Hace tan solo unos días tuvimos la oportunidad de disfrutar de una escapada única, un completo fin de semana en Narbona, una ciudad que, gracias a los trenes de alta velocidad de Renfe/SNCF en colaboración, está mucho más cerca. Tan sólo dos horas separan la ciudad de Barcelona de la colonia romana, fundada en 118 a.C., una ciudad pequeña y accesible con una historia, cultura y gastronomía que merece la pena conocer.
Situada en la Vía Domitia, el primer camino que permitía enlazar España e Italia, de la que todavía se pueden descubrir algunos restos en la fabulosa Plaza del Ayuntamiento, Narbona fue la capital de la Narbonense, importante provincia romana de la misma época.
Nuestro fin de semana en Narbona empezó en la Estación de Sants de Barcelona, lugar en el que tomamos el tren de alta velocidad que nos debía trasladar hasta nuestro destino. Un novedoso tren de dos plantas, desde el que disfrutamos de un trayecto rápido y confortable, hasta llegar a la estación de la ciudad francesa.
Por delante, teníamos dos largos días para conocer cada rincón de la ciudad, pasear por las callejuelas de la ciudad antigua, visitar la espectacular Catedral de Saint-Just-et-Saint-Pasteur, el Palacio de los Arzobispos, el popular Mercado de les Halles y el Canal de la Robine, que cruza Narbona, clasificado como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO desde 1996, entre muchos otros rincones imprescindibles.
Para alojarnos escogimos un pequeño pero encantador apartamento situado a escasos metros de la Catedral, un completo espacio con dormitorio independiente, salón, baño y un acogedor patio, situado en un antiguo edificio de mediados del siglo XIX, totalmente rehabilitado.
Nuestro fin de semana en Narbona empezó con una deliciosa cena en uno de los restaurantes que se encuentran junto al Canal de la Robine, en el Cours de la République, una amplísima avenida en la que, cada jueves y viernes de los meses de verano se celebra una cata de degustación de los vinos de la región, una actividad divertida, amenizada con música y muy buen ambiente.
Entre música, una buena copa de vino y el paisaje del Canal de la Robine, disfrutamos de las primeras horas de nuestro fin de semana en Narbona.
Este canal cuya longitud es de 32 km, es un antiguo paso del río Aude, una rama lateral del Canal de Midi, construido en 1686. Sobre el Canal de la Robine se encuentra el Pont del Marchands (Puente de los Mercaderes), un curioso ejemplo de puente cubierto, todavía habitado, uno de los pocos que todavía se conservan en todo el país.
El puente está construido entre la antigua ciudad romana de Narbo Martius, el nombre romano que recibía la ciudad de Narbona, sobre el margen derecho, y la antigua villa medieval del margen izquierdo. Sigue el trazado del antiguo Cardus Maximus, una de las calles principales de las antiguas ciudades romanas. En la época romana este puente contaba con seis arcos, pero actualmente solo se conserva uno, de unos 15 metros de largo.
El sábado prometía ser un día extraordinario. Un buen café crème, acompañado del imprescindible croissant se convirtió en la antesala del que sería un día gastronómico inolvidable.
Paseamos por el Mercado de les Halles, un mercado cubierto de estilo Baltard con más de 100 años de historia, inaugurado el 1 de enero de 1901, abierto al público cada día, durante los 365 días del año. Un lugar perfecto para pasear y degustar, en sus restaurantes y bares interiores, de deliciosas propuestas de la región: ostras, quesos, embutidos tradicionales y exquisitos platos de carne cortados y cocinados al momento. Un lugar mítico para tomar un buen desayuno, un aperitivo o un almuerzo, con la autenticidad y calidad que caracteriza a este mercado y sus comerciantes.
En nuestro caso, tan solo decidimos pasear y empaparnos de la esencia de “Les Halles”, ya que nos esperaba una comida pantagruélica en Les Grands Buffets, un restaurante tipo buffet, que tiene muy poco que ver con los buffets tradicionales: la variedad de propuestas gastronómicas, la calidad del producto, el espectacular jardín, los vinos, quesos y fabulosos postres, convierte Les Grands Buffets en un restaurante imprescindible, no solo para los habitantes de Narbona sino para todos los de la región, el sur de Francia o el país y ahora, gracias al tren de alta velocidad que une las principales ciudades españolas con las francesas en tiempo récord, también para los que disfrutamos con una buena comida o cena. ¡La excusa perfecta para organizar una escapada perfecta!
Más de 25 años de historia avalan la trayectoria y fama de Les Grands Buffets; el restaurante ofrece recetas tradicionales más de 45 variedades de quesos, una exquisita selección de frutos del mar, entre los que destacan las ostras de Thau, Bogavante, gambas, langostinos, almejas o caracoles de mar, entre muchas propuestas, la variedad de foie gras y la Rôtisserie, un asador a la vista de los comensales, en el que se cocinan los platos al momento: Cassoulet, Steak Tartar, Tournedó, etc.
Y, para terminar, nada mejor que degustar alguno de los 100 postres elaborados en el propio restaurante, un auténtico lujo para los amantes de lo dulce.
Evidentemente, en una comida o cena de estas características, el vino se convierte en un elemento imprescindible: Les Grands Buffets ofrece una selección de 70 referencias de los mejores vinos de la región, a precio de bodega.
¿Se puede pedir más?
Tras disfrutar de la comida volvimos al centro de Narbona para seguir con nuestra visita de los lugares más emblemáticos.
La Catedral de Saint-Just-et-Saint-Pasteur, de estilo gótico e inspirada de las grandes catedrales del Norte de Francia fue iniciada en 1272. La construcción finalizó en 1355 con la invasión del príncipe Negro y nunca fue terminada, Con 41 metros de altura, se convierte en la tercera catedral más alta de Francia solo por detrás de la de Amiens y Bourges. El proyecto de esta espectacular catedral fue obra de Jean Deschamps, autor también de las de Clarmont-Ferrand y Limoges. Visitarla por dentro y por fuera te transporta a otra época y, aunque inacabada, no existe rincón que no merece ser admirado.
Forma parte del conjunto monumental del Palacio de los Arzobispos de Narbona, junto al Palacio Viejo, las Torres de la Magdalena y San Marcial y el Palacio Nuevo, en el que se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad. Un conjunto patrimonial espectacular e inolvidable.
Con la llegada del domingo, nuestro fin de semana en Narbona tocaba a su fin, aunque todavía tuvimos tiempo de visitar Le Jardin de lArcheveche, un jardín francés recientemente renovado contiguo al Palacio de los Arzobispos, un remanso de paz entre árboles frutales y cedros centenarios que aportan la sombra necesaria en los calurosos días en Narbona.
Un último paseo por el corazón de la ciudad francesa nos condujo a la estación de tren, en el que tomamos de nuevo el tren de alta velocidad que, en tan solo dos horas nos devolvería a nuestro lugar de partida, Barcelona.
En definitiva, un fin de semana en Narbona muy completo, en el que disfrutamos de la mejor gastronomía, cultura, historia y ambiente de una ciudad que, merece ser descubierta.