Taquilla vacía

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El primer día que trabajé en Zara, mi turno fue de 13:30 a 22:00. Fue un domingo, 1 de julio, primer día de rebajas. Cuando salí, totalmente muerta de tanto trabajo, recuerdo que perdí el autobús y empecé a llorar de la rabia que me dio y de lo agotada y acabada que me sentía en ese momento. Eran las diez y pico. Me quedé sentada en un pivote y esperé al siguiente autobús mientras pensaba que sería un trabajo temporal, un puente por el que tenía que cruzar mientras acababa la carrera. Pero el puente se hizo largo. Muy largo. Tan largo como puedan medir ocho años de vida. Bastante, ¿verdad?

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Las primeras semanas fueron duras. Me sentía una cría tonta recién salida del horno, con muchas ganas y muy poco carácter. Con mucho maquillaje y con muy poco pecho (si me comparaba con la media de empleadas, claro). Me veía frágil y fácilmente manipulable. Como si de un soplido se pudieran llevar todo mi buen humor a base de miradas por encima del hombro y altivos pasos sobre tacones de aguja. Al poco tiempo aprendí que para trabajar en una tienda de ropa se ha de ir con casco, coderas y chaleco antibalas. No vale la flojera ni la inocencia. Te la quitan de dos tortazos en pocas horas.

Espabilas pronto. Ganas picardía, rapidez, mala leche (la justa) y te acostumbras a mirar para otro lado, a trabajar, oír y callar. Y empiezas a distinguir, a mejorar la vista y la intuición, a salvar tus sueños que, guardados bajo llave, consiguen sobrevivir a bajones y tempestades. Y conoces. Conoces a gente increíble. Tal vez cojas cariño a todo el mundo, a unas más que a otras, obvio, pero siempre hay personas que hacen que el trabajo signifique desconexión, sanación de problemas y amistad. Hoy por hoy puedo decirlo: se puede hacer amigas en un trabajo así. Vosotras, ya sabéis quiénes sois, habéis sido y seréis, aunque ya no esté a vuestro lado, refugio, hogar, horas tontas, lágrimas compartidas por estrés, novios que dejan de serlo, o familiares que se fueron y que ya sólo vivirán en nuestros recuerdos. Habéis sido la madre, la amiga, la profesora, la compañera y el portazo. El grito, la ansia, el tic nervioso del ojo. Sé que no conoceré gente que trabaje más y mejor que vosotras. Y ojalá todo el mundo lo supiera. Y ojalá todo el mundo os hiciera a vosotras también una fiesta con globos.

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Para todos vosotros —que no habéis trabajado en Zara— nosotras somos la cara perro que te mira mal y que no quiere mirarte la talla, o la que se va y no vuelve, o la estúpida que se cree mejor que nadie. Tal vez penséis que sólo doblamos ropa y nos miramos en los espejos a ver si el rimmel se nos ha corrido o si el pintalabios está en su sitio. Quizás creéis que nos probamos ropa entre venta y venta. Igual esa es la chunga imagen que damos, o que a lo largo de la historia de esta nuestra tienda, han dado algunas chicas. Pero no sabéis lo equivocados que estáis con la mayoría.

Nosotras, las chicas de Zara, es cierto, a veces estamos estresadas y no atendemos tan en calma como querríamos, pero nos gustaría hacerlo, de veras. Si no sucede, es porque del mismo modo que te estamos atendiendo a ti, estamos escuchando peticiones y quejas de cinco personas más a la vez. Si no te contestamos al instante no es porque no queramos, posiblemente tratemos de no olvidar la referencia que acabamos de memorizar para pedir la talla de otra clienta a nuestra compañera de almacén (no os podéis ni imaginar lo que se trabaja en un almacén de Zara). Ojalá pudiéramos ir más tranquilas y ser personal shopper, colega y asesora, pero el ritmo de trabajo nos impide pararnos mucho, porque si eso sucede, se nos come la tienda, el probador nos explota, las mesas se caen y las paredes se vienen abajo vacías de tallas y sentido. Cuando una chica zara se para, la tienda tiembla. Y no miento. El mil por hora se queda corto para explicaros cómo vamos a veces. Así que, por favor, como en todos los trabajos hay gente gilipollas, pero la mayoría de veces sólo somos chicas (y chicos) normales, que tratamos de hacer nuestro trabajo de la mejor forma posible.

Y si a veces no podemos evitar la cara de agobio, desde aquí, y en nombre de todas (y todos), os pido disculpas.

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Por contrapartida, seguro que habéis dado alguna vez con esa chica dulce que está dispuesta a ayudarte en lo que sea, en buscarte modelito, escucharte, ser tu amiga de un rato y tu mayor fan si hiciera falta subirte la autoestima. Estoy segura de que, aunque se hable menos de ellas porque siempre gusta más vociferar antes lo malo que lo bueno, has dado con alguno de esos diamantes que relucen por sí solos entre tanto caos textil. Fijo que sí. Pues bien… os diré que esa chica encantadora (en mayor o menor medida) tiene que lidiar también con el lado oscuro del ser humano, como por ejemplo, con señoras que la llaman desde la otra punta de la tienda, con gente que tira la ropa al suelo y es incapaz de mostrar ni un atisbo de empatía (y educación) agachándose a cogerla o con personas que hablan las unas por encima de las otras, queriendo ser las primeras y más importantes sin guardar turno ni respeto por sus semejantes. Así como chicas que se prueban y lo dejan todo tirado en el probador, del revés, sucio… y cosas peores.

Lo que quiero decir es que, estemos en el bando que estemos, dependienta o clienta, aquí cada cual tiene lo suyo y su parte de culpa de que tanto unas como otras puedan tener mala fama. Creo que lo imprescindible siempre en el trato humano es ser capaces de ponernos en el lugar del otro. Siempre. Si no somos capaces de eso, creo que es un claro síntoma de no saber vivir en sociedad, con lo que lo más sensato sería irnos a una isla desierta a comer cocos, rodeados simplemente por nuestra propia soledad.

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Yo dentro de nada estaré en el bando de las clientas. Para ser más exactos, a partir del sábado que viene. Y no me lo creo. No me creo que vaya a vaciar mi taquilla. Mi desastre de taquilla. ¿Quién la ocupará? ¿Le contarán de quién era? ¿Le dirán lo desastre que fui durante 8 años? ¿Le hablarán de mis calcetines desparejados y de mis cierres con uniforme de vuelta a casa?

Mi taquilla. Mi taquilla sin llave. Nunca he logrado conservar ninguna, no sé cómo lo he hecho, pero siempre he terminado abriéndola metiendo una percha. Supongo que soy incapaz de conservar los objetos pequeños, como llaves o pendientes… pero confío en conservar todo lo importante. En todo este tiempo trabajando de cara al público, he aprendido que todos somos iguales, igual de cenutrios, zopencos, absurdos, inquietos, ansiosos, estresantes y maleducados (a veces). Que todos tenemos luces y sombras, que la cagamos repetidamente sin casi darnos cuenta, sin ver que siempre hay alguien mirando, que nada pasa inadvertido, que todo acto tiene su consecuencia y su correspondiente memoria histórica. He aprendido que del mismo modo que existe la nobleza, existe la maldad, pero que esa maldad que parece fruto de alguna clase de ser infernal, viene dada en la mayoría de veces a partir de una tremenda inseguridad. Porque la inseguridad, y los complejos derivados de ella, mata personas y relaciones humanas. Qué manera de cargarnos lo humano, de verdad.

Pero existe luz. Personas que te tienden la mano, gente que entiende tus sonrisas y hasta es capaz de comprender tus días malos. Hay gente que genera alegría con el simple hecho de estar viva, gente que elimina los vacíos y lo pinta todo de rosa, quemando todo el gris, mandándolo a tomar por saco. Hay gente increíble ahí, en cada tienda, en cada bar, en cada esquina. Nunca jamás, aunque tu rutina te queme, tienes que perder la fe en las personas: recuerda que sólo nos tenemos los unos a los otros.



En estos 8 años he crecido.

Y ahora se me encoge el corazón al pensar que mi vida va a cambiar, pero hay que avanzar… y seguir creciendo. Tal vez sea un hasta luego, o puede que acabe siendo un adiós definitivo. Una siempre conoce su punto de partida, pero no su destino.

Esta entrada va dedicada a todas las personas que saben lo que es trabajar de cara al público, sobre todo a las empleadas de Zara, en especial a esas que pringan y se dan viajes del almacén a la tienda y de la tienda al almacén, esas que no suelen recibir mucho reconocimiento, pero que son el motor de una empresa.

Pero sobre todo, este post va dedicado a mis compañeras de trabajo, en especial, y si me permitís la licencia, a vosotras.

Siempre.

Gracias por todo.

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M.

Archivado en: Cosas que contar(os) Tagged: cambio, crecimiento, despedida, evolución, sociedad, trato con el público, Zara
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