WENCHUAN, 8° RICHTER



John y yo volamos desde Lijiang a Chengdu el jueves 8 de mayo y tomamos un auto hacia Dujiangyan donde vive Shirley junto a su familia: mamá, papá, abuela y dos perros. Shirley es estudiante graduada de la universidad de Tarim en Xinjiang, donde estuvimos el año pasado. Ella está en espera de algunos trámites para su aprobación.

Pasamos la noche del jueves y el viernes en un hotel frente a su casa. El viernes conocimos la ciudad: Dujiangyan es una ciudad al norte de Chengdu, conocida por su sistema de irrigación que data de 2,300 años de antigüedad, el cual divide al poderoso río Min en dos canales y luego en cuatro para adentrarse por las calles de la ciudad, y así obtener las subdivisiones necesarias para proporcionar una irrigación adecuada a la llanura de Chengdu. Es una bonita ciudad con agua corriendo por todas partes.

El sábado, en el auto de Shirley, nos pusimos en marcha hacia nuestra aventura por el norte. El auto se asemeja a un Chery chino modelo QQ, motor de 800 cc y de regular tamaño, de color rojo brillante y decorado con el tema de Winnie the Pooh. Con el poder suficiente para recorrer los sinuosos caminos de la montaña que aguardaba por nosotros. Anduvimos durante 90 minutos hasta el desvío de la reserva de los pandas de Wolong y otra hora a lo largo de una carretera en mal estado en un hermoso valle, siguiendo la ruta de un torrente de vapor. Fueron necesarias hacer algunas paradas por reparacion en el trayecto y ya de vuelta al camino tuvimos que esperar más de una hora mientras seis volquetes cargados de rocas vaciaban su contenido en el estrecho camino. Luego una niveladora y rodillo de vapor alisaron todo.

Vimos a la mayoría de los sesenta-y-algo pandas que tenían allí, en tiernas posturas.

Desde ahí, continuamos con la ruta y pasamos la noche del sábado en la pequeña ciudad de Wenchuan, que cuenta con dos universidades, las cuales estudié como oportunidades posibles para trabajar como docente en el mes de septiembre.

El domingo por la mañana desviamos el rumbo hacia el este siguiendo otro río, el cual nos condujo a una villa Qiang. Los qiang son una de las 55 minorías de China.

En la entrada de la aldea, conocimos a una gentil mujer de unos 45 años, vestida con ropas tradicionales. Ingresó a nuestro auto y nos condujo hacia una colina, donde aparcamos y nos llevó a su casa donde pasamos la noche. Shirley hizo la negociación y conseguimos el cuarto, la comida y el desayuno para los tres por aproximadamente $ 22.00. La aldea fue construida en escalones sobre una colina escarpada, con la mayoría de los edificios (de dos o tres pisos) construidos con piedra pirca. No hay caminos sólo trocha de piedra afirmada. Consultamos sobre hacer senderismo y la anciana nos dijo que podíamos ir por cualquier camino del valle hacia cualquier asentamiento. No fueron pocos. Shirley preguntó si había algún restaurante valle arriba. Se rió y nos dijo que podíamos llamar a cualquier puerta y quienquiera que nos conteste nos alimentaría.

Ya el valle, avanzamos por un largo camino siguiendo el arroyo, hasta que se convirtió en una cascada y el camino se hizo zigzagueante. Había cabras a lo largo del camino y muy pocas personas. Era domingo y nos encontramos con unos niños en edad escolar dirigiéndose valle abajo hacia la escuela, probablemente en Wenschuan, donde acamparían por toda la semana. Al llegar a un establecimiento, temprano por la tarde, llamamos a la puerta y salió un hombre que nos invitó a pasar. La casa era de dos pisos con un muro que encerraba un pequeño patio. El abuelo, de 65 años, la abuela, de 58 años, la niña, probablemente seis y su hermano, tal vez cuatro. La niña estaba en cuclillas desnuda en una cubeta de plástico en el patio y la abuela estaba lavando su cabello. El abuelo era un estimable compañero que tenía las manos de un hombre que había pasado su vida moviendo piedras. Cuando terminamos de bañarnos la comida estaba servida: patatas cocidas, tocino, salchichas y té. Los miembros ausentes: mamá y papá, fueron "hacia arriba por el glaciar" a cosechar un tipo de hongo muy valioso para la medicina tradicional china, el cual sólo crece en esta época del año. Ofrecimos pagar por la comida, él declinó, insistimos, se negó. Terminamos dejando 50 yuanes ($7,50) esperando que no lo hubieran tomado como un insulto. Finalmente nos despedimos y regresamos a la aldea.

La comida estuvo muy rica en la aldea Qiang. Pudimos tomar duchas calientes si las hubiésemos pedido con anticipación a la anciana: Ella hubiera calentado el agua en la estufa y llenado el tanque. El baño tenía una vista agradable. A la mañana siguiente, lunes, acordamos despedirnos y enrumbar valle arriba hacia el pueblo de Gambao, una pequeña villa tibetana de unos 400 0 500 habitantes. Al igual que la aldea de Qiang, estaba construida con piedra pirca de dos o tres niveles que se emplazaban precariamente en la ladera de la colina.

Aparcamos en el nivel base, caminamos por el pueblo y encontramos un sendero junto a un arroyo que nos condujo hacia el lado oeste del valle. Delante vimos una torre a la que fuimos de excursión, y luego bajamos hacia un camino de cabras y cruzamos un puente de troncos que nos condujo a un pequeño asentamiento construido a lo largo de un camino de tierra que se prolongaba por el lado este del valle. Encontramos un grupo de gente en un amplio punto en el camino, nos sentamos en las rocas. Jugamos con una niña y la mujer más anciana nos invitó a su casa a su huerto de cerezas y nos animó a recogerlas. Cerezas buenas, dulces, jugosas. No estaban en mi dieta pero tomé unas cuantas, John y Shirley se saciaron.

Nos despedimos y seguimos de excursión calle arriba durante dos o tres horas más y alcanzamos otro establecimiento en una curva en el camino. Escogimos la casa con la puerta roja y tocamos. Un hombre de unos 50 vivía allí con su madre. Ella tenía 85, pero pudo haber pasado como de 100. Nos dijo que éramos los primeros extranjeros que ella recordaba haber visto por allí. Nos mostró su casa, de concreto armado, más moderno que la mayoría. Nos señaló la casa de enfrente donde su padre había nacido. Dijo que no era una gran cocinera y llamó a su hija por su teléfono móvil, ella vino y cocinó fideos con carne de cerdo y verduras de color verde para nosotros. No ofrecimos pagar, pero dejamos 35 yuanes en la mesa. Después de que nos fuimos, salió detrás de nosotros diciendo que habíamos dejado un poco de dinero: Quiso devolverlo.

Alrededor de dos tercios del camino estaba caminando con Shirley y cantando una canción de amor, "Today". Cruzamos la mirada en el mismo instante que la tierra comenzó a moverse bajo nuestros pies. Estábamos junto a una montaña muy alta y escarpada. John y Shirley comenzaron a correr por la misma vía, pero para mí era más seguro quedarme allí mismo. Levanté la mirada hacia la montaña escarpada y vi que grandes rocas se desprendían y rodaban hacia mí. Rocas realmente grandes, que se aflojaban, saltaban y volaban hacia mí. Desde mi lugar saltaba de izquierda a derecha para evitarlas. Algunas rocas se estrellaron sobre la colina, estallando en una lluvia de pequeños guijarros, por lo que tuve que moverme rápidamente de aquél “lugar seguro”. Sentí que iba a morir y que me estaba jugando los tiempos suplementarios. En mi maniobra me pude acercar a John y Shirley que, habían encontrado una gran roca sobresaliente y que sabiamente buscaron protección bajo ella y me pegué a ellos. La sacudida continuó durante un minuto o dos, y la cascada de rocas y deslizamientos siguió por un tiempo mucho más largo después del terremoto.

Nos quedamos bajo la roca el tiempo suficiente para retomar el aliento y conversar sobre lo que acababa de ocurrir. Desde luego, todo acerca de nosotros: cómo saber, si habíamos sido las únicas personas en el mundo que habían sido testigo de este terrible fenómeno. Cuando miramos alrededor no pudimos ver otra cosa que nubes del polvo elevarse por todas partes del valle, encima, abajo y a través de nosotros. Nos preguntamos, pero nuestros pensamientos no estaban enfocados sobre qué debíamos hacer. Fuimos rápidamente hacia el establecimiento de la mujer de las cerezas. Justo cuando llegamos, hubo otros temblores enviando más rocas hacia abajo. Nos refugiamos junto a los lugareños en un amplio sector del camino. Algunas casas habían sido destruidas y un auto fue aplastado pero nadie pareció estar herido. Los temblores fueron casi constantes. Un deslizamiento de tierra que casi se llevó al asentamiento continuó lanzando rocas durante horas. Todos parecieron resueltos en quedarse al aire libre en un lugar más seguro. Se hicieron planes para poner una tienda de campaña para que todos pudieran pasar la noche.

Llevábamos pantalones cortos, camisetas y sandalias. Como resultado del frío, un hombre se atrevió a entrar en su casa y nos trajo tres trajes tibetanos de cuerpo entero para mantenernos calientes. Nos quedamos allí acurrucados durante un par de horas cuando algunas personas de Gambao vinieron camino arriba y pidieron que todos nosotros fuéramos para allá. Nos sentíamos seguros donde estábamos y el camino que tendríamos que cruzar era un desfiladero muy escarpado con una avalancha activa. Negociamos un rato y finalmente fuimos con ellos. Había cantos rodados por todo el camino pero lo recorrimos sin incidentes.

Nos reunimos en el estacionamiento, en la parte baja del pueblo. Pudimos ver la ciudad en la ladera de la montaña, con muchas casas derrumbadas. No había escuchado ningún informe acerca del número de muertes, pero hubo una historia en la que varias personas que habían asistido al funeral de un hombre que había muerto el día anterior, perecieron. La torre que recorrimos ya no estaba más. La gente cosechó con rapidez un puñado de coles en el área más abierta para convertir el suelo desnudo en un área de carpas. Un hombre en muletas surgió como líder y alistó a todos los hombres sanos de 18 a 40 al deber de la milicia e hizo que unos transportaran material a las tiendas de campaña y que otros preparen la comida.

Gente cuyas casas habían sido destruidas, cuidaron de nosotros viendo que estuviésemos calientes y tuviéramos suficiente comida con qué alimentarnos. Eran alrededor de las 7:00 pm cuando vimos aparecer una fila india de niños de primaria de una escuela cercana entrar al pueblo. Normalmente los niños tibetanos y chinos tienen la sonrisa en el rostro, pero estos llevaban la mirada sombría, en blanco, de haber pasado las últimas cuatro horas –o más- acurrucados a un lado de la escuela viendo caer una lluvia de rocas cerca de ellos. La sensación de alivio que los padres tuvieron al reunirse con sus hijos era palpable y emocionalmente abrumadora para mí. Las personas construyeron una hoguera y se sentaron en torno a ella toda la noche. Los temblores siguieron. Llovió ligeramente y estar en las tiendas de campaña no debió ser nada agradable. La gente nos ofreció el mejor lugar en su humilde refugio pero John, Shirley y yo nos quedamos sentados en el coche de Shirley durmiendo con cierta incomodidad durante toda la noche.

El espíritu en Gambo fue abrumador. Las personas cooperaban y se apoyaban mutuamente. Ellos compartían en lugar de arrebatarse las cosas. Nos sentimos cómodos, seguros y conectados a la comunidad. Por la mañana John tenía aproximadamente a 50 alumnos reunidos en torno a él mientras les daba una improvisada lección de inglés. Yo los organicé en un coro con las dos canciones que pensé que conocían: la canción del ABC y Happy Birthday. Pasamos parte de la mañana en las tiendas con los estudiantes comunicándonos lo mejor que podíamos. Las autoridades de la capital local, Lixian, supieron de alguna manera que había extranjeros en Gambao y enviaron un mensaje que debíamos quedarnos allí. Los oficiales locales quisieron llevarnos a Lixian en un carro policía y nos preguntaron acerca del por qué decidimos quedarnos a dormir al aire libre si pudimos salir de Gambao en nuestro carro. Llegamos a un acuerdo, John, Shirley y yo subimos al patrullero y otro policía condujo el carro de Shirley y salimos rumbo a Lixian. El camino fue prácticamente borrado por cantos rodados, encontramos un volquete destrozado, postes de electricidad caídos, un autobús partido a la mitad y áreas cubiertas de desprendimiento de tierras. Había una casa grande de ladrillo con un agujero de tres pies en la pared y una roca de las mismas dimensiones delante de ello, como sacado de las caricaturas del coyote Willy. El policía condujo tan rápido como era posible y el paseo tan aterrador como el terremoto del día anterior.

Lixian se encontraba a pocas millas al oeste y lejos del epicentro. No hubo edificios derrumbados pero algunos tenían grietas. La gente vivía prácticamente en sus autos como lo hicimos en la aldea. Algunos estaban en tiendas de campaña. No había electricidad ni teléfono móvil. Algunos negocios abrieron pero la ciudad por lo general se mantuvo cerrada. Llegaron cientos de soldados a la ciudad tras haber recorrido algo más de 60 kilómetros, pero había poco por hacer en Lixian. Barrieron las calles y algunos de ellos fueron enviados para la reparación de carreteras. Las autoridades de la ciudad de Marekang, la capital de la región y ciudad más grande, se enteraron también de la presencia de extranjeros y querían que fuéramos allá para tenernos bajo su protección. Hubo tres autos repletos de gente de Lixian que buscaban regresar a Chengdu, estaban esperando que los caminos a Marekang se despearan. Formamos una caravana de cuatro autos. El auto de Shirley desarrolló problemas de motor, recalentándose con frecuencia. Sobre una larga colina, uno de los coches en una maniobra muy peligrosa, tuvo que tirar de nosotros con una cuerda.

Nos topamos con un puesto de control de policía y al reconocernos como extranjeros, nos pusieron un patrullero escolta hasta Marekang. Nuestras cámaras fueron confiscadas brevemente mientras se aseguraban que no hubiéramos tomado fotografías de los daños provocados por el terremoto. Eliminaron algunas y nos enviaron a un hotel donde nos dijeron que sólo podíamos salir para cenar.

Tuvimos más noticias del terremoto: fue mucho más grande de lo que habíamos imaginado. Destruyó la ciudad de Wenschuan, donde pasamos la noche del sábado, pero el mayor número de muertos se registró en Dujiangyan, la ciudad natal de Shirley. Shirley pudo contactarse con su familia por celular, todos estaban sanos y salvos, pero su casa ya no era segura para vivir. Pasaron la noche afuera de la casa y a la mañana siguiente partieron para Ya’an donde se establecieron en un hotel. El número de muertos se estimó en aproximadamente 15,000 en total. Por la tarde, las aulas de una escuela se desplomaron aplastando a los estudiantes que allí se alojaban y que tomaban la siesta.

El maravilloso gerente del hotel nos permitió usar la computadora de la oficina con internet y por primera vez pude enviar un mensaje breve a mi familia avisándoles que estaba vivo. Ellos se enteraron del terremoto gracias a múltiples fuentes de información.

Dejamos el auto de Shirley en Marekang y nos apilamos en los otros tres vehículos. Todo el jueves condujimos fuera de la zona del terremoto por el oeste hacia Kangding. Camino áspero, conductores apresurados. Alrededor de dos horas, en el norte de Kangding, el novio de Shirley, Fen y su madre, nos recibieron entre abrazos y lágrimas. Fen es hombre y como tal, su auto era para él: una gran Toyota SUV 4 x 4, con el que allanó el camino rugoso.

En Kangding nos dirigimos al este, hacia Ya’an, donde conocimos el padre de Shirley. Hubo cena para toda la caravana, gracias a su apoyo. Tres coches llenos de gente que nos había guiado durante dos días, gente que nunca había conocido antes. ¿Qué tan buena puede llegar a ser la gente?

Ahora estamos en Chengdu.

Yo sé que soy muy afortunado. Sé que tengo la suerte de estar vivo. Los chinos dicen que soy afortunado porque nací en el "Año del Cerdo de Oro". Pero creo que soy afortunado porque tengo amigos que cuidan de mí, y amigos de mis amigos, y a veces incluso desconocidos.

Muchas gracias por todo, amigos.

Jim Batterson

Cary, Carolina

Terremoto de Wenchuan, Sichuan

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