El wifi funcionaba genial a primera hora de la mañana así que le escribí a mi madre y le envié una foto desde nuestra ventana donde se veía la calle. Para ser Febrero estaba el sol fuera y las calles aun seguían cubiertas de nieve, lo que prometía que el día iba a ser bastante bonito.
Una vez estábamos listos bajamos a desayunar a la entrada del hostel donde había una máquina expendedora y una zona común con una especie de sillones que siempre estaban llenos de gente. El chocolate caliente de 1€ fue un descubrimiento que repetí los siguientes días, pero estaba taaan caliente que una vez vinieron dos hobbits a ver si podían tirar ahí el anillo. De verdad que seguro que se hubieran deshecho de él.
Daniela y Miriam tardaban mucho en arreglarse mientras nosotros esperábamos bajo. Nos dio tiempo a ir a un supermercado que había a la vuelta de la esquina, comprar algo sólido y volver. Cuando volvimos ya estaban listas y por fin pude probar mi chocolate que ya no tenía la temperatura del magma de un volcán. Salimos a la calle y comenzamos a caminar, teniendo una impresión real de cómo era Berlín. Calles que a pesar del azul del cielo solo se veía gris, construcciones muy bastas de color del hormigón y un montón de cañerías azules que recorren todas las calles. Además esas calles eran poco transitadas por peatones ya que esa zona era de edificios oficiales, consulados y embajadas pero no había nada más. Entre eso y que eran las 8 de la mañana, el día brillaba pero íbamos solos por la calle.
Llegamos a Unter den Linden, una de las avenidas más importantes de Berlín a largo de su historia, desde siempre ha sido uno de los puntos de encuentro y centro de la vida cultural berlinesa, aunque ahora ha perdido un poco ese papel. Gran parte de esa avenida parecía estar en obras y lleno de grúas aunque es algo a lo que hay que acostumbrarse en Berlín.
Lo primero que queríamos visitar y que además teníamos a tan solo 10 minutos a pie del hostel fue la Puerta de Brandenburgo, el icono principal de la capital alemana y antigua puerta de la ciudad. Aunque se encuentra reformada ya que en la II Guerra Mundial quedó muy deteriorada, su enorme tamaño sigue causando impresión cuando se ve por primera vez. Mide nada menos que 26 metros de altura!!
Cruzamos sus arcos por donde antes lo hacían los miembros de la realeza, las tropas de Napoleón o los ejércitos Nazis y de ahí ya nos fuimos a Tiergarten, el pulmón verde de la ciudad. Queríamos llegar hasta la Columna de la Victoria así que empezamos a caminar cruzando el parque por una gran avenida que llegó a ser bastante aburrida. Estaba más lejos de lo que imaginamos y todo el camino era igual. Para colmo había un nubarrón oscuro al acecho que veíamos al fondo de los árboles y venía hacia nosotros. El tiempo cambió totalmente, el cielo se puso gris y las temperaturas bajaron de forma repentina, pero al menos no nos llovió. Llegamos a la columna que conmemora la victoria de las diferentes guerras en las que participó el país germano, pero sinceramente esa caminata que nos hizo perder tanto tiempo no mereció la pena, quizás porque en inverno el parque no luce tan bonito: los árboles están sin hojas, todo el suelo estaba cubierto de nieve, las fuentes desconectadas y congeladas y para colmo el cielo se puso muy gris... en primavera o verano hubiera sido distinto.
Tomamos otro camino de vuelta por variar un poco y nos fuimos en dirección al Parlamento de Berlín, más conocido como el Reichtag. Aunque para visitar su cúpula había que pedir turno y hora así que tendríamos que volver en la hora de la siesta para poder visitarla. La nube tormentosa que veíamos al acecho ya estaba sobre nosotros y vino para quedarse, a cubrirnos el sol y mantener las temperaturas bien bajas el resto de los días aunque eso no fue motivo para perdernos ninguna visita.
Desde el Parlamento fuimos hasta la avenida Friedrichstrabe a buscar un lugar para comer. Era una calle muy concurrida, llena de locales de comida rápida, tiendas de ropa etc que se mezclaba con el ambiente underground y joven que envuelve Berlín. Gente cruzando las calles, semáforos y coches, tranvías y trenes pasando por el mismo sitio a la vez. Primero entramos en una panadería donde probamos los típicos bretzels, esos bollos con forma de lazo típicos de la Baviera alemana, y después, cómo no, acabamos en un Mc Donals haciendo tiempo hasta que llegase nuestra hora para visitar el Reichtag.
A la hora prevista nos presentamos allí y nos unimos al grupo de nuestro turno de las 16:30. Solo es posible visitar la moderna cúpula de cristal diseñada por Norman Foster, pero es más que suficiente y además se hace de forma gratuita. Se sube por una rampa en forma de espiral que recorre la cúpula y desde la parte superior se puede mirar hacia bajo para ver la Sala de Plenos del Parlamento y unas bonitas vistas a Tiergarten y la Puerta de Brandenburgo. Como me pasó en Londres y Budapest, anochece tan pronto que a las 17:00 h. ya no había luz. Tras la visita al Parlamento ya no se nos ocurrió qué hacer así que volvimos al hostel haciendo una parada en la Puerta de Brandenburgo iluminada, en una tienda de souvenirs y otra en el supermercado que teníamos cerca donde fuimos a comprar parte del desayuno.
La experiencia supermercado también fue bastante curiosa y muy divertida: empezando por un llamativo cajero con pelo largo y coleta estilo Pablo Iglesias, tatuajes y dilataciones. Ojo que yo soy la primera que lleva piercings y tatuajes, pero trabajé en Mercadona y todo eso está más que prohibido por política de empresa y eso que es nuestro supermercado de referencia aquí en España. En Berlín todo está bastante más avanzado.
Nuestra segunda sorpresa fue el reciclaje. Si viajas por Europa seguro que ya lo habrás visto aunque yo era la primera vez. Se trata de unas máquinas que intercambian botellas vacías de cristal o plástico por unos cupones de descuento. Por cada botella de cristal que traigas de casa la máquina devuelve cupones de 0,4 € y botellas de plástico 0,2 € que al hacer una nueva compra se te descuenta del total. Así la gente se siente motivada a traer sus botellas vacías y reciclarlas, incluido nosotros.
La tercera sorpresa fue algo que parece que Mercadona si que va implantando poco a poco y son las máquinas para hacer zumos naturales y llevártelos embotellados a casa. La diferencia es que aquí podías elegir tú mismx las frutas que más te gustasen: plátano, naranja, fresa, mango... y hacer tu propio smoothie. Algunas mezclas ya venían preparadas y lo mejor de todo es que había pequeños vasitos de plástico para poder probarlos así que imagínanos ante tal novedad, probando todos los zumos y repitiendo los que más nos habían gustado... para luego no comprar ninguno jajajaj.
Si eso ya nos pareció súper chulo, nuestra perdición fue cuando llegamos a la sección de los vinos. Estaba el mismo sistema de los zumos pero en los vinos, ya fueran blancos o tintos. Aquí comenzó la risa y el cachondeo. Los vasitos de chupito ya nos los tomábamos de tres en tres y solo podía pasar dos cosas: que nos echaran por gorrones, o que la liáramos, y ocurrió la segunda. Al final dejamos todo el mostrador manchado de vino de algunos vasitos que tiramos sin querer, de abrir el grifo sin vaso... en fin. Tuvimos que irnos de allí antes de que nos echaran por dar la nota. Es que no se nos puede sacar de casa... por eso en España nunca pondrán grifitos de vino para hacer catas gratis.
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