And to all the "Rockys" in the world: I love you.
Sylvester Stallone, agradeciendo el Oscar a mejor película por Rocky.
Nos encontramos frente a tiempos peligrosos, demasiado nuevos para algunos y lentos en el cambio para otros. En este cruce de generaciones, en el que los mayores se han quedado atrás y los nuevos son muy nuevos, la industria cinematográfica intenta actualizarse. En el mejor de los casos buscando productos frescos, pero en su mayor medida, creando copias con olor a pino de otras que funcionaron en su día, confundiendo tradición con borrón y cuenta nueva, malinterpretando la herencia por libertad absoluta para irrumpir.
Creed, en cambio, sí entiende su legado, gestionando con dulzura la transición y triunfando por saber hacer llegar al público aquella máxima de la que habla tanto Rocky como cualquier buena historia: todo el mundo puede ser un héroe. Para ser más exactos, no que todo el mundo sea potencialmente un gran héroe, sino que este puede estar en cualquier parte. Pues con los boxeadores, ocurre igual.
Y resulta que el próximo Rocky reside en un chaval adecuadamente actual y negro por casuística (es hijo de otro negro) pero no por semi-escondido márketing a lo John Boyega y su Finn de El despertar de la fuerza. Michael B Jordan, carismático, es un actor al que algunos pudimos ver ya en The Wire o más recientemente en Chronicle. Además, tras la repulsa de Fantastic Four (que defendí aquí) por fin ve que una audiencia ya establecida le acepta. Baila con la comedia gracias a su enorme sonrisa y capacidad expresiva pero también con el drama empleando su potente registro e imponente físico.
La cinta se apunta otro tanto gracias a la dirección de Ryan Coogler. El que pronto dirigirá Black Panther demuestra un poderosísimo control cinematográfico, que le permite dejarlo todo en manos de los actores en ciertas ocasiones, algo sabio cuando cuentas con un inmenso Stallone en el reparto, para luego retomar el control y jugar con los ángulos, el montaje y los giros de cámara. La pasión que transmite consigue por el boxeo en pantalla lo mismo que Damien Chazelle consiguió por el jazz en Whiplash o que Scorsese obtuvo con el billar en El color del dinero. Verosimilitud.
De alguna forma aquí yace el mayor poder de la saga de Rocky. En haber logrado identificar el pa ra paaa - pa ra paaa de Bill Conti, la voz de Stallone o el chándal gris con el esfuerzo físico, con la victoria, con alcanzar la cima. Haberse conformado como referente cultural del deporte para tantísimas generaciones. Puede que correr en chándal no parezca tan importante como otros menesteres, pero sin duda es universal. Y simplemente por entender esto, y como dicen al acabar Creed, la película tal vez no haya ganado la pelea, pero seguro que se ha llevado la noche.
En una frase: escena a escena, golpe a golpe, te enamorarás de Creed.