Me gusta escribir para nadie y pensar que solo lo lees tú, anotar palabras sueltas en libretas que siempre pierdo, notas de voz en el móvil, frases inconexas que me mando al correo electrónico para no olvidarlas. Me gusta el brócoli, andar por callejones, conducir rápido y abrazar lento. Me gustan los macarrones por encima de muchas personas, los colores pastel, los flequillos y las señoras con el pelo morado. Me gustan las sábanas limpias, las mantas calientes, las fotos en blanco y negro y tu ceño fruncido. Me gustan los lápices afilados, los rotuladores permanentes, Moon River en Desayuno con diamantes y tus ojos cuando no soportan el peso de las lágrimas y se muestran tal cual son. Me gustan las casas antiguas, el suelo de mosaico, la máquina de coser de mi tía abuela, las margaritas, el Jardín Botánico, las canciones de Supersubmarina. Y tú. Me gusta que no te guste nada de lo que me gusta a mi, que me mires, que estés, que respires.
Me gustan los Martes con mi viejo profesor, los memes absurdos de dinosaurios y de frases de Coehlo, ver capítulos antiguos de Las chicas Gilmore, cantar todavía las de Michelle Branch, aunque tú no sepas ni quién es. Me gustan las alfombras que parecen peluches y los peluches que parece que te miren con ternura. Me gusta Frozen, que no Fronze. Me sé la canción del muñeco de nieve y lo peor es que me gusta. Me gusta este ordenador enano, mi lámpara blanca, las flores marchitas y el helado de vainilla. Me gusta la lechuga a palo seco, las letras a bocajarro, las palabras que acaban en besos, tus manos estufa y tu espalda llena de pecas. Me gusta creer que este año empezaré a hacer deporte, a retomar el inglés, a ser una mejor versión de lo que ves. Me gusta imaginar, ya sabes. Tocarte las narices. Corretear entre mis múltiples metidas de pata. Sortearlas. Borrarlas. O tratar de hacerlo.
Me gustan las estaciones de tren, los aeropuertos, las gafas, los calcetines aunque los pierda, los anillos con piedras, los cofres con cartas que esperan ser abiertas. Me gusta ver Solo en casa cuando es Navidad, el confetti, la purpurina, el patinaje sobre hielo, los masajes en el cuello. Me gusta la plastilina, los pijamas de felpa, el encaje, la puntilla, el tul. Me gusta el día de la lotería, los árboles iluminados de buenas intenciones, las caras de los niños en la cabalgata de Reyes. Me gustan las uñas granates y los labios rojos. El rimmel bien puesto. Los zapatos que dejen huella. Pero sobre todo, me gusta quemar las suelas contigo. Mejor dicho… ojalá hacerlo. Ojalá carreteras, calles, ciudades, montañas. Ojalá en esta vida o en otra. Ojalá. O no. Ojalá que pase lo que tenga que pasar.
Me gustan muchas cosas, ya ves. Me gusta llorar con Ghost, bailar con Dirty Dancing (aunque los protagonistas no se soportaran en realidad), soñar con El Principito y reír con antiguos monólogos y frases tontas sin sentido. Me gustan las cosquillas, las series que me sirven de somnífero y los colacaos de madrugada. Me gustan los paseos, los Martinis y las tartas de queso con dos cucharas y confesiones varias. Me gustan los cotilleos, los encuentros, hacerme la loca si no me apetece hablar, perderme en librerías, sortear precipicios, maldecir a los políticos.
Me gusta todo eso y mucho más. Pero podría renunciar a ciertos pájaros en la cabeza, a ciertas filias y ciertas fobias. Podría esquivar ciertos charcos y pringarme hasta las rodillas en otros tantos. Podría. ¿Sabes por qué? Porque podría prescindir de todas ellas aunque fuera solo durante un día por un rato más de verte sonreír. Porque si tú sonríes, el mundo es un lugar mejor. Y vaya.
Qué cosas. Será que el año nuevo me ablanda… pero me pido vivir en un mundo en el que estés tú.
M.
(Imágenes extraídas de Pinterest)
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