Para empezar, los romanos son los primeros que hicieron una red de saneamiento, es decir, de cloacas, para llevarse la basura fuera y lejos de sus ciudades. Incluso tenían una diosa, Cloacina, encargada del alcantarillado. Esto del saneamiento puede parecer una tontería, pero es lo que realmente hace viable una ciudad de un tamaño razonable, si no, las enfermedades acabarían diezmando a la población, como ha pasado en nuestra civilizada Europa hasta el siglo XIX cuando comenzó a construirse seriamente el equivalente a los sistemas sanitarios urbanos romanos.
En Roma se inició la construcción de su alcantarillado dos mil quinientos años antes de la época de la reina de España Isabel II, bajo cuyo mandato se puso en marcha definitivamente la instalación de una red de saneamiento en ciudades como Madrid o Barcelona. En Roma secciones de la Cloaca máxima del alto imperio romano siguen conectadas a la red de saneamiento moderno, funcionando hoy como el día que Marco Vipsanio Agripa las reparó y repasó en tiempos de Augusto. Anda que no ha llovido
Las alcantarillas se llevaban fuera de la urbe la basura y todo lo demás que se producía por ejemplo en las miles de letrinas públicas instaladas por toda la ciudad (En Mérida, cerca del teatro hay unas) donde los usuarios se sentaban uno al lado de otro a hacer lo que tuvieran que hacer en amor y compañía, en una auténtica definición de lo que es un baño público. Los ricos tenían toilette privada, pero la mayoría del casi millón de habitantes de esa Roma, utilizaban los baños públicos para pasar el rato charlando y “haciendo aguas”, como se decía antes.
Y si eso no parece muy higiénico recordad que hasta hace un rato, unos ciento y pico años, no volvimos a tener nada parecido. Por ejemplo, la duquesa de Orleans se quejaba en el año 1694 -¡casi dos mil trescientos años después de la construcción de las cloacas de Roma!- de que en el grandioso y estupendísimo palacio real de la Grande France en Fontainebleau no había ni un retrete, y que tenía que esperar a la noche para poder salir al jardín a hacer sus necesidades lo más discretamente posible. Espantoso.
Esto de las cloacas sucedía bajo tierra, pero tan visibles como el segoviano eran los acueductos de Roma, como el El Aqua Virgo, por ejemplo, que por cierto tenía fama de llevar el agua más fresquita de entre todos los que abastecían la ciudad eterna y que traía desde más allá de 20 km. un caudal superior a los 100.000 metros cúbicos diarios, más o menos lo que consume hoy una ciudad como Oviedo. El Aqua Virgo ocupaba sólo el quinto lugar en cuanto a caudal entre los once acueductos que funcionaban entonces en Roma. El de más importancia, el Anio Novus, transportaba desde una distancia de 68 km casi el doble de metros cúbicos diarios, unos doscientos millones de litros. El Aqua Virgo, erigido también por Agripa en el año 19 a.C., fue reparado y renombrado como Aqua Vergine en 1453 y todavía abastece entre otras, la Fontana di Trevi, la Fontana della Barcaccia en la plaza de España, la fuente del Pantheon y las fuentes de Piazza Navona, creo que incluida la famosísima obra de Bernini (de 1651), la de los Cuatro Ríos, construida aprovechando el obelisco egipcio traído a Roma por el emperador Domiciano para decorar su estadio en el siglo I de nuestra era.
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Estos once acueductos abastecían los miles de fuentes públicas que a su vez daban de beber a la ciudad. En Pompeya, a tenor de las conservadas, se calcula que ningún habitante tenía una fuente a más de 100 metros de su casa y algunos, los que podían, pagaban por tener abastecimiento directamente en su Domus. Aunque parece que con esto de conectarse a la red parece que había mucho listo que se enchufaba fraudulentamente. Julio Frontino, curador en el siglo I de los acueductos romanos comparando el caudal de cada uno al principio de cada trayecto y a su llegada a la ciudad, comprobó que les faltaba agua por todas partes. Tras inspeccionarlos, descubrió que la discrepancia era culpa de multitud de tuberías ilegales conectadas con los acueductos por granjeros y ganaderos listos para distraer las aguas hacia sus Villas, sus campos y su ganado. Suponemos que a los que pillaron, fueron los primeros de la Historia a los que les cortaron el agua por impago.
En Hispania por ejemplo todos los agricultores se beneficiaban de extensas zonas de regadío de las que quedan restos romanos en Valencia, Murcia y Almería. Los llamados Canales Tartesios del Guadalquivir, se seguían utilizando en época romana y fueron reutilizados por los musulmanes. Los dos embalses de Mérida permitían el riego de zonas cercanas además del abastecimiento de la ciudad. El del Cornalvo y el de Proserpina, todavía están funcionando y son Patrimonio de la Humanidad. El cemento romano que permite construir esas maravillas y que todavía funciona, no sabemos, con todo lo modernos que somos, reproducirlo. Hay un proyecto mundial para encontrar su fórmula, el ROMACONS de la UNESCO, comenzado en el 2002. Ya sabemos que los materiales del hormigón romano se endurecen cada vez más cuando el agua se filtra entre ellos. Es decir, el cemento que hacían nuestros abuelos romanos es un material que se autorrepara. Los hormigones modernos no pueden hacer eso y para fabricar algo más o menos parecido, nos resulta carísimo y necesitamos producirlo a más de 1.500 grados centígrados. Los romanos lo fabricaban sin contaminar y a temperatura ambiente
Otro día hablaremos de las termas, auténticos templos del agua. Sus restos más visitados en Roma son las de Caracalla, todavía tienen más de treinta metros de alto, el equivalente a un edificio moderno de nueve plantas, lo cual nos da una ligerísima idea de lo que significaban para la Roma del siglo III de nuestra era, e incluso de lo que serían ahora, de seguir funcionando. Las fuentes de la plaza Farnese en Roma eran algunas de las enormes piscinas (de piscis, peces) realizadas en una sola pieza de mármol disponibles para el público romano en ese lugar que debió ser maravilloso.
En nuestra moderna sociedad donde tenemos toda el agua que queremos a un grifo de distancia, no nos damos cuenta ni le damos el valor que tiene. Nuestros abuelos no disponían de agua en sus casas y poco antes, salvo en las fuentes, no había nada de esto en nuestras ciudades. Desde Roma hasta hace un rato, el agua era un lujo. Y al paso que vamos, volverá a serlo. En fin. Esperemos que por lo menos ahora que es abril, llueva, aunque mejor que tampoco llueva demasiado. Nunca llueve a gusto de todos. No tiene nada que ver pero como dijo la escritora Vivian Greene “La vida no es esperar a que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia”. Salud, amigos romanos.
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Paco Álvarez
Paco Álvarez, publicista desde siempre, es investigador, y flamante Geógrafo e Historiador, además de pequeño empresario, presentador y tertuliano, poeta, comisario de exposiciones y padre de familia, no necesariamente en ese orden. Ha trabajado en quince países de dos continentes como responsable de comunicación en Agencia para algunas de las compañías más importantes (Airbus, Banco Santander, Benetton, Cartier, Chivas Regal, Colgate, Peugeot, Philips, Repsol). En distintos proyectos culturales, ha colaborado, entre otros, con la Agrupación de Infantería de Marina de Madrid, Discovery Channel, La 2 de RTVE, National Geographic Channel, El Toro TV, Radio 4G, Radio Inter y con personalidades como Milos Forman, Kerry Kennedy, Yvonne Blake, etc. Paco Álvarez acaba de publicar Romanos de Aquí: Historias estupendas de los romanos nacidos en Hispania y es autor, entre otros, de Somos romanos y ahora nos presenta Estamos Locos estos romanos, la historia de cómo nos convertimos precisamente, en romanos. Una visión fresca y entretenida sobre nuestra Historia Antigua. Podéis encontrarlo en redes en: Twitter: romanos_somos Instagram: pacoalvarez.romano