Asturias, el Paraíso de los Sentidos (IX)

Seguimos camino por la costa hasta Tapia de Casariego, con sus casas marineras que vigilan la preciosa ensenada y un puerto pesquero guardado a su vez por un islote que fue refugio costero de balleneros asturianos y vascos.

La zona urbana, que precede a la pesquera, muestra un par de ejemplos destacables de la arquitectura de la pequeña villa. Una de ellas es la iglesia de San Esteban de Tapia. Se empezó a construir a finales del siglo XIX, pero sus obras se dilataron hasta mediados del XX, momento en que se acabó de construir su torre coronada con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.


De estilo neogótico, uno de sus principales impulsores fue el marqués de Casariego, que quiso consagrarla a Nuestra Señora de los Dolores.






El templo forma un conjunto armonioso con el resto de edificios de la Plaza de la Constitución, como el Ayuntamiento, el Instituto y las Escuelas, de finales del siglo XIX.





Y bajamos a mi parte favorita, el muelle.


Aunque todos lo pueblos y villas marineros asturianos tienen un encanto especial, este de Tapia posee un encanto especial para mí, no se si por la perfecta fusión entre la arquitectura humana, el mar y las rocas, por su forma, o simplemente por la belleza de un conjunto que parece hecho a medias y por contrato entre la madre Naturaleza y los marineros de Tapia.



Tras bajar a nivel del mar empezamos a conocer los elementos que configuran el plano perfecto del complejo conjunto pesquero, compuesto por el muelle de Fuera, el de Tierra y el Rompeolas.


Ya supieron los romanos de las bondades de este trocito de costa asturiana, donde resguardaban sus embarcaciones de los temporales o realizaban cargas y descargas de las mercancías más variadas. Ya luego, en la Edad Media, sería reconocido como uno de los mejores lugares para sentar las bases de un punto fundamental para la navegación por el Cantábrico.



Luego vino la caza de la ballena franca, en los siglos XVII y XVIII, impulsada por los marineros vascos y que fue el impulso final que necesitaba la villa y puerto para su crecimiento económico. Esta creciente importancia podía traer envidias que habría que repeler, por lo que se montó un puesto de artillería con dos cañones en su punto más alto.



Mientras contamos su historia, vamos andando por la Avenida del Muelle, y pasamos por el monumento a la Virgen del Carmen , patrona de todos los hombres del mar.



De repente. la ballena franca, aquella que tanta riqueza había dado al pueblo, desapareció del Cantábrico, lo que significó para éste una pérdida irreparable y un cambio en su economía y hábitos. A partir de ahora tendrían que diversificar, y siguiendo con sus artes de pesca capturar otro tipo de especies marinas para salir adelante.



Bien lo hicieron, puesto que en poco tiempo pudieron remontar y seguir adelante en su crecimiento económico, gracias al buen hacer de los marineros y pescadores de la villa. Fue el momento adecuado para que de nuevo, el Marqués de Casariego y su sobrino, idearan el conjunto de diques y muelles que vemos hoy.


Finalizadas en 1880, las obras permitieron a Tapia, recibir buques comerciales de mayor capacidad para la carga y descarga, así como barcos de pesca que por su calado no podían atracar antes. Todo esto redundó en el despegue de la industria conservera que rápidamente creció y se desarrolló, dando empleo a otras empresas y a las familias tapiegas.



Al final de la Avenida del muelle encontramos la Isla del Faro, un espectacular ejemplo de la fusión entre la naturaleza y el hombre.



Más de siglo y medio lleva este faro iluminando la costa de Tapia, unido a tierra por un espigón de 100 metros. Originalmente no tenía ni la forma ni el tamaño que vemos hoy, ya que sufrió diversas modificaciones y ampliaciones hasta llegar a convertirse en la construcción que ahora observamos. De hecho no se electrificó hasta 1944, cuando se dotó de una lámpara de 1000 vatios que permiten que la luz que emite desde sus 24 metros de altura se vea desde una distancia de 18 millas náuticas.Dejamos atrás el faro para desandar el camino e irnos despidiendo de esta villa que fue lugar de entrada y salida también de indianos, aquellos que contribuyeron con su recién adquirida riqueza a los pueblos que los vieron nacer.









Como es imposible alejarse del mar en Asturias, que como un imán nos atrae irremediablemente, vamos a acercarnos a uno de los pueblos pesqueros más famosos y encantadores de Asturias, Cudillero.


Dejamos nuestro coche en el aparcamiento de la explanada del Puerto, ya que no es posible ni entrar, ni aparcar en el interior del pueblo. Esto nos permite ir descubriendo poco a poco el entorno en el que se encuentra.



Casi infinitas son las especies que a lo largo de los siglos los Pixuetos, que así son llamados los habitantes del lugar, han podido capturar cerca de la costa, como sargos, lubinas, bogas, pulpos, calamares chipirones y sepias. Esta riqueza marina ha hecho que ya desde que bajemos del coche empiecen a percibirse desde lejos los aromas provenientes de los múltiples restaurantes que los sirven en sus mesas en el centro del pueblo.

Pasamos ante el conocido como Túnel de Cudillero, que conduce el agua del río Piñera desde finales del siglo XIX, desviando su cauce, que de otro modo atravesaría el pueblo por su mitad.


Más adelante aparece el faro, del que luego hablaremos y que nos da la bienvenida al pueblo.


Esta imagen del pueblo nos impresiona enormemente, ya que la complicada orografía del pequeño valle obligó a sus moradores a realizar también complicadas obras de ingeniería para construir sus casas.



Así lo que ahora disfrutamos es un conjunto sin parangón de casas marineras, enhebradas por calles, callejas y rincones unidos por tramos de escaleras, un laberinto del que parece imposible salir y que le dan un encanto único a la villa.



A la derecha del paseo marítimo entre redes de pesca colgadas tras ser reparadas, encontramos un monumento erigido en 2001 llamado "La Mina y el Mar" que rinden homenaje a las dos principales actividades que han dado riqueza al Principado.




Metidos de lleno ya, en el espacio que muchos conocen como el "Anfiteatro" y que tanto me recordó a la costa de Amalfi, en Italia, giramos nuestra cabeza para darnos cuenta de la magnitud y valor arquitectónico que posee el conjunto de Cudillero.



Habitado por los pésicos desde antes de la invasión romana, fue en la Edad Media cuando empezó su desarrollo como puerto, saliendo barcos de pesca que llegaban a lugares tan lejanos como Flandes o Escocia. Se cuenta incluso, que muchos pixuetos son descendientes de vikingos que se asentaron en la antigua cala y la convirtieron en base para sus saqueos de las costas andaluzas.


Fueron de nuevo los indianos quienes a la vuelta de América costearon la mayor parte de las obras que componen el colorido conjunto que hoy podemos admirar.



Para recorrer el intricado nudo de calles y callejuelas nos valemos de unas indicaciones que en el suelo nos van llevando a una serie de miradores y puntos de interés, como el ayuntamiento.


Las escaleras y callejuelas nos van mostrando lugares escondidos del pueblo.




Viejas casas balconadas nos hablan de la tradición ballenera y pesquera de Cudillero, pero aún hay colgando de sus ventanas uno de los símbolos de Cudillero.




Les hablo del curadillo, un pequeño tiburón al que también se llama gata y del que durante siglos vivieron y comieron los habitantes de Cudillero.



Del hígado de este pez se extraía un aceite con el que se freía y se iluminaban las casas y calles, incluso las de grandes ciudades como Oviedo, con su piel se limpiaba y pulían las maderas como se hace hoy con el papel de lija y como todo se aprovechaba, su carne transformada en cecina, era plato principal cuando la flota permanecía tiempo amarrada por los temporales.



Como vemos en las imágenes, aún se sigue con la tradición de eviscerar al pez, lavarlo con agua dulce hasta que pierde los restos de sangre y se cuelga hasta su secado por deshidratación. Las mozas casaderas caminaban por las calles de Cudillero contando la cantidad de curadillos que colgaban de las ventanas, y con ello sabían que los jóvenes que en ellas habitaban eran lo suficientemente hábiles y trabajadores para que a su futura familia no le faltara bocado en ningún momento de su vida.



Paseamos ahora por el mirador de Cimadevilla, desde donde podemos observar las edificaciones desde otro punto de vista, e incluso alguna que otra casa de indianos.






Hasta llegar al mirador de la Atalaya desde donde vemos el puerto...



Y una curiosidad, el Mirador de la Garita. Esta estructura construida en hormigón y metal, constituía uno de los mejores puntos de observación de la Atalaya, pero hoy se encuentra cerrada en espera de rehabilitación, ya que los escalones y barandillas amenazan con derrumbarse.



Para compensar, el faro de Cudillero nos ofrece una de sus mejores perspectivas. Como hemos visto en otras localidades pesqueras asturianas, en siglos pasados las mujeres de los pescadores encendían hogueras en la cima de los acantilados para guiar a sus maridos de vuelta a tierra. Este faro vino a sustituirlas en 1858, usando aceite de oliva en vez de madera, no siendo electrificado hasta 1930. Aunque ha sufrido varias modificaciones y ampliaciones desde entonces, no fue hasta 1984 que se agregó la torre balconada que ahora vemos.



Y nos despedimos de Cudillero entre aromas de exquisitas frituras y planchas de pescado y marisco, que salen de los numerosísimos restaurantes que como setas, rodean la antigua explanada de pescadores.


Nos espera la bella Avilés.

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