El alumno se disgustó, porque sabía que era una petición sin lógica. Sin embargo, no podía contradecir a su maestro y, tomado el tamiz, comenzó a cumplir esta absurda tarea. Cada vez que sumergía el tamiz en el río para levantar agua para llevar a su maestro, no podía dar ni un paso hacia él pues en el tamiz ya no quedaba ni una gota.
Intentó e intentó decenas de veces pero, aunque trataba de correr más rápido desde la orilla hasta el maestro, el agua seguía pasando por todos los agujeros del tamiz y se perdía en el camino.
Extenuado, se sentó junto al maestro y dijo: "No puedo agarrar el agua con ese tamiz. Perdóname maestro, es imposible y fallé en mi tarea".
–No –respondió el viejo sonriendo– tú no fallaste. Mira el tamiz, ahora está como nuevo. El agua, filtrando de sus agujeros, lo limpió.
–Cuando lees libros –siguió el viejo maestro– tú eres como el tamiz y ellos son como el agua del río.
–No importa si no puedes contener en tu memoria todo el agua que ellos deslizan por ti, porque los libros, sin embargo, con sus ideas, emociones, sentimientos, conocimiento, la verdad que te encontrarás en las páginas, limpiarán tu mente y espíritu, y te harán una persona mejor y renovada. Este es el propósito de la lectura.
Anna Rita Montinaro.