El pasado domingo nos levantamos con la noticia del trágico fallecimiento del cámara de televisión Santi Trancho. Hoy, Nacho Medina nos emociona con esta bonita carta de despedida publicada en el diario El Mundo :
Febrero de 2010. Sala de embarque con destino a Tailandia. Un obseso de la tele y un chaval de barrio que soñaba con contar el mundo a través de un visor se iban a grabar un presunto programa de televisión protagonizado por un tal Frank Cuesta. «Empieza la aventura», dijo Santi Trancho cuando se abrochó el cinturón en el avión. Todo le ilusionaba, hasta el neceser que regalaban en la compañía aérea. Y yo estaba con el culo más apretado que nunca. La puta responsabilidad de rendir a gran altura. Santi había nacido a los pechos de Iñigo Pérez Tabernero en Mediapro, en ese laboratorio de talentos que era el canal Telecorazón. Grababa, se subía a la grúa de plató, tiraba los cables, montaba luces…. Quería aprender y contar. «Iñigo, me quiero ir a supervivientes». Se cogió un avión con 23 años y se fue a grabar mundo. Volvió. «Iñigo, me quiero ir a Callejeros». Y a los pocos días se fue con Sonia López a grabar Tokio y trajeron algo que jamás habían visto mis ojos.
«Iñigo, quiero a Santi». Y ahí empezó nuestra historia de amor a tres junto a un tío que estaba más loco que nosotros dos juntos. Grabábamos. Yo sólo preguntaba. Santi grababa y, puntualmente, preguntaba. Y lo hacía mejor que yo. Miguel Toral, el último periodista que grabó con Santi el viernes pasado, me lo decía ayer camino del tanatorio. «Es que además es un gran periodista porque pregunta muy bien». Y eso que era un tema sesudo de política social lo que estaban grabando.
En Tailandia cogí una camarita y decidí que Santi también protagonizaría el programa. Le grababa interactuando con Frank y era un espectáculo. Se jugaba el tipo con el cuerpo fuera del coche, se acercaba a una pitón a 20 centímetros, hablaba alto y claro, todo lo que decía era un gramo de oro televisivo y su pasión desmedida hizo que casi muriera atravesado por una rama que se le clavó en el corazón con tal de grabar un simple plano de tele. Era un genio y una fuerza bruta que además entendía a Frank, una gran persona que sólo se entiende con los animales. Santi era el único amigo que tenía Frank en este planeta. Pasaban horas y horas hablando en el coche y se me caía la baba viendo su sintonía. Un día después de grabar un puto zoo con tigres y decenas de secuencias esperpénticas y bizarras, nos preguntamos: ¿qué coño estamos haciendo? «Hay que creer Santi. Tengamos fe en ello». Y yo seguía acojonado. Santi se convirtió al Frankianismo y decidió aprender más en las noches solitarias viendo Breaking Bad. «He visto un planazo subjetivo de una mosca, vamos a intentar hacerlo». Y lo hacía con nuestra bendita cámara go pro. Días después, mientras colocaba la minicámara en un lugar imposible del coche, dijo: «Este va a ser un programa de culto». No sé si fue un programa como tal, pero fue lo más entretenido que dio la televisión en esos años. Y gracias a Santi y a Frank.
Tiempo después, se rompió el amor a tres bandas por mi culpa. Creía que ya no podría darle más a Frank de la Jungla y me había vaciado. Cuando nos volvimos a ver el verano pasado, Frank y él insistían en que volviéramos a juntarnos. Yo no podía porque «tenía otros proyectos». Hace poco les dije: «Cuando seamos viejos nos volvemos a juntar a grabar con garrota». Sin presión. A lo que salga. Porque el mejor guión de los tres era grabar la vida pasar.
Un día en Tailandia, Santi empezó a hablar de motos. Se quería comprar una. Se la compró al volver. Y años después se despidió de ella en Twitter cuando la puso a la venta: «Tantos ratos buenos pasados juntos», decía. Luego se compró otra. Santi se comía el mundo a bocados y escupía los trozos. Vivía cada día como si fuera el último. Hace unos días tuvo un susto en coche en Turquía. Ya eran varias las veces que se había girado a verle la cara a esa cosa tan fea. Ayer en el tanatorio, su madre me dijo: «Sólo tenía un defecto: le gustaban demasiado las motos». Se había muerto el motor de su vida, y el de su novia Ana. Me impactó mucho una foto que Santi puso hace días en la red de su novia y que decía: «Mi mujer». Orgulloso de ella.
Escribo esto mientras veo la sierra madrileña desde una ventana de mi casa. Y gracias a Dios que las lágrimas me nublan la vista, porque juro por Dios que por la puta ironía de la vida veo la carretera en la que ayer Santi perdió la vida debajo de un camión a estas horas. No dejes de grabar en el cielo amigo, que seguro que hay una luz maravillosa. Lo que no vas a tener es ningún McDonalds para comerte una hamburguesa de las que te gustaban, y que siempre buscabas con ahínco en cualquier rincón del planeta. Espéranos, que cuando Frank y yo subamos, con las patatas fritas que tanto te gustaban, volveremos a grabar. Y ya habrá salido la go pro ciento y pico mil. Y en vez de moscas grabaremos ángeles. La vamos a liar.
Santiago Trancho, cámara, nació en Madrid el 24 de marzo de 1983 y murió en la misma ciudad el 7 de marzo de 2015.
*Nacho Medina es periodista.
Fuente: El Mundo
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