SENDERISMO. Un corto paseo entre sabinas descubre el nacimiento de este afluente del Pisuerga
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Buscarle las fuentes a un río, a cualquier río, es algo así como levantarle las faldas a la mesa camilla para ver lo que hay debajo, no importa que sobre ella se muestre el más suculento manjar, la tentación es irresistible. Hay a quien siempre le ha despertado más curiosidad lo que no se ve que lo queda a la vista, por eso en cuanto contempla un río, ya sea regato o arribes, no puede aguantar el picoteo de conocer cómo será esa corriente en el momento de venir al mundo, el sonido de sus primeros lloros. En realidad, buscarle las fuentes a un río es uno de los empeños que más se parecen al peregrinaje: a cada paso que se da corriente arriba uno se vuelve más metafísico y metafórico, aunque siempre agobie la evidencia de que desde Jorge Manrique es mejor no intentar la metáfora.
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El Esgueva es uno de esos ríos con mala fortuna y pésima imagen. No sólo no compone hermosos meandros ni cuenta con alguna mínima cascada, sino que encina en el pasado se hizo famoso por dos cosas políticamente bastante incorrectas: ser capaz de las más traidoras avenidas y un inútil para desaguar la porquería ingente que sin piedad se le echa encima. Hasta Góngora se explayó a gusto:
Tal vez por todo ello uno siente incluso hasta cierta compasión cuando se planta bajo la sabina solitaria que es testigo de sus primeros chorreos y piensa en lo que le queda por discurrir hasta echarse en las aguas de un Pisuerga tan presumido que, 124 kilómetros más abajo, hasta farda de marear un barquito propio.
EL PASEO
Aunque habrá quien lo discuta, el Esgueva tiene sus fuentes –varias- en las faldas meridionales de las Peñas de Cervera, a un par de kilómetros escasos del burgalés pueblo de Briongos. Para pasearse hasta ellas hay que entrar en el pueblo por la calle Carretas hasta la iglesia y dejar el coche en el corro de casas donde finaliza el asfalto y comienza el camino del cementerio. El río, aunque todavía no se ve, corre tan sólo unos metros por debajo del pueblo. También pasa bastante desapercibido el cementerio, a unos 500 metros del corro de casas, algo apartado hacia la derecha y con la apariencia, desde lejos, de ser poco más que una vieja alquería en desuso. Un vistazo más cercano permite comprobar una vez más que el encanto más sublime reside en la discreción.El camino no tiene pérdida, discurre en paralelo con el cauce del río por su margen derecha y no presenta, por ahora, desvíos. Mientras, las montañas que lo dan cauce se agrandan a cada paso. A un lado y al otro, la masa verde oscura que domina el paisaje se muestra como la suma de los importantes sabinares que recubren esta pedregosa sierra. Al frente, resulta claro el desfiladero que como quien no quiere la cosa se ha ido haciendo un río Esgueva al que nadie creerá cuando lo cuente en la capital, Valladolid. A los entendidos en el movimiento de las capas tectónicas, la contemplación de los plegamientos rocosos, perfectamente distinguibles todo a lo largo de la línea de sierra que queda a la vista, espectaculares para un profano, les resultará cosa de críos. Es como escudriñarle las capas a un brazo de gitano empezado.
Como a un kilómetro del pueblo el camino y el río se adentran juntos por el único paso que permite la montaña en un compadreo donde no falta tampoco algún idílico, aunque siempre sencillo, rincón. Se deja atrás la vieja tenada de Valdeavellano y, mientras se contempla cómo el Esgueva adelgaza a ojos vista su por aquí ya más que escuálido cauce, la geología produce el milagro de un inesperado ensanchamiento en el que de nuevo hay sitio para los campos de labor. El regazo solitario que el río ve en sus primeros pasos es un enorme circo montañoso bien vigilado por las cúspides del Valdosa (1.414 m.) y el Alto Pelado (1.339 m.). Justo en el punto en el que el río atraviesa por las bravas el camino, hay que abandonar éste para tomar el sendero menos marcado que arranca por la izquierda. Enseguida se llega al manantial de Zamazorros. Pero el viaje hacia el lugar en el que brota el Esgueva, la fuente de Los Casares, aún se prolonga unos metros más. Descubrirlo no requiere más pericia que la de saber distinguir el surco de un regato.
EN MARCHA. El río Esgueva tiene sus fuentes en la vertiente meridional de Las Peñas de Cervera, a tres kilómetros del pueblo burgalés de Briongos. El acceso hasta esta localidad puede hacerse desde Oquillas, en la autovía N-I, 20 kilómetros al norte de Aranda de Duero, enlazando después las de Pinilla Trasmonte, Santa María del Mercadillo, Ciruelos de Cervera y Briongos.
LA RUTA. Paseo a pie o en bicicleta de montaña de 6 kilómetros, ida y vuelta, inapreciable desnivel y ninguna dificultad. Puede descargarse el track en Wikiloc.
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ROMÁNICO. Los primeros pueblos que el Esgueva se encuentra a su paso atesoran interesantes muestras de arte románico en muchas de sus iglesias y ermitas. Merece la pena detenerse ante la portada de la iglesia de Santa María de Mercadillo; de Pinilla Trasmonte, con una bella fachada renacentista y pila bautismal románica; el templo de Oquillas, con llamativos canecillos en su ábside; como en el de la iglesia de Bahabón; o los muy interesantes de Terradillos y Pinillos. Este último considerado como uno de los de mejor estilo de la “escuela del Esgueva”. Para visitarlo basta preguntar en el pueblo.
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