Continuamos con la crónica viajera de nuestra escapada de una semana por las Islas Canarias.
El quinto día de viaje empezó con un buen desayuno en una cafetería de la calle Villalba Hervás llamada Corta2 en la que te ponían una pulga (bocadillo pequeñito) de tortilla de patatas DELICIOSA un café o té y un zumo de naranja a muy buen precio.
Con suficientes fuerzas para afrontar el día, comenzamos nuestro paseo por la ciudad de Santa Cruz, admirando los increíbles árboles que crecen frente a la iglesia de San Francisco robándole toda la atención. Se trata de unos enormes ficus de bengala cuyas raíces aéreas ya tocaban el suelo. Detrás, un poco escondida se encuentra la iglesia y entre los árboles, una estatua de José Murphy (el llamado “padre de Santa Cruz” ya que gracias a sus gestiones se consiguió el estatus de capital para la ciudad.)
Nuestro plan hoy era hacer un poco de tiempo paseando por la ciudad antes de emprender nuestro viaje hasta el puerto de Los Cristianos, desde donde tomaríamos nuestro ferry a la isla de La Gomera. Como el centro de la ciudad lo habíamos pateado bastante por las noches (aunque no hicimos muchas fotos), decidimos aprovechar que teníamos el coche para acercarnos al auditorio Adan Martín en la parte sur del Puerto de Santa Cruz, junto al océano Atlántico.
El auditorio es la sede de la Orquesta Sinfónica de Tenerife y debido a su moderno perfil, es considerado uno de los emblemas más singulares de la ciudad de Santa Cruz.
Junto al auditorio se encuentran el Parque Marítimo Cesar Manrique y el castillo de San Juan Bautista o ‘castillo negro’, una torre costera defensiva que fue la segunda fortaleza más importante en la defensa de Santa Cruz de Tenerife. Muy cerca de allí se alzan las dos Torres de Santa Cruz, que son los rascacielos más altos de las Islas Canarias y las torres gemelas más altas de España.
Después de la experiencia del ferry anterior, que me puse tan malita y lo eché todo fuera, decidimos no comer (por eso habíamos tomado un desayuno potente) y montarnos en el ferry con el estómago vacío para ver si eso ayudaba a evitar el mareo. De todas formas, cuando finalmente llegamos aquella tarde al puerto de Los Cristianos, el mar estaba mucho más calmado e hicimos el viaje sin más complicaciones.
Finalmente llegamos a San Sebastián de La Gomera una pequeña ciudad que nos recibió con un ambiente desenfadado y multicultural, y con una habitación doble de hotel en la Pensión Colón, limpia y coqueta (aunque con unos vecinos de habitación un poco insoportables) por 12,5??? por persona.
San Sebastián de La Gomera tiene ese carácter especial de las ciudades pequeñas que se hacen grandes porque reciben mucho turismo de montaña. La gente de allí se saluda al cruzarse llamándose por su nombre, y todo el mundo conoce a todo el mundo, pero a la vez, se oyen diferentes idiomas y acentos por doquier en la calle, se ven mochileros apostados en cada banco, sobre todo en la plaza de la iglesia de la Asunción, y mucho movimiento.
Los coloridos tonos de las fachadas de las casas nos llevaban en volandas a las construcciones que hemos visto en algunos lugares en Sudamérica, reforzando la sensación de estar en el puente entre los dos continentes. Y es que no en vano, La Gomera lleva el sobrenombre de “la isla colombina“, pues aquí el almirante encontró todo lo necesario para avituallarse y tomar el agua con el que reponer tanto a sus naves como a sus hombres de a bordo antes de partir hacia el Nuevo Mundo.
Continuamos nuestro paseo hacia la Torre del Conde que es la fortaleza militar más antigua conservada en Canarias. Fue construida en torno a 1450 por el primer Señor de La Gomera, Hernán Peraza, y tenía como objeto la defensa ante las posibles revueltas de los indígenas gomeros. Más adelante, cuando Colón visita la isla, se reuniría en este lugar con la viuda de Hernán Peraza y señora de las Islas, Beatriz de Bobadilla.
Llegado este punto, el hambre ya había empezado a apretar, así que nos fuimos en busca de un sitio donde nos pusieran un potaje de berros que es un plato muy consumido en la isla y que todavía no habíamos probado. Como le dijimos a la dueña que no habíamos comido a medio día, la mujer nos llenó los platos hasta los topes. ¡No sabemos ni como nos los consiguió llevar hasta la mesa! También probamos la carne de cabra por recomendación de ella, que también estaba buena, sobre todo por la salsita algo picantita, pero no es un tipo de carne que nos entusiasme. Terminamos el paseo con un paseo hacia el puerto, para bajar la cena y nos volvimos de vuelta a la pensión, pues al día siguiente queríamos levantarnos temprano para realizar nuestra visita al segundo Parque Nacional del viaje: Garajonay.
Lo que no sabíamos es que en la habitación contigua iban a estar de “fiesta” hasta las 4 de la mañana. Entrecomillo fiesta, porque realmente solo había dos personas en la otra habitación, pero sobre todo una de ellas, solo sabía hablar a gritos, y cada 20 o 30 segundos dar un chillido de gallinero que se supone era un risa.
Finalmente decidimos poner música en nuestra habitación, para por lo menos esconder el follón detrás de algo agradable, y así fue como conseguimos dormirnos.
¡Hasta la próxima etapa, Calderer@s!
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