Él apoyó su antebrazo en la puerta impidiéndole abrirla, e intentando dominar la pasión que despertaba aquella mujer.
Ella permaneció inmóvil, empapándose de la respiración masculina que se había pegado a su cuello, del ansia mutua que les doblegaba por dentro. No podía pensar, sólo sabía que debía marcharse enseguida, o rendirse?
-Sabe donde vivo. Venga hoy al atardecer, Sargento- concluyó tajante, y sin mirarle, salió?