—Este calor no es normal. Cuando hace este bochorno es porque va a llover. Seguro que en los pueblos de alrededor ya se está preparando una buena tormenta.
—¿Tú crees?
—Tú hazme caso. Al final te hará falta paraguas.
Silencio.
Sí claro —pensé para mis adentros—. Pues no flipa.
Al cabo de unas dos horas, me tocó correr por la calle. Sin paraguas.
¿Qué narices les pasa a las madres/abuelas? ¿Poseen alguna especie de gen adivinador/gafe? ¿Son “mujeres del tiempo” camufladas? ¿Por qué todo lo aciertan? No lo entiendo.
Y da igual que me lo pregunte mil veces: no existe explicación.
Todo lo aciertan, oye. Y mientras tanto yo con sandalias y vestido pisando charcos (como seguro que todo el resto de población que no es ni madre ni abuela). Pero ellas no, ellas van con sus paraguas, sus gorros de tela de gabardina, sus chubasqueros y sus consejos y comentarios apocalípticos. Y te miran de reojo cuando llegas con el pelo esturufado con un “te lo dije” grabado a fuego en los ojos. Y te siguen diciendo que por qué no eres más responsable y previsora, y que por qué no llevas suelto nunca, que nunca se sabe en qué sitio no te van a poder dejar pagar con tarjeta, que “muy moderna eres tú”. Y te recuerdan que a quien madruga Dios le ayuda y que ya está bien de ir corriendo a todas partes, que aún te pasa poco para lo que te podría pasar. Y que lleves cuidado volviendo sola a casa por la noche, que a ver si te echas un novio “que tenga coche y que te traiga”.
BAH.
Ellas son así… y nosotras, asá. No saben que a nosotras ya no nos hace falta que nos lleven ni que nos abran la puerta del coche. No saben que nos mola el riesgo de ir siempre con tarjeta y mucho más aún el de salir con poco tiempo. Son pequeños placeres cotidianos un poco masoquistas pero sin los que ya no podríamos vivir… como por ejemplo salir de casa sin paraguas aunque esté nublado, ver Anatomía de Grey aunque siempre nos maten a alguien o entrar en Tinder pensando que entre tanto maromo se esconde nuestro doctor macizo particular. Ya, claro.
Pero nos gusta, forma parte de nuestros PPCM (pequeños placeres cotidianos masoquistas).
Llamadnos rebeldes si queréis.
Nosotras no pronosticamos el tiempo (Señor… ¡Pero si no sabemos pronosticar ni nuestra propia vida!), pero lo mejor de todo es que no queremos hacerlo: preferimos que el tiempo, ya sea malo, bueno o regular, nos sorprenda.
Que si se pone a llover ya nos taparemos con lo primero que pillemos. Que si se nos mojan los pies, andaremos a uno por hora para no piñarnos por la calle: no os preocupéis (¡y lo conseguiremos, aunque lleguemos sin dientes!), y que si hubiera que correr, correremos como la que más. Y si sale el sol, nos quitaremos el abrigo, la chaqueta, lo que sea que nos esté asando. Nos sentaremos en una terraza y dejaremos que los rayos nos den en la cara, nos quemaremos seguro porque siempre vamos sin crema, claro, pero no os preocupéis: cuando recojamos las pieles muertas por nuestra poca cabeza, aprenderemos. O no. Seguramente la volveremos a cagar. Y así seguirá el ciclo. Seguiremos mojándonos, resbalándonos, corriendo, queriendo retrasar el reloj, quemándonos o congelándonos por salir muy frescas cuando no toca.
Y nada pasará. Y que nada pase. Y ojalá todo siguiera igual. Porque estas absurdeces que ahora hacemos casi como por sistema, algún día (tristemente) dejaremos de hacerlas. Creceremos. Pronosticaremos el tiempo, cuidaremos de nuestras hijas, nietas o lo que sea, que a saber, porque nosotras tenemos más chungo eso de procrear con los ejemplares que nos han tocado como compañeros de planeta… en fin, daremos consejos carcas y trataremos a todo quisqui como si fuera un crío de colegio.
Llegará ese día. Así que mientras tanto, yo por lo menos prefiero seguir siendo así, un poco desastre, hasta que no me queden más narices que tener algo más de conocimiento.
Porque si no dejamos ahora que la lluvia nos cale, ¿cuándo lo haremos?
Y qué si llueve, y qué si nos ensuciamos, y qué si nos mojamos enteras. Que el tiempo nos llene con sus inclemencias y con su calor, con su granizo y con sus rayos de sol, con cada soplo de viento que nos venga a despeinar. Y qué si llueve.
Solo tenemos una vida y un momento para que no nos importe que nos bailen los pies sobre el asfalto mojado. Solo tenemos un rato para la locura, para cantar si nos da la gana aprovechando cada trueno que caiga, para besar a alguien con todas nuestras fuerzas mientras las nubes descargan toda su furia, para decidir algo a última hora, para apagar el despertador y luego ir corriendo, para ir a ese concierto o pillar ese vuelo, para conocer, para aprender, para llorar si queremos, para reír si queremos, para soñar… siempre.
Porque dicen que el tiempo del que disponemos es algo así como dos minutos y que la juventud dura poco más de medio.
Porque dicen que…
Hay que dejarse
M.
Archivado en: Cosas que contar(os) Tagged: espontaneidad, juventud, lluvia, naturalidad, tiempo, vivencias.