Hola a todos. ¿Cómo va la semana? Ya tenemos la Navidad a la vuelta de la esquina, todo huele a humo, frío y familia y el ambiente en las calles ya nos habla de momentos felices.
Hoy me atrevo a venir con algo escrito por mí, pero en vez de mostrar un relato de misterio como el de la semana pasada es una carta de amor.
Participé con ella en un certamen hace 4 años y tuve suerte porque la eligieron ganadora.
En estos casos suelen pedir relatos inéditos y no se pueden publicar durante cierto tiempo, pero yo creo que ha pasado tiempo suficiente para evitarme problemas de derechos, vamos, es que ni creo que nadie del certamen o del jurado la recuerde.
La temática era carta de amor, debía desarrollarse en la zona del concurso y premiaban, entre otras cosas, la originalidad así que evité la típica carta entre novios o entre hombre y mujer y busqué algo un poco distinto. Espero que os guste, y me encantará leer vuestra opinión, podéis ser todo lo sinceros que querías que me gustan las críticas. Y allá voy. Ahhh, aclaro, que la historia es ficción, no he vivido todo lo que relato, cosas parecidas sí, peor la historia es ficción y más en aquel momento.
EL LADO SOLEADO DE LA CALLE
(...) Madrid; 14 de Febrero de 2013.
Empiezo esta carta sin saber muy bien que decir, y lo hago con el corazón cargado de sentimientos y emociones, porque hoy, precisamente hoy, hace cuatro años que me dejaste, justo un día como este, una mañana fría y soleada con el aire cargado de aromas amalgamados, una mezcla de invierno y primavera, y sí, hoy, precisamente hoy, hace exactamente mil cuatrocientos sesenta días que te fuiste, los he contado, así como he contado las horas y los minutos que llevamos separados.
Y a cada instante que ha ido pasando desde entonces más grande he sentido el vacío que me dejaste y tiende a envolverme.
En estos momentos estoy sentado en mi viejo escritorio, ese que está junto a la ventana y qué era donde pegaba los cromos de fútbol cuando era niño, ese que luego tuvo una bola del mundo y un flexo que me acompañaron en mi adolescencia y que ahora está ocupado por un frío ordenador. Pero tras pasar toda la noche en vela, en algún momento en que ya empezaba a confundir el presente con el pasado decidí quitar el ordenador y escribirte una carta, una carta de verdad, de las que a ti tanto te gustaban.
Y aquí estoy, viendo amanecer. Casi sin darme cuenta el cielo oscuro salpicado de estrellas empezó a pincelarse de retazos anaranjados, y el barrio empezó a despertar.
Primero fueron algunos pasos sigilosos de los que tienen que enfrentarse al nuevo día y abandonan el lecho con cuidado para no despertar a los que aún han de gozar de unas horas más de sueño. Luego fue el tintineo que hacen al chocar las tazas de loza de los madrugadores que apuran un trago de café negro y humeante y luego el ladrido de algún perro. Y de pronto la noche se quedó en el recuerdo, el barrio se llenó de vida y las líneas de luz de mis persianas empezaron a juguetear por el suelo y la pared.
Y entonces, ante esa explosión de instantes y momentos, ante ese renacer del que me sentí excluido empecé a sentirme aún más solo. ¡Cómo te echo de menos!
Siempre pensé que el paso del tiempo mitiga el dolor pero ahora, al vivir ese dolor en mi alma, al notar ese agujero en mi pecho que me presiona y me doblega, me he dado cuenta de que el paso del tiempo en realidad lo hace más grande, esa ausencia parece cobrar vida propia y solo puedo querer que vuelvas, necesito que recuerdes que estoy aquí, que espero que vengas a abrazarme y a hablar conmigo como solo tú sabías hacer.
¿Te acuerdas de nuestros paseos por el barrio? Tú eras tan friolera que siempre caminábamos por el lado soleado de la calle, bajo esas casitas de ladrillo de arcilla, casitas de tres o cuatro alturas. Recuerdo que siempre íbamos de la mano, y cuando me preguntabas hacia donde quería ir yo siempre te decía; —A la calle del poeta—.
No sé que tenía esa calle que tanto me gustaba. Y eso sí, siempre buscábamos el lado soleado de la calle, justo al contrario de lo que hacía todo el mundo, que buscaban un resquicio de sombra, un fresco que alejase el fuerte calor estival. Tú jamás tuviste calor, nunca te vi sofocada, y yo creo que eso es porque todo el calor que te faltaba había anidado en tu alma y en tu corazón.
Ahora que el sol ya está en todo lo alto y la vida resplandece ante mis ojos me doy cuenta de lo mucho que te echo en falta.
Desde que te fuiste no volví a las fiestas del barrio. No puedo hacerlo, sé que si lo hago vería tu dulce cara en cada esquina, oiría tu risa, esa risa alegre que siempre acudía a tus labios al verme olfatear el aire durante el concurso de paellas, pensando siempre en comer. Jamás he vuelto a las fiestas, esos días de inicio estival siempre me devuelven tu recuerdo, me gritan que el verano empieza y tú no estás para sentir su calor.
A veces, cuando la nostalgia es demasiado intensa y siento que estar en casa me trae demasiados recuerdos voy al parque o a la plaza y recuerdo las historias que me contabas a la caída de la tarde, las aventuras de tu abuelo, ese indiano asturiano que un día tuvo que cruzar el Atlántico con solo unas alpargatas y un hatillo de ilusiones.
Y hoy, cuando el ocaso venga a pintar mis recuerdos, mientras las lágrimas buscan un sentido a tu ausencia iré a uno de esos lugares que eran solo para nosotros, nuestro sitio secreto. Y cuando esté allí romperé esta carta en mil pedazos y los lanzaré al aire, y mientras vuelan cual mariposas salpicando este cielo de invierno que parece recién lavado los veré caer, y sé que caerán allí donde reposan tus cenizas, donde las lancé al viento un ocaso de hace cuatro años, sin más compañía que tu recuerdo.
Y mientras todo esto ocurre pensaré en lo mucho que te quiero, y seguramente lloraré al recordar en todo lo que sufriste al saber que te ibas. Tú te negabas a decirme nada, te negabas a pronunciar esa fatídica palabra que empieza por c y que muchas veces significa decir adiós. Pero cuando tus horas ya eran pocas no pudimos evitarlo, nada importaron las súplicas y los juramentos; tuviste que decirme ese temido adiós.
Y hoy, en este rincón que nadie más conoce pensaré en nuestros últimos momentos, y lloraré por todos esos sueños que quedaron por cumplir, y me enfadaré con el destino por arrebatarme a la persona que me ha querido de la forma más fiel, más intensa y verdadera, sin pedir nada a cambio. De esa forma en que solo puede querer una madre a su hijo. Y cuando todos los trocitos de papel estén en el suelo volveré a casa para intentar seguir con mi vida, esta vida de vacío y de ausencias, de dolor y rabia pero dulcificada por el color de tu recuerdo, y seguiré adelante feliz y sonriente, disfrutando de la vida y dejándome acariciar por los sueños y los recuerdos, sabiendo que en algún momento volveremos a encontrarnos. Pero hasta entonces no debes preocuparte, pensaré en ti y caminaré siempre por el lado soleado de la calle.
Te quiere y te espera tu hijo; Juan.
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Bueno, pues hasta aquí mi carta, espero que no se os haya hecho pesada. Sé que es triste, me gustan mucho las cartas alegres, de hecho la mayoría lo son, pero también me gustan las cosas tristes y melancólicas, aunque solo a pinceladitas, que la vida tiene que ser alegre.
Mil gracias por leerme y nos vemos mañana con algún truqui.
Ciaooooooooooooooooo.