábamos en nuestra propia casa, flotando junto a los delfines y las ballenas...
Soledad absoluta
Después de disfrutar de un espectacular día a bordo del barco Tina, en medio del mar y avistando ballenas piloto, aún teníamos más necesidad de agua salada. Desde pequeño, he sentido una especial atracción por los lugares de costa que fueron en su día embarcaderos o muelles, no se si será por la unión de la arquitectura humana con la fuerza salvaje del mar, la transparencia del agua inmaculada, sin tierra ni arenas revueltas. Así que decidimos buscar por los alrededores de Playa de Santiago algo diferente a las preciosas playas de arena negra de la Gomera. Y lo encontramos.
Tras pasar el acantilado donde se levanta el Hotel Tecina, descendimos por una carretera asfaltada la borde del mar. Había varias playas a elegir, cada una con su forma y su encanto. Sin embargo nos decidimos por la primera por una sencilla razón. Al estar pegada al acantilado, el ingenio del hombre había levantado una explanada que llevaba a la punta del mismo, con un almacén, una grúa o pescante ya muy oxidada y un maravilloso muelle donde pasar la tarde.
Aparcamos el coche en el terreno que estaba justo frente a la playa, y donde han tenido la genial idea de levantar una terraza cubierta con asadores, mesas, agua corriente y electricidad, que convierte la playa en una zona recreativa donde pasar el día sin peligro de ensuciar la playa teniendo todas las comodidades.
Caminamos hasta el final del muelle y extendimos las toallas. Lo primero un baño. Un salto desde lo alto del muro que lo protege de las olas. Una zambullida en el Gran Azul. La felicidad absoluta.
Luego, nada mejor que calentar los huecesitos cansados de tantos miles de kilómetros de viaje por el mundo bajo el cálido sol de La Gomera. Relax absoluto, la mejor compañía y toda una una tarde de silencio humano. Solo quiero oír el batir de las olas contra el muelle...
Donde el aire silba sobre la fortaleza
Nos echamos a un lado de la carretera que sube sinuosamente por Igualero para aparcar el coche y disfrutar de una de las vistas más espectaculares de la isla de la Gomera.
Una enorme plaza, precedida por ordenados aparcamientos para coches, alberga la pequeña pero coqueta iglesia de San Francisco, de la que tenemos que conformarnos con disfrutar del exterior porque se encuentra cerrada, a excepción de una pequeña rendija que apenas permite vislumbrar el interior.
Frente a ella, un original y retorcido hombre de hierro llama nuestra atención. Es el Monumento al Silbo Gomero.
El silbo gomero es un enigmático lenguaje silbado practicado por muchos habitantes de La Gomera a lo largo de los siglos para comunicarse salvando las distancias de barrancos y valles. Fue creado por los primeros habitantes de la isla, que tras la conquista de las Islas Canarias, adaptaron al idioma español — mientras la lengua original, el idioma guanche, se iba extinguiendo.
Afortunadamente no ha desaparecido, gracias a grandes emprendedores que no han permitido que caiga en desuso y que lo han incluido casi como asignatura en los colegios e institutos y ha sido declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Casi nada...
Nos acercamos a la barandilla que nos separa del abismo. Frente a nosotros un espectáculo impresionante: entre valles, barrancos y la cercana vista del mar se nos enfrenta la Fortaleza, la Argodey aborigen que se eleva hasta los 1.243 metros y que en su momento fue uno de los lugares más sagrados de la isla.
Lugar de pastoreo, reuniones políticas aborígenes, reducto contra los conquistadores y lugar donde crecen varios endemismos de la flora gomera de incalculable valor, este paredón tiene un magnetismo que lo hace único, un halo de misterio y magia que lo envuelve de tal manera que parece haber detenido el tiempo a su alrededor.
La reina de las tortillas
De una visita anterior a La Gomera, recordaba un restaurante en Tamargada que era muy famoso por las tortillas de ajo. En ese momento las probé y me gustaron mucho, demasiado podría decir. Tanto que en esta ocasión, que tenía más tiempo durante mi viaje, decidí que era hora de repetir y darlas a conocer al mundo.
Así, que al final de la jornada de mi último día gomero, modificamos la ruta para pasar por el caserío de Tamargada, rezando porque aquel restaurante siguiera allí. Afortunadamente, y según nos contó el actual propietario, en los casi 20 años transcurridos desde la primera vez que estuve, el local había pasado de mano en mano en varias ocasiones, pero la receta de la tortilla también. Y además sagrada e inalterable.
Entramos al restaurante, que es poco más que una habitación y una pequeña barra, pero que tiene adosada una terraza desde donde por el día deben tenerse unas buenas vistas de este lado de la isla, con el mar casi al alcance de la mano.
Pedimos por supuesto la sabrosa tortilla, que tenía exactamente el mismo sabor que yo recordaba: tierna, esponjosa y en su punto, cargada de ajo suave y un poco de perejil.
Como complementos, ya que la tortilla es el plato estrella, pedimos un picante y sabroso almogrote gomero, unas croquetas de atún, y de postre un quesillo con nata.
En cuanto al precio debo decir que no es barato, si tenemos en cuenta la sencillez de la cocina, pero en todos mis viajes no había encontrado un lugar donde hicieran una tortilla de ajos tan bien hecha y que mereciera tal nombre. Así que cuando vuelva a La Gomera repetiré. Todo sea por esa delicia gastronómica tan sencilla y simple pero tan suculenta.
Y llegó el momento de marchar, de dejar momentáneamente la isla y volver a casa. Cuando un visitante parte de la Gomera no lo hace con tristeza, porque sabe que va a volver, lo hace con alegría porque ya está pensando en la siguiente visita que va a hacer al último paraiso....