Nuestra primera parada fue Colmar, un lugar con un casco antiguo de esos que te dejan sin respiración en cualquier época del año y que en Navidad te hacen sentir como si estuvieses dentro de un cuento. Considerada como la pequeña Venecia es un lugar que hay que patear, perderse por sus callejuelas, descubrir sus bellos rincones y si, como yo, tienes la suerte de visitarla en Navidad no perderse ninguno de los cinco mercadillos navideños que ayudan a que toda ella huela a naranja y canela debido a los numerosos puestos de vino caliente que ayudan a hacer frente a las bajas temperaturas. En este lugar de ensueño no pueden dejar de visitarse edificios tan emblemáticos como la maison des Tetes, Maison des Arcades, Maison Pfiser, la colegiata de San Martín o la preciosísima Petite Venise llena de casas de colores y muy cerca del Mercado Cubierto (que hará las delicias de los amantes de la gastronomía).
En Colmar nuestro alojamiento fue el Hotel Saint Martín; un precioso hotelito de pocas habitaciones y cargado de todo el encanto que se puede esperar de un lugar como Colmar.
Y como nadie ha dicho que los viajes son para descansar, os recomiendo, si alguna vez planeáis una escapada navideña a la Alsacia, un buen madrugón, que os permita recorrer este bello lugar en soledad, disfrutando del silencio y de la magia escondida en cada uno de sus rincones. Será una experiencia totalmente inolvidable, os lo aseguro.
Y os permitirá disfrutar con detalle de la magnífica decoración navideña que embellece aún más, si cabe, el lugar.
Otra de las cosas magníficas de Colmar, que dejó en mi un recuerdo imposible de olvidar, fue el obrador artesanal L´artisanne donde llegamos a desayunar tres veces...en un mismo día jajaja. Imposible olvidar el sabor de sus croissants recién horneados, sus eclairs de todos los sabores imaginables o el tradicional kugelhopf. Además, continuando con las delicias gastronómicas de este bello rincón alsaciano no puedo pasar por alto dos restaurantes que nos encantaron: Koifhus y Schewendi. Dos magníficas elecciones para degustar platos como el choucroute, tarta flambee, escargot, foie o roestis, regado todo ello con los deliciosos vinos blancos del lugar.
Tras recorrer Colmar y descubrir todos sus secretos pusimos rumbo a Kaysersberg, un pueblecito de ensueño, entre montañas, en el que disfrutar de su tradicional mercado navideño en las inmediaciones de la iglesia de la Sainte Croix para proseguir después recorriendo sus calles empedradas hasta el puente de piedra bajo el que discurre el río dejando una imborrable estampa grabada en la retina.
Por Riquewihr prosiguió nuestro viaje a la Alsacia en Navidad. Este pueblo amurallado posee, entre otras maravillas, la famosa Torre Dolder y la popular Kathe Wohlfahrt, o lo que es lo mismo, la tienda de Navidad más bonita del mundo.
Aquí veis de nuevo la torre Dolder, engalanada también para recibir la Navidad.
Y mención especial merece en esta escapada francesa el pueblecito de Eguisheim. Sus calles dispuestas en círculos concéntricos fueron uno de los avales para que en 2.013 recibiera el título de Villa Favorita en Francia. Además del mercado de los Reyes Magos, en Eguisheim no podemos pasar por alto sus numerosas bodegas en las que es posible degustar los variados caldos que esta Región produce.
Todos los rincones de este pueblo se convertían en escenarios perfectos para ser fotografiados.
Rincones como la Plaza del Mercado con la fuente de piedra dedicada al Papa León IX convierten a este precioso lugar en parada obligada en nuestro viaje a la Alsacia.
Y de nuevo las innumerables bodegas que aparecen para recordarnos que el microclima del lugar convierte a Eguisheim en la cuna de los viñedos de Alsacia.
Y como este es un blog gastronómico, debo hacer mención obligatoria a Le Pavilion Gourmand, un restaurante de blanquísimos manteles de hilo blanco que resultó todo un homenaje a la gastronomía alsaciana. Su chef, educado gastronómicamente bajo la dirección del gran Paul Bocuse, ofrece delicias como la terrina de champagne con foie, el pato cocinado en pinot noir o el civet de jeune sanglier (guiso de javalí).
Imposible resistirse a estas tentaciones.
O a este magnífico pato cuyo sabor aún recuerdo.
En Estrasburgo terminó nuestro recorrido navideño. Conocida con el sobrenombre de la Ciudad de la Navidad, cuenta con un centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988 y no es para menos. Pasear por sus calles es una maravilla en cualquier momento del año, pero hacerlo en Navidad tiene un añadido: su impresionante decoración y los diez mercadillos que se reparten por sus plazas.
En el recorrido por este bella ciudad no puede pasarse por alto "la pequeña Francia", un pintoresco barrio que nos hizo sentir como dentro de un cuento...lástima que a través de esta pantalla no se pueda transmitir ese aroma a Navidad de sus calles con toques de canela, naranja y delicioso chocolate caliente.
Permitidme que también aquí os ofrezcan una recomendación de alojamiento, por si os animáis a conocer la zona: el hotel Suisse, un pequeño alojamiento en el que, si optáis por una de sus habitaciones abuhardilladas despertareis cada mañana con una imponente vista a la catedral, otra joyita de esta ciudad.
Por supuesto, en Estrasburgo volvieron a ser paradas obligatorias las innumerables pastelerías francesas, con esos escaparates en los que uno podría pasarse la vida pegada al cristal.
Buen ejemplo de ello es la famosa pastelería Christian, cuya fachada es premonitoria de las maravillas que encontrarás dentro.
Y también en Estrasburgo disfrutamos de dos restaurantes que bien merecen ser reseñados. El primero de ellos, Le Clou que además de una cuidada decoración, propia de una taberna invernal ofrecía unos platos fabulosos, destacando los caracoles, el foie y la lengua de vaca.
¡Creo que jamás había comido tanto foie en mi vida como este viaje!
Mirad, además, que fachada tan bonita y bien decorada.
El segundo restaurante que también se colocó entre nuestros favoritos fue Gurtlerhoft con especialidades como el codillo gratinado con el famoso queso Monster (queso del que, por cierto, regresé cargada y cuya compra volvería a repetir pese a que un año después mi maleta sigue oliendo a él jajaja) o las albóndigas de foie, otra delicia.
Y hasta aquí mi inolvidable viaje a los mercadillos navideños de la Alsacia, un regalo de mi hija que jamás olvidaré y que, y esto es lo mejor, se ha convertido en cita anual. Este año mi Rebeca ha vuelto a sorprenderme con un viaje a los mercados navideños, en este caso a Austria; un país del que regresamos la pasada semana tras recorrer lugares tan encantadores como Salzburgo, St. Gilgen, St. Wolfgan, Hallstatt o Viena y del que os hablaré en próximas entradas.