La costa más verde del Tormes: un viaje de 100 kilómetros entre dehesas, pueblos y senderos.
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Apenas aprende a correr y se encuentra de sopetón con un muro infranqueable: la presa del embalse de Santa Teresa frena en seco su escapada hacia el Duero cuando el Tormes aún lleva frescos en el recuerdo sus primeros regateos, los brincos que aprendió mientras sorteaba barrancadas y toboganes de granito en la cercana sierra de Gredos. Se forma así, casi a traición, el segundo mayor embalse, después del de Riaño, de toda la cuenca del Duero. O lo que es lo mismo: un auténtico mar interior que puede llegar a acumular 496 millones de metros cúbicos de agua que las truchas, las carpas o los barbos deben de imaginar como un océano para ellos solos interpuesto entre dos mundos.
El caso es que tanta agua y tan remansada a su pesar forma en el paisaje un charco de dimensiones colosales. Y como no hay charco sin orillas resulta que dibuja a su alrededor una línea de costa de 100 kilómetros. Lo mismo que media entre Cullera y Benidorm, sólo que aquí en lugar de playas de arena fina, urbanizaciones de lujo o macrohoteles con vistas al mar lo que predomina es el reino del encinar, kilómetros y kilómetros de solitarias dehesas donde pacen a cuerpo de rey terneras salmantinas y cerditos ibéricos sin estorbarse ni pisarse la toalla. Y, entre medias, un rosario de pequeñas poblaciones que visitadas así, de una en una, conforman el plan perfecto para un domingo de tortilla, coche y chapuzón –esto último, si el tiempo en su momento acompaña-.
Un buen lugar para empezar este rodeo al charco más grande de Salamanca –tiene una superficie de 2.579 hectáreas- es el propio muro del embalse. Si se llega desde la autovía puede dejarse el coche una vez sobrepasado y luego regresar a pie hasta la parte central. Unos balconcillos permiten asomarse al tobogán de 60 metros por el que se precipita el agua en su camino hacia la capital salmantina. La presa fue construida y rematada en 1960 y cuenta con cinco compuertas capaces de aliviar 2.050 metros cúbicos por segundo. Cuando se abren al tiempo, cosa que se produce muy de tanto en tanto, el espectáculo atronador supera con creces el de cualquier parque acuático al uso.
Al igual que otros embalses construidos en las décadas centrales del siglo XX, la finalidad principal del embalse de Santa Teresa fue la de regular el cauce del Tormes, evitando así sorpresivas y devastadoras inundaciones, tanto como abastecer de agua potable a numerosas poblaciones –incluida la capital de la provincia- y, sobre todo, facilitar regadío a cerca de 65.000 hectáreas en el entorno.
Pero lo cierto es que, a estas alturas, el embalse se ha convertido también en un reclamo muy frecuentado para la realización de actividades relacionadas con el agua y no es raro ver amarar hidroaviones en él, correr veleros y piraguas o pescadores esperando impasibles su recompensa en cualquier recodo de esta costa adehesada. De hecho, hay localidades que, como la de Pelayos, tratan de dar la vuelta al infortunio que supuso para ellas la inundación de las tierras de las que vivían, apostando ahora por la creación de centros de actividades acuáticas en la misma orilla del embalse. Pelayos es, además, la primera parada del viaje. Y ya desde la entrada aparecen claras las indicaciones que guían hacia el lugar donde se ubica su club náutico y escuela de regatas “El Arenal”. Si no se lleva intención de echarse al agua, es también un buen lugar para dejar el coche y pasear durante un par de kilómetros el camino que, paralelo a la orilla, corre entre encinas. Eso sí, con cuidado de no llegar hasta el final: una finca con ganado bravo y mastines sueltos.
Por estrecha carretera y entre encinares más o menos despejados el viaje enlaza desde aquí las localidades de Galinduste y Armenteros. Aquí, nada más alcanzar la iglesia sale a manderecha la carretera hacia La Tala, más estrecha aún. Siempre con el horizonte azul del embalse apareciendo en la distancia, el rodeo va completándose por el costado suroriental mientras se pasan diminutas poblaciones como Íñigo Blasco o Navahombela, con el aire de pequeñas alquerías venidas a más a lo largo de los años. Tras La Tala, la carretera desemboca en la SA-104 muy cerca de Cespedosa de Tormes.
EL EMBALSE DE SANTA TERESA, un mar interior rodeado de dehesas y buen jamón.
Y aunque pilla hacia la izquierda merece la pena llegarse a ella para ver algo más de cerca su torre medieval de los Dávila y Guzmán, vestigio de que la Edad Media tuvo por aquí otros aires muy distantes y distintos a los que brinda hoy el divertimento náutico. Cespedosa es conocida en toda la comarca por una artesanía alfarera en la que destacan sus cacharros para el agua –cántaros y botijos, sobre todo- y aún es posible comprarlos en el único taller artesanal que pervive ( Calle Pedrera, 15 ). La torre es una obra del siglo XV. Lo mismo que el templo parroquial, un edificio notable de estilo gótico al que se entra por una adornada portada con dinteles de granito.
La carretera corre desde Cespedosa a cruzar el puente sobre el Tormes para emprender el regreso al punto de partida por la otra orilla. Dejando Guijuelo a un lado –aunque no necesariamente- un desvío permite alcanzar la localidad de Aldeavieja y, a continuación, Salvatierra de Tormes.
Llegar a Salvatierra es como aterrizar en el plató de una película bélica, con la mitad del pueblo en ruinas y la otra mitad en pie. El sunami que arrasó la vida en Salvatierra de Tormes fue la construcción del pantano. La inundación del valle se llevó por delante sus mejores tierras y las expropiaciones hicieron imposible seguir la vida tal cual. Así que Salvatierra se fue vaciando hasta quedar sobre el terreno como la cáscara de un huevo medio roto. Pero el cúmulo de ruinas que hace unos años amenazaba con formar escombrera hoy aparecen consolidadas, como si fueran el escenario sobre el que va a comenzar a contarse una historia que jamás debió suceder.
Desde la plaza, a la que se asoma el arco esquelético de la que se dice que fue una sinagoga, la Casa del Corregidor –que se conoce por el escudo sobre la puerta-, la ruina impúdicas de La Casona y la antigua cárcel, con un dintel historiado y contundentes rejas en las ventanas, parte la calle que baja hacia el pantano y la puerta del Río, única superviviente del cerco amurallado que arrancaba en el castillo, también convertido en asilvestrada ruina. Por encima del castillo quedan los lavaderos y un crucero de granito mediando entre las viejas escuelas y las paredes del castillo. Del otro lado de la sinagoga se conserva todavía la curiosidad de una herrumbrosa fuente hecha de hierro fundido, con abrevadero circular y dos caras con trompetillas por caño. Los amantes del paseo campestre pueden recorrer a pie, sin pérdida posible, el tramo del GR.189 que enlaza Salvatierra y Montejo. Son 8 deliciosos kilómetros que brindan una experiencia cercana e íntima de pura dehesa salmantina.
EN MARCHA. Hasta el muro de la presa del embalse de Santa Teresa puede llegarse desde Salamanca en 35 km por la A-66 hasta alcanzar el desvío a La Maya y Pelayos.
EL PASEO. El GR.189 es el sendero de gran recorrido que pespuntea el curso del río Tormes desde su nacimiento. El tramo entre Salvatierra de Tormes y Montejo, después de unos primeros kilómetros por terrenos despejados, circula por el interior de las apartadas dehesas en las que se cría ganado vacuno junto a las aguas del embalse. El recorrido entre ambas poblaciones es de 8 kilómetros y está señalizado en todos sus desvíos con balizas de color blanco y rojo. Puede realizarse con niños o en bicicleta y apenas tiene desniveles. El inicio del tramo se localiza en la carretera, a la salida de Salvatierra hacia Montejo.
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Source: Siempre de paso