Gozan de privilegios que el resto de los mortales ni soñamos, de sueldos, sobresueldos, y otros parabienes del oficio del oficio. Llegaron a un equipo sinónimo de excelencia, de grandeza, de triunfo. Pensaron que el cenit de su carrera había llegado, y que el último paso les llevaría a disfrutar de sus mejores años futbolísticamente hablando. Creyeron que serían leyendas y que su nombre quedaría grabado en MAYÚSCULAS en la historia del club. Se imaginaron bandera del Barça. Y sin embargo, todos buscaron una salida.
Primero fue Toure Yaya, el cual disminuido por la explosión de un emergente Sergio Busquets, buscó el reconocimiento en un fútbol diseñado exclusivamente para él. Después fue Ibrahimovic, que incapaz de someterse a la jerarquía de Messi pensó en ser el más grande lejos de la grandeza del Camp Nou.
Más tarde Thiago pensó que su futuro era imposible a la sombra de los centrocampistas azulgrana, y buscó acomodó en tierras bávaras, intentando alcanzar la gloria que aquí parecía negársele. Villa también, después de tres años se vio desplazado por un estilo de juego que coartaba su incesante búsqueda del espacio.
Y ahora, recién finaliza la temporada, valoramos si la aportación de Neymar, llamado a ser el futuro crack de referencia mundial es capaz de adaptarse a ese rol de sumisión que otros no han podido o sabido aceptar. Y hoy, nos despertamos con que, Cesc, aquel que en su día regreso cual hijo pródigo a la casa que le vio nacer, confirma que su intención es buscar el éxito lejos de lo que supuso sería el escenario de su consagración definitiva.
Todos jugadores de primer nivel que llegaron con el sueño de hacerse inmortales y hacer que el ciclo que hoy parece haber tocado a su fin tendiese a infinito. Todos, profesionales de alto prestigio que después de su marcha han seguido triunfando allí done han ido. Todos, personas que encorsetadas en un sistema de juego que les privaba brillar, fueron decayendo hasta decidir que la huida era su mejor opción.
Somos prisiones de un estilo de juego que nos llevó a lo más grande. Somos esclavos de Xavi, Iniesta, Piqué, Messi y Busquets. Estamos atados a una concepción del juego que sólo ellos entienden. Estamos sujetos a un grillete que ahora, lejos de relucir se va oxidando, y tiene el peligro de gangrenar el braza que sujetan. Y necesitamos liberarnos y pensar en una nueva manera de afrontar la competición.
No puedo creer que todos estos jugadores, internacionales, figuras, y en algunos casos incluso superstars, no hayan podido triunfar en este equipo. Algo se debe de estar haciendo mal. Algo debe de cambiar. No podemos ligar nuestro futuro a un conjunto sólo pensado en el brillo de once jugadores, dejando para el resto los minutos que nadie quiere jugar. No debemos mirar sólo al pasado, y pensar que un estilo de juego ejecutado con los mejores a su máximo nivel sea la llave para seguir triunfando. Debemos encontrar la llave de ese grillete que nos tiene amarrados y no nos deja ir más allá. Debemos de innovar.
Jugadores que en otro momento fueron imprescindibles deberían dar un paso al lado, y dejar que sean otros los encargados de asumir la máxima responsabilidad. Técnicos que crecieron con una forma de ver el juego, han de buscar variantes que permitan la regeneración de un sistema ya obsoleto. Periodistas que se postulan casi como devotos de una filosofía de juego, deberían empezar a pensar que sólo el cambio continuo es sinónimo de avance.
Dejemos de hablar de posesión, dejemos de lado el tiki-taka, olvidémonos del falso nueve, y creemos un nuevo equipo a partir de los mimbres que hoy quedan y los refuerzos que han de venir. Tiremos fuerte de esa cadena que nos aprisiona y corramos en búsqueda de la libertad que nos permita asumir con garantías el inicio de una nueva etapa.