Un fado en cinco notas
Rincones imprescindibles de una visita a Lisboa
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Dicen que el fado es la música de la melancolía por excelencia. También, que la propia palabra deriva del latín fatum, que significa destino. En cualquier caso, es la banda sonora que acompaña, se quiera o no, una escapada a Lisboa, una ciudad tan cargada de melancolías que hasta sus fachadas evidencian el rastro de tanto llanto. Así lucen las escurriduras que apartan el polvo de los revocos mientras se abren paso desde los balcones hacia la acera. Como el desastre de un lloro incontenido en la cara de una actriz cargada de maquillajes.
Y ese es solo uno de sus encantos. Porque esta ciudad se revela como una especie de caja china. Como un contenedor de sorpresas que no se acaban nunca. Siempre, al llegar al final, hay otra oportunidad más para dejarse enganchar. Igual que el amor de los marineros tristes que se cantan en los fados.
Torre de Belém. Lisboa. Portugal, 2005 © Javier Prieto Gallego
Y es que hay tantas Lisboas que para quien llega por primera vez lo más difícil es decidir por dónde empezar, entonar la primera de las estrofas de una canción que se escribirá con los pies y un par de días –al menos- por delante. Porque está la Lisboa canalla, la de los garitos del Bairro Alto, la de la música triste, la de los cafés literarios, la de los comercios de antaño, la de los artistas insomnes. Pero también está la de los descubridores, la de Belém, los Jerónimos y pasteles de receta secreta. O la Lisboa clasicista, que es la que se abre entre las plazas del Comercio y la de Rossio, el barrio de la Baixa Pombalina, cuadriculada como las hojas de un cuaderno en el que se puede escribir cualquier historia. O la Lisboa medieval, con su castillo de San Jorge en lo más alto, su catedral de trazas románicas y un barrio, Alfama, que lleva en su nombre el rastro laberíntico de las aljamas morunas. Y está la Lisboa de los miradores; la de las calles empinadas; la del tranvía 28 y la de la Expo del 98; la de las Docas, antiguos muelles del Tajo; la de los jardines; los museos…
01 LA BAIXA POMBALINA. En noviembre de 1755 un devastador terremoto agitó la corteza terrestre de tal manera que no tardó en provocar una ola gigante tan grande que cuando acabó todo media Lisboa – la parte baja de la ciudad- había sido engullida por las aguas. La otra media fue devorada por los incendios. A partir de ese momento dio comienzo una reconstrucción que acabó tomándose como uno de los mejores ejemplos de planificación urbanística de Europa. El resultado fue el surgimiento de una ciudad nueva, adobada con un estilo neoclásico que remarca el carácter pomposo de los edificios oficiales y un aire ordenado que contrasta con el espíritu laberíntico de los barrios más populares de Lisboa. Es la ciudad cuadriculada que se abre entre las plazas de Rossio –o de Dom Pedro IV- y la del Comercio, con apéndices como la plaza de los Restauradores 0 la praça do Municipio. Espacios todos ellos a los que dan vida dos calles principales, la rua Augusta y la rua do Ouro, que ejercen como avenidas por la que desfilan cuantos turistas desembarcan en esta ciudad de fachadas desteñidas.
Estatua del rey José I inaugurada en 1775, en la plaza del Comercio. Lisboa. Portugal. © Javier Prieto Gallego
Este centro neurálgico de la ciudad más turística está repleto de atractivos que conviene no dejar pasar por alto. La visita necesaria a las mencionadas plazas obliga a perderse por la cuadrícula de calles, dejándose llevar al tiempo por la sorpresa de descubrir insospechados comercios anclados en un túnel del tiempo que parece tan irreal como irresistiblemente bello: sombrererías, ultramarinos, papelerías, tiendas de café, librerías de siempre… O cafeterías con una solera que abarca tres siglos, como el Nicola, en una esquina de Rossio, inaugurado a finales del siglo XVIII. Otros atractivos ineludibles de esta zona de la ciudad son la estación de trenes de Rossio, el Teatro Nacional Doña María II, la iglesia de São Domingos o el elevador Gloria, que lleva 126 años en activo salvando el tremendo desnivel que existe entre la plaza de los Restauradores y el Bairro Alto.
02 EL ELEVADOR DE SANTA JUSTA. Otra forma de salvar el desnivel entre la Baixa y el Bairro Alto es utilizando este espectacular ascensor sostenido por una estructura de hierro colado, construido a principios del siglo XX por un alumno de Eiffel. Sus 32 metros de altura se rematan con las hermosas panorámicas que desde su terraza se ofrecen de la ciudad, especialmente bellas al atardecer cuando el sol enciende en brasas los tejados de Alfama, el castillo de San Jorge, la catedral y las riberas del Tajo.
Escaleras de acceso al elevador de Santa Justa. Lisboa. Portugal, 2005 © Javier Prieto Gallego;
03 ALFAMA. Este barrio es el núcleo más antiguo de la ciudad de Lisboa. Y aunque en un pasado muy remoto también lo fue de los habitantes más pudientes, acabó convertido en el de las clases populares y marineros. Su trazado laberíntico es herencia de los árabes que apiñaron la población al abrigo del castillo en la colina más alta y más fácil de defender. El paseo por sus calles deja observar de cerca la vida más cotidiana e íntima de los lisboetas, que se desenvuelve entre pequeños comercios, añejas tabernas, callejones empinados y ropas tendidas al sol. El barrio es paso obligado para los turistas que acceden hasta el castillo viajando en el tranvía 28, una experiencia que acerca también a esa Lisboa de añoranzas y melancolías a la par que a alguno de los privilegiados miradores que se abren entre los tejados del barrio, como el de Santa Luzia. Además del castillo son obligadas las visitas a la catedral, a la iglesia de São Vicente de Fora, Santa Engracia o la Feria da Ladra, el rastro lisboeta donde es posible encontrarse con los objetos más increíbles.
04 BAIRRO ALTO Y EL CHIADO. A medida que Alfama se volvía una zona más popular y decadente muchos de sus antiguos pobladores se trasladaban al otro lado de la Baixa convirtiendo las laderas del Bairro Alto en un barrio de clases acomodadas. Eso fue hasta que, de nuevo, esta zona de Lisboa comenzó su propia degradación de la mano de la prostitución y lugares de juego. Pero esto también forma parte del pasado. Mientras, el Bairro Alto ha recobrado unas formas de vida tradicionales en las que abundan los pequeños comercios y tascas más auténticas. Como un apéndice, entre la rua do Alecrim y la Baixa, el Chiado es, por su parte, un área donde acabaron por asentarse los almacenes y comercios más exclusivos de la ciudad. También fue el rincón preferido por la intelectualidad y artistas de la primera mitad del siglo XX que frecuentaban sus cafés. Como el imprescindible A Brasileira, uno de los favoritos de Pessoa, inmortalizado ante una mesa de su terraza.
05 BELÉM. Uno de los rincones imprescindibles de cualquier visita a Lisboa está a 8 kilómetros del centro. Belém es hoy un barrio elegante de la ciudad donde se encuentra la residencia oficial del primer ministro, pero en el pasado era el punto de la desembocadura del Tajo hacia el que se dirigían para partir los navegantes portugueses que participaban en la empresa del descubrimiento. Vasco de Gama arrancó aquí en 1497 la expedición que completó la ruta marítima hasta la India. Un puñado de museos, bellos jardines y monumentos tan sobresalientes como el Padrão dos Descobrimentos, la torre de Belém o el monasterio de los Jerónimos, estos dos últimos declarados Patrimonio de la Humanidad, justifican sobradamente el desplazamiento hasta este lugar de la ribera del Tajo.
La Pastelería “Pastéis de Belém” elabora desde 1837 la especialidad del mismo nombre, con una receta que se mantiene en secreto desde entonces. Belém. Lisboa. Portugal © Javier Prieto Gallego
INFORMACIÓN. Turismo de Lisboa: www.visitlisboa.com.
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