Francia ha sido y es la cuna de algunos de los pintores más famosos y talentosos de la historia, pero quizá se podría hablar de un periodo especialmente brillante en cuanto a pintura se refiere. Hablamos del Impresionismo, un movimiento pictórico que nació en el país galo a finales del siglo XIX y que vio nacer a algunos de los grandes nombres de toda la historia del arte.
Este movimiento surgió ante una necesidad de expresar de una manera más espontánea y se caracteriza por sus pinceladas gruesas y la necesidad de captar la luz, sin importar demasiado la figura que se está dibujando. Por mencionar algunos maestros de este periodo, bajo el título de impresionistas encontramos a artistas como Édouard Menet, Vincent Van Gogh, Claude Monet, Alfred Sisley, Georges Pierre Suerat y Pierre-Auguste Renoir, de quien hoy vamos a profundizar.
Nacido en Limoges en 1841, se trasladó a los cuatro años a la capital francesa donde pudo contagiarse del ambiente bohemio de esta ciudad. Desde la temprana edad de 13 años empezó a dar a conocer sus dotes como artista trabajando en el taller de los hermanos Lévy.
Aunque su técnica ya se iba definiendo por la búsqueda de la luminosidad, no fue hasta el año 1870 cuando finalmente Renoir empezó a ser denominado un pintor impresionista. Sus cuadros se caracterizan por la búsqueda de lo cotidiano, de la alegría de vivir y la vida del día a día. De hecho, sus lienzos más famosos muestras imágenes de las calles de París, en situaciones normales de la vida de sus habitantes.
A pesar de ser considerado un bastión del Impresionismo, Renoir pasó por varias etapas con otros estilos pictóricos. Por ejemplo, en el año 1890 se marcha a Italia siguiendo los patrones del estilo de Ingres, pintor que le hizo cambiar su estilo y optar por un trazo mucho más preciso en sus obras.
En 1900 vuelve a modificar su manera de pintar, mostrándonos una mezcla de los dos estilos que le habían definido anteriormente y, por último, entre 1900 y 1919 la pintura de Renoir vuelve a cambiar hacia un estilo denominado de Cagnes, una época determinada por su enfermedad reumática y la muerte de su mujer. Finalmente, se despide del arte a la edad de 78 años, dejando un grandísimo legado de por vida.
Por mencionar algunas, sus obras más famosas son 'El almuerzo de los remeros', 'Baile en el Moulin de la Galette', ' Las grandes bañistas', 'El Palco' o 'El Columpio.