Capítulo XXI

Día: sábado, 29 de diciembre de 2012

Entre las 09:00 y las 12:00 horas

Ribes. Comisaría


—¿Qué es ese ruido?

—¿Qué ruido? —Juanjo se incorporó sobre el camastro.

Los zombis de fuera comenzaban a alterarse, detectaban algo pero en esta ocasión no arremetieron contra los barrotes, uno a uno, todos se fueron volviendo y avanzaron hacia la salida.

—No, joder, no. ¡EH! Venid, volved aquí —Germán golpeaba la bandeja con todas sus fuerzas, pero los Guardias no regresaban, algo llamaba su atención desde fuera.

Por fin identificaron el sonido, era un megáfono, avisaba de que todas las personas debían acudir al Ayuntamiento urgentemente.

—Rápido, la llave de las esposas, dámela.

—¿Qué vas a hacer? Si abres nos atacarán, aquí estamos a salvo hasta que los polis regresen.

Germán ya no pudo contenerse más, se abalanzó sobre Juanjo y descargó un puñetazo tras otro contra su cara. El radioaficionado no era capaz de cubrirse de la lluvia de golpes que le caía. Por fin el cazador paró, se apartó un paso atrás, algo en su cerebro le había hecho detenerse. Volvió a inclinarse sobre Juanjo, éste se tapó la cara como pudo temeroso de seguir recibiendo golpes. Germán rebuscó en sus bolsillos hasta hallar la pequeña llave. Abrió las esposas y corrió hacia el exterior. En la Comisaría ya no quedaba ningún Guardia. Ni siquiera Puyol con su rodilla destrozada permanecía dentro.

Juanjo llegó junto a él mirando asustado en todas direcciones, esperando que de un momento a otro alguna de esas bestias le cayese encima. Encontró a Germán rebuscando por el suelo de la Comisaría.

—¿Qué, qué buscas?

Germán lo miró mientras recogía del suelo la pistola caída de alguno de los Guardias. Al fin localizó el walkie y se abalanzó sobre él.

—Esto, esto es lo que buscaba, tenemos que llamar a Ramón.

@@@

Fuera de la Comisaría los Guardias perseguían en maldita procesión el coche desde el que escapaba el sonido a través del megáfono. El conductor detuvo el vehículo, le había parecido observar algún movimiento por el retrovisor. Movió la cabeza para buscar algún ángulo que le permitiese ver mejor pero la luneta de atrás estaba cubierta de escarcha y nieve, era inútil, distinguía movimiento pero no sabía de qué se trataba. Maldiciendo todo el Santoral abrió la puerta y descendió del coche. Cerró de nuevo, la calefacción no funcionaba bien y el poco calor interior se escaparía. Anduvo encogido hasta la parte de atrás del coche. Así que era eso, un grupo de Guardias Civiles caminaba detrás. Volvió al coche corriendo con pasos cortos. Ellos no eran habitantes del pueblo, por tanto no tenía que convencerlos de que se dirigiesen al Ayuntamiento, además parecía que igualmente lo seguían así que cerró y continuó su lento avance sin dejar de repetir su mensaje por la megafonía.

Apenas había encontrado a nadie, la mayor parte de los habitantes de Ribes estaban ya en el Ayuntamiento o en el Hogar. El grupo más numeroso era el de los guardias que lo seguían, o mejor dicho, era el único grupo. La Alcaldesa no había querido decirle los motivos por los que todos debían reunirse en esos dos puntos, al menos no los verdaderos motivos. En Ribes se sabía todo. Se hablaba de que se habían producido dos muertes, pero no de viejos como era lo habitual. Se decía que habían matado a dos personas, un agente y un bebé, pero aunque todo el mundo hablaba, nadie había visto nada.

El grupo de zombis caminaban con dificultad entre la nieve siguiendo la fuente de sonido que constituía el megáfono del vehículo. Cuando el coche continuaba la marcha lo iba perdiendo de vista y dejaba de escucharlo, entonces incluso el grupo llegaba a detenerse confundido. Pero cuando el megáfono volvía a hacerse oír metros adelante los zombis reemprendían la marcha en su busca.

El único que no había conseguido mantenerse reunido con el resto era Puyol, su pierna fracturada le impedía caminar como el resto de zombis, tropezaba y caía continuamente. Como consecuencia de esto se fue quedando rezagado hasta perder de vista a los otros zombis. Tampoco era capaz de oír los gritos del megáfono y al final se detuvo en la acera con la nieve hasta las rodillas, esperando algún estímulo al que seguir.

No tuvo que aguardar demasiado. Un matrimonio ya mayor, salió de su casa a pocos metros del policía. Habían decidido llegarse al Hogar, el Ayuntamiento quedaba más lejos y su hija vivía junto al Hogar así que, sin duda, estaría allí.

El paso lento de los dos ancianos le permitió a Puyol no perderlos de vista en ningún momento a pesar de seguir con sus aparatosas caídas.

@@@

Germán apretaba frenéticamente el pulsador del walkie sin obtener resultado alguno. La antena estaba partida y la pantalla de cristal líquido no mostraba, como antes, la frecuencia.

—No funciona, está roto, lo han pisoteado. No conseguirás hablar con eso.

Germán se dejó caer en el suelo, abatido. Mientras, Juanjo se dirigía cojeando a la puerta. Antes de salir habló en voz alta.

—La patrulla de la Guardia Civil habrá llegado aquí en coche, en ellos llevarán estaciones de radio lo suficientemente potentes para enlazar con el Valle.

Nuria. Refugio

El ambiente en la cocina era cálido, nada que ver con la temperatura que habían padecido fuera. André se esforzaba, junto con Pietro, en preparar leche caliente para todos. Ernest iba repartiendo las tazas llenas. El ánimo de los presentes, a pesar de estar a resguardo en un lugar caliente, cerrado, y con la protección de varios policías, difícilmente podría ser más bajo. Los más pequeños, a los que primero habían atendido y a los que en primer lugar habían facilitado los vasos de leche caliente, apenas hablaban, miraban temerosos en todas direcciones y se sobresaltaban ante cualquier sonido inesperado.

Los jóvenes que habían caminado descalzos sobre la nieve sufrían intensos dolores al ir entrando en calor sus miembros. El tobillo de Marga presentaba un color excesivamente amoratado, Luna se lo masajeaba intentando que recuperase la circulación.

Sergio no dejaba de darle vueltas a lo que había hecho Vera. No imaginaba qué podría atormentar tanto a una persona para decidir que debía entregar su vida para redimir ¿Para redimir qué? Él mismo había pensado en largarse y dejar a los niños en el restaurante. Todos habían vivido una situación extrema ¿Quién podría juzgarles por intentar sobrevivir? Era un instinto, un derecho. En cualquier caso era consciente que de no haber actuado la chica como lo hizo ninguno habría logrado salvarse, les concedió el tiempo necesario, eso nadie podía negarlo y él nunca podría agradecérselo bastante.

Ernest ayudaba en lo que podía al Director y Mikel vigilaba sin disimulo los movimientos de Bastian.

Los cazadores, también replegados al Hotel y ahora apartados en un rincón, permanecían en silencio, taciturnos, sin mirarse unos a otros ni hablar entre sí. Acababan de disparar a las cabezas de cientos de personas, eso era algo difícil de asimilar y que, desde luego, tardarían mucho en superar.

En lo concerniente al edificio, el comedor estaba asegurado, dos 4×4 cubrían los ventanales rotos. Las dos primeras plantas ya habían sido despejadas, incluidas las habitaciones. En la sala de reuniones en la que quedaron atrapados los zombis sólo encontraron multitud de restos, sangre por todas partes y un olor que tardaría mucho en desaparecer, si es que alguna vez llegaba a irse del todo. Bastian no había querido sacar a Gwen y los demás aún. El Hotel todavía no estaba controlado por completo y él tenía una cosa por hacer.

Tras la última escaramuza y la llegada de los supervivientes procedentes del restaurante, el Jefe había decidido replegar a los cazadores y dar un descanso a sus hombres, la tensión a la que habían estado sometidos era claramente visible en sus rostros. La limpieza de las dos primeras plantas había resultado más dura de lo que esperaron. Tener que disparar a pocos metros contra personas, en algunos casos muy jóvenes los había terminado de desquiciar.

Después de comprobar que el salón comedor estuviese protegido salió con dirección a las oficinas de Recepción. En la anterior inspección había observado que en la parte interior del mostrador se hallaban desordenadas multitud de fichas sujetas por un clip al correspondiente DNI. Con los equipos informáticos inoperativos esa era la única manera de saber en qué habitación se había hospedado su primo. Tras buscar en varios montones y no dar con su ficha regresó a la cocina. Se acercó con disimulo al vigilante, Ernest y lo condujo afuera.

—Sé que nunca hemos tenido una relación muy fluida, pero mi, hermano y mi primo… se trata de mi familia —Ernest le observaba en silencio sin adivinar adónde quería ir a parar el Jefe de policía— lo que quería es que me dijese, si lo sabe, en qué habitación se hospedaba mi primo.

El vigilante se pasó la mano por la barba de un par de días antes de contestar, no entendía tanta solemnidad y secretismo.

—Creo que su primo siempre reservaba la misma habitación, la 375 pero desconozco si en esta ocasión ocupó también la misma y —se detuvo— la tercera planta no está limpia.

—No se preocupe, sólo comprobaré esa habitación, nada más, tengo que verificar si él sigue con vida.

—Mejor llamamos a sus hombres —Ernest hizo intención de regresar a la cocina.

—¡NO! No —suavizó el tono el Jefe— no es necesario. En realidad prefiero, prefiero ir yo, prefiero ser yo ¿Me entiende?

—Es muy peligroso ya lo sabe, sería mejor —Ramón volvió a negar con la cabeza— de acuerdo, pero no irá solo, yo le acompañaré.

—Ni hablar, usted lo ha dicho, es peligroso, era mi primo, usted no tiene motivos para arriesgarse más.

—Verá, su hermano era… es un tipo especial. Todo el mundo en el Hotel lo aprecia, bueno, tal vez el Director no mucho, pero lo cierto es que siempre tiene una palabra para levantarte el ánimo. Siempre se ha portado muy bien conmigo, lo mismo que su primo. Son de esas personas que alegran todo el espacio a su alrededor, hacen mejores a la gente. Me gustaría ayudarle a encontrarlos. De verdad.

Ramón, tras meditarlo unos instantes, asintió. Era consciente de que esa no era la forma correcta de actuar, no debería permitir que Ernest lo acompañase pero si no accedía podría informar a sus hombres y él no quería que ninguno pudiera disparar sobre su primo, lo haría él mismo si es que aún continuaba vivo y transformado en uno de esos seres.

Se detuvo frente al número 375. Sobre la madera aparecía grabada una Z. Eso no era bueno. Dentro había zombis, su primo. Se sintió mareado. No había vuelto a hablar con él desde el año anterior. Estaba demasiado dolido. Se acercó en silencio a la puerta. No escuchó nada al otro lado. La iluminación en el pasillo era muy tenue, el ambiente gélido y un aroma de muerte todavía más intenso que en el resto de la planta lo envolvía todo.

La forma en que venía trabajando el equipo de Ramón, Piqué y Corbé, a la hora de limpiar cada habitación había sido la misma. Uno de ellos, normalmente Piqué, abría la puerta y los otros dos disparaban con la pistola a la cabeza de los zombis que se encontrasen dentro. Ahora estaba él solo, tendría que abrir y disparar enseguida. Una vez más sopesó la posibilidad de bajar y llamar a sus hombres pero en última instancia desechó la idea. Si su primo estaba dentro convertido en una de esas cosas sería él quien acabase con su vida, se lo debía. Le indicó al Director que retrocediera.

Insertó la tarjeta maestra a tope en el lector y empujó hacia dentro al mismo tiempo. La habitación era una suite. Al final del pasillo alargado y estrecho estaba el saloncito. Un zombi se giró y caminó torpemente hacia él por el reducido pasillo. A pesar de los desgarros que presentaba su rostro reconoció al momento a su hermano Julián. No esperaba encontrarlo allí. Había dado por supuesto que hallaría su cadáver entre los múltiples cuerpos abatidos. El hecho de enfrentárselo cara a cara lo desconcertó. Con la mandíbula inferior desencajada de su sitio parecía recriminarle. Si hubiera atendido su llamada inicial de auxilio ahora se encontraría con vida, puede que todos se encontrasen con vida, esos niños, las familias, demasiado dolor. Retrocedió a un lado de la puerta. Julián apareció tambaleándose en el pasillo. Ramón levantó su pistola. Ya no había nada que pudiera hacer. Tan solo liberar su alma lo antes posible. Se lo debía. Era su hermano. Apuntó a su cabeza y, sin poder evitar cerrar los ojos, disparó.

El cuerpo se tambaleó y finalmente cayó hacia adelante, a los pies de Ramón. Al instante una mancha de sangre muy oscura fue envolviendo su cabeza, como si el relleno de un bombón de licor se fuese escapando en torno a él.

El Jefe se arrodilló junto a su hermano, lo agarró del hombro para girarlo. El grito de Ernest le sorprendió. Cuando levantó la cabeza se encontró con él cayendo bajo el peso de su primo. Se había descuidado, había olvidado que había ido a la habitación de su primo a buscarlo. La aparición en la puerta de Julián lo había trastornado.

En el suelo, Ernest forcejeaba intentando evitar los dientes de Eduardo. Ramón dirigió su arma a la cabeza de su primo. Los movimientos de éste resultaban impredecibles, si disparaba podía herir al vigilante, tenía que separarlos. Cogió a Eduardo de un brazo y tiró de él. Al primer intento no logró que se soltase de Ernest pero con el segundo tirón sí se giró hacia él. Lo hizo con tanta violencia y tan rápido que a punto estuvo de sorprenderlo. Ramón pateó su cabeza lanzándolo a un lado. Ahora Ernest ya no corría peligro. Ernest, lo observó de reojo, continuaba en el suelo encorvado, parecía sufrir espasmos. Se centró en Eduardo. Ya se levantaba, se movía más rápido que el resto de zombis. Apuntó y disparó. La cabeza de su primo rebotó en el suelo un par de veces antes de quedar definitivamente inmóvil.

Se inclinó sobre Ernest. Inspeccionó su rostro y sus manos en busca de heridas. No halló ninguna, no había llegado a morderlo. Lo incorporó y lo sentó apoyando su espalda contra la pared. La puerta, se levantó y la cerró, no quería más sorpresas. Volvió con Ernest.

—¿Qué le ocurre? No le ha mordido ¿Verdad?

Se alejó un paso. Se encontraba mal. Nunca se había sentido así. Se palpó la cara y repasó sus manos en busca de heridas. No lo entendía, no había sido mordido, no tenía ni un arañazo y sin embargo… se dejó caer al lado del vigilante. La pistola escapó de sus manos. Una sucesión de espasmos lo invadió.

@@@

El disparo los cogió por sorpresa. Todos estaban en el interior del comedor, entonces ¿Quién había disparado?

—El Jefe ¿Dónde está el Jefe?

Una nueva detonación los impulsó a salir corriendo.

Todos los policías de Ribes con Alba a la cabeza y seguidos por Arnau, se dirigieron hacia la fuente de sonido.

@@@

La tensión en la cocina era palpable. Los críos volvían a llorar y el nerviosismo de los cazadores aumentaba por momentos. Bastian empuño una de las escopetas y salió dando instrucciones de no abrir hasta que regresaran los policías. Su oportunidad había llegado, tal vez no se le presentase otra. Se escabulló como pudo por una de las ventanas y corrió en dirección al helicóptero. Como esperaba, la mochila negra estaba allí. Del gordo monje no había rastro. Abrió la mochila. Como suponía, el dinero estaba dentro pero junto a él halló también un pequeño oso de peluche. Nada más cogerlo supo que no era un juguete normal. Lo volteó hasta encontrar la cremallera camuflada en su espalda. En el interior halló los diamantes y entre ellos un pendrive. Cerró la mochila y volvió a lanzarla a la parte de atrás del helicóptero. Cogió el osito y corrió de regreso al Refugio. Antes de entrar por la ventana que cubría el todoterreno civil se coló en el interior del vehículo.

@@@

Tras comprobar los dos primeros pisos corrieron hacia la tercera planta. Alba subía los escalones de tres en tres. Tenían que llegar a tiempo.

Al alcanzar el tercer piso Alba disminuyó el paso. Se escuchaba algo, provenía del fondo del pasillo, el arrastrar de pies que ya les empezaba a ser demasiado familiar. Enseguida identificaron al Jefe, a su lado caminaba el vigilante de seguridad del Hotel. Era lo último que el novato se hubiera esperado. Junto a él, Piqué y Ramos miraban horrorizados cómo se acercaba su Jefe. Corbé tuvo que apartarse para vomitar el último vaso de leche que había ingerido.

Arnau avanzó entre los policías hasta situarse delante de todos. Dirigió una mirada a Alba y éste asintió.

@@@

—¿Adónde has ido?

La voz sorprendió a Bastian no tanto por quién se trataba sino por haberse visto descubierto en su escapada secreta.

—¿Qué ocultas ahí?

Mikel señaló con el cañón de la escopeta que sujetaba. Bastian también iba armado con otra Franchi; sopesó la posibilidad de enderezarla para apuntar sobre el joven pero desistió. Ese gesto probablemente terminaría con una cadena de disparos en ambas direcciones. El radio de alcance de las postas era elevado y alguno, o puede que ambos, acabaría alcanzado.

Mikel vio como desde la espalda de Bastian aparecía su mano levantando un oso. Lo lanzó al aire volteándolo y lo cogió sin dejarlo caer.

—Eres muy grande para jugar con ositos ¿No?

—¿Quieres que busque otro para ti?

—¿Por qué no ese? —Mikel seguía apuntando la escopeta hacia Bastian.

El sonido procedente de la entrada al comedor hizo que Mikel bajase su arma. Los dos se volvieron hacia los policías que regresaban cabizbajos.

—¿Qué fueron esos disparos? —Se dirigió Bastian a Arnau.

—El Jefe de policía y el vigilante —Alba acompañó sus palabras con un gesto negativo de su cabeza.

El grupo de policías continuó sin detenerse hacia la cocina, tan solo Arnau reparó en el peluche que sujetaba el francés y en la tensión que se respiraba entre los dos hombres.

Una nueva salida terminó controlando tanto el Hotel como el Santuario. Fue en ese momento cuando Bastian se decidió a ir a por la pequeña. Caminó solo hasta la puerta de la habitación. No hizo falta que llamase, la hoja de madera se abrió lentamente. Sujetándola al otro lado, el padre de Mario. La niña escapó corriendo de la mano de Gwen para lanzarse en brazos de Bastian.

—Has tardado mucho.

Bastian se agachó hasta situarse a su altura y le enseñó el peluche.

—¿Es para mí?

Bastian asintió alargándole el osito. La niña lo estrechó con cariño en su regazo y luego le dio un sonoro beso en la mejilla.

—¿Y mi madre? ¿Has visto a mi madre y a mis hermanos? ¿Dónde están? —Mario le observaba inquisitivo, con los ojos vidriosos, preparado en el fondo para lo peor.

El francés se incorporó tapando disimuladamente los oídos de la niña. Sabía que si todo terminaba ese momento iba a llegar pero aunque le había dado algunas vueltas, no había encontrado la manera adecuada de dar una noticia así. Una vez más se decidió por ser directo, decir las cosas claras le pareció la mejor forma de encararlo, la más honesta.

—Ellas no lo consiguieron.

—¿Qué no consiguieron? Habéis matado a todos los zombis, mi madre y mis hermanos estarán en alguna habitación, tenemos que mirar en todas. Os habréis dejado alguna seguro ¿Verdad papa?

El padre se llevó las manos a la cara y tuvo que sentarse a los pies de la cama para no caer.

—Cuando los zombis entraron en el Hotel, cuando nosotros vinimos aquí —Bastian se detuvo para mirar a Gwen— ellos fueron atacados junto con el resto de supervivientes.

—Y ¿Por qué no les ayudasteis? Nosotros os ayudamos, os dejamos entrar aquí ¿Por qué no las salvaste? Salvaste a los chicos de la excavadora esa de la nieve.

Bastian meditó un instante y luego nuevamente le respondió la verdad.

—En los primeros momentos pensé que todos íbamos a morir, no había solución, eran demasiados y nosotros no teníamos armas suficientes, ni cien policías hubieran podido. Permanecimos sentados en el sofá donde nos encontrábamos, en una esquina apartada del salón, esperando el momento en que se nos echasen encima para usar las pocas balas que nos quedaban para acabar con nuestras vidas. Sólo cuando comprendimos que los zombis no nos habían detectado decidimos movernos. Para entonces ya no quedaba nadie humano en el comedor. Si hubiéramos estado levantados cuando entraron o hubiéramos echado a correr como el resto ahora seríamos zombis como ellos. Tuvimos suerte, nada más.

Mario se sentó junto a su padre y se abrazó a él.

Caminaban con precaución. La pequeña no había consentido en separarse de nuevo de Bastian, tuvo que llevarla en brazos, sujetando al mismo tiempo la escopeta. Gwen cerraba la marcha y en el centro Mario continuaba abrazado a su padre.

Cuando entraron a la cocina los rostros de todos volvían a mostrarse abatidos. Los policías y los cazadores gesticulaban y hablaban entre gritos. Bastian le indicó a Gwen que les diera al chico y a la niña una taza de leche caliente. Se acercó a Alba y le preguntó cuál era la razón de las voces.

—Se ha recibido una llamada de la Comisaría de Ribes.

—¿Ya funciona el teléfono?

—De radio.

Bastian le hizo un gesto para que continuara.

—De alguna forma —las voces habían ido cesando y todos estaban ahora pendientes de las palabras del joven policía— la infección ha llegado al pueblo de Ribes.

—Y ¿Cómo habría sido eso posible? El Valle constituye un obstáculo natural y los zombis no van de paseo, ni conducen vehículos ni… —se detuvo y observó uno a uno a los policías uniformados. Todos tenían la cabeza baja y la mirada fija en algún punto del suelo— han sido ustedes. Ustedes han llevado un zombi al pueblo ¿Para qué? ¿En qué estaban pensando?

Alba se decidió a hablar. Era el más novato y sin embargo fue el único que se decidió a hacerlo.

—Un compañero resultó mordido en nuestra anterior expedición al Valle —un murmullo recorrió todos los labios— cuando les hice señales con la linterna. Al regresar, a mitad de camino me encontré con el Jefe, decidió… decidimos llevarlo a Comisaría. Todavía no habíamos visto como se comportaban ni —calló un instante— fue un error, una estupidez, debimos meterle un tiro en la cabeza. En lugar de eso lo encerramos en una celda, atado perfectamente a los barrotes. Era imposible que escapase.

—Pero lo hizo —lo interrumpió Bastian.

—No, no exactamente. Una patrulla de la Guardia Civil llegó a la Comisaría. Se produjo una confusión con la persona que dejamos, que dejó el Jefe, al mando allí, otro cazador amigo suyo —se llevó la mano a la frente y rascó hasta deshacer una costra de sangre— de alguna forma lo soltaron. Ahora todos están contagiados.

—¿Cuántos Guardias formaban la patrulla? —Intervino Arnau.

—Quince —respondió Alba.

—Así que ahora tenemos dieciséis zombis en la Comisaría.

Alba miró a Ramos y Piqué antes de responder.

—No sabemos cuántos zombis puede haber, han salido del recinto de la Comisaría.

—Y ¿Qué vamos a hacer? —Paseó la mirada por todos y cada uno de los policías— ¿Alguien tendrá que tomar esa decisión? —Arnau acabó fijando la vista en Alba.

El novato volvió a buscar la mirada de Ramos y ante la inacción de éste acabó asumiendo el mando.

—Tenemos que ir al pueblo, nuestras familias están en peligro —interrumpió Domingo y los otros cazadores asintieron, todos tenían seres queridos en Ribes.

—No podemos dejar que esas cosas se dispersen —Alba se dirigía a todos aunque miraba alternativamente a Bastian y a Arnau, el francés habló sin tapujos.

—Con las vías de transporte en perfecto estado y las comunicaciones operativas, hubiéramos tenido una probabilidad entre mil de lograr contener la infección. Con un temporal que no amaina y sin comunicaciones nuestras posibilidades de evitar que esta epidemia se propague son sencillamente inexistentes. Aquí la barrera natural del Valle junto con el temporal de nieve ha evitado, de momento, que los zombis caminen ya por toda la comarca. En terreno abierto el pueblo entero no tardará en caer, luego todo el país, el continente, y después…

—Toda la Humanidad —acabó la frase de Bastian el hermano Pietro santiguándose.

Un espeso silencio se hizo en la cocina, sólo se escuchaban las ráfagas de aire que azotaban la fachada y los silbidos del aire al colarse por las ventanas destrozadas, hasta los niños habían dejado de sollozar, parecían comprender la gravedad de las palabras que se acababan de pronunciar.

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