© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Hay quien dice que en las vastas extensiones que comprenden el centro y suroeste provincial se encierra el alma de Salamanca. Decir charro es decir salmantino. Y decir Campo Charro es mencionar el territorio que más directamente se identifica con el paisaje de la provincia. Sin embargo, es sólo una parte de ella. Aunque una parte con unos rasgos tan propios y personales que, por extensión, ha quedado dibujada como inconfundible seña de identidad.
No en balde es el territorio del toro bravo, de la dehesa, de las cercas de piedra y de pequeñas poblaciones, una comarca de límites imprecisos que se fue forjando con la historia desde los tiempos en los que los pobladores prehistóricos fueron dejando por los campos su cosecha de toros de piedra. Desde los tiempos en los que la Reconquista y la llegada de nuevos colonos fue conformando un territorio de bosques adehesados que, por diversas circunstancias históricas, ha pervivido, en sus límites imprecisos, mejor que en otros lugares de Castilla y León.
Es un territorio amplio y ondulado cuyos dominios se extienden desde la margen izquierda del Tormes, al sur de la capital, hasta la frontera portuguesa y las sierras meridionales. O sea, una enormidad de perfiles alomados, de campos verdes y encinas viejas entre las que sestean o campan por sus respetos algunos de los toros más bravos de España, castas hechas a lo largo de los siglos para convertirse en la esencia de casi todos los festejos populares que tienen lugar en tierras salmantinas y muchos de los que se celebran en el resto de la Península.
Tan del paisaje como las encinas, los alcornoques o los robles, la silueta del toro salmantino jalona cualquier desplazamiento por la comarca. Es el hito que confirma sus límites imprecisos: el Campo Charro llega hasta donde se alcanza a ver su figura.
Toros y dehesas, dehesas y toros, conforman un binomio de necesidades recíprocas. La dehesa es, ante todo, la armónica conjunción de arbolado y pasto, sombra y leña, campo trabajado en el que es posible detener el tiempo tanto como cada animal necesita. En el fondo, el secreto de una calidad que sólo se consigue dando a cada uno lo suyo, sea toro o jabalí, cerdo ibérico, morucha o merina.
La pervivencia de estos territorios adehesados está directamente relacionada con la pobreza de unos suelos imposibles de destinar a otros cultivos en el pasado pero en los que la encina y el pastizal conseguían garantizar unas rentas que, andando el tiempo, fueron también ambicionadas por quienes buscaban alcanzar escalones de nobleza amasando hectáreas.
Quien quiera aventurarse por este territorio puede tomar diferentes derroteros, hacia el oeste o hacia el sur provincial, sin equivocarse en ninguno. Pero quien quiera sumergirse más de golpe en su esencia puedo hacerlo recorriendo la antigua N-620 hacia Ciudad Rodrigo. Pasado el prólogo cerealista que caracteriza la subcomarca conocida como La Pequeña Armuña, se avecinan los encinares bajo los que pacen afamadas ganaderías en Matilla de los Caños o Villar de los Álamos. Un poco más adelante, en Aldehuela de la Bóveda, la dehesa de Rodasviejas ofrece una magnífica oportunidad para acercarse al mundo del toro a través de las actividades que organiza.
La Fuente de San Esteban es un cruce de caminos desde donde explorar también los que se dirigen por las vegas de los ríos Huebra y Yeltes hacia el oeste provincial, o acercarse hasta Aldehuela de Yeltes, rodeada de interminables encinares, y su Laguna Grande, junto a la que se alza la ermita del Cristo de la Laguna, antes de tomar la carretera que enlaza con Tamames, desde donde se perciben ya con claridad los perfiles serranos de la Peña de Francia. En el regreso hacia la capital se enfila el mar de encinas para pasar por la localidad de Vecinos, con ganaderías de reputada solvencia. Poco después surge el desvío hasta el santuario de Nuestra Señora del Cueto. Quien se quede con ganas de encinas y toros bravos, aún puede demorar más el regreso a Salamanca tomando desde Vecinos la carretera que lleva hacia Las Veguillas, en cuyas cercanías se encuentra, también en medio de las dehesas, la ermita del Cristo de Cabrera, cuya talla del siglo XIII es custodiada por Carmelitas Descalzas.
A 8 kilómetros de Salamanca, junto a la N-630, se localiza el municipio de Arapiles, famoso por la decisiva batalla que tuvo lugar el 22 de julio de 1812, en la que hubo más de 10.000 bajas, y que se saldó con la victoria de Wellington, al mando de la tropas españolas, sobre las tropas francesas de ocupación durante la Guerra de la Independencia. (más información sobre el Sitio Histórico de Arapiles).
AULA DE INTERPRETACIÓN DEL SITIO HISTÓRICO DE ARAPILES. Se recomienda iniciar la excursión en el municipio de Arapiles, donde existe un aula de interpretación de la batalla en la que se ofrece información precisa sobre la misma. Allí se exhiben paneles y gráficos explicativos, artefactos encontrados en el escenario de los combates, un audiovisual y réplicas de armas y uniformes. Además, podrá informarse al respecto de los lugares a los que merece la pena desplazarse para disfrutar del entorno tan especial que constituye el Sitio Histórico. Abierta sábados y jueves de 10:30 a 14:00 h. Visitas concertadas para grupos: 615 537 288 y 676 341 148.