Serranías, leyendas y un observatorio espacial en el entorno del río Sotillo
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGODicen que en años buenos los bosques que rodean la localidad de El Hoyo de Pinares, en el esquinazo suroriental de la provincia de Ávila, salen un millón de kilos de piñas. Y aunque suene a mucho, basta echar un vistazo a la inmensidad de los pinares que dan nombre a la comarca abulense de Tierra de Pinares para pensar que podrían ser aún muchos más. De hecho, a mediados del siglo pasado, cuando resina, piñas, piñones y madera tenían otro valor y precio, la actividad que se generaba en torno a estos densos pinares era, además de artesanal, frenética. Y hasta peligrosa, dadas las acrobacias que exigía la recolección, entre las que se contaba la ineludible necesidad de trepar por el tronco hasta la copa para recoger el fruto. Tampoco era la única actividad arriesgada de la que vivía el pueblo. Ya en el siglo XIX El Hoyo de Pinares era famosa en el entorno porque la abundancia de sus yacimientos mineros iba un poco más allá de lo normal. A finales de ese siglo, en El Hoyo había 16 minas de cobre, 4 de plomo, 2 de hierro y una de cobre y plomo.
Hoy esos contornos son más de soledad que de ajetreos. Recorrer en unos kilómetros los pliegues serranos que enlazan a su vez las sierras de Guadarrama, por un lado, y Gredos, por la otra, es asomarse a un paisaje agreste por el que se descuelgan en barrancas pequeños arroyos y cursos fluviales de mayor entidad, como el que traza el río Sotillo en su discurrir hacia el Cofio, tributario a su vez del Alberche. Es en ese entorno concreto donde el contraste de las laderas, tapizadas de viejos pinares, y el fondo del valle, en el que se apiñan antiguas huertas, todas ellas abandonadas, conjuga con mayor armonía y belleza.
El paseo
Este garbeo concreto busca la complicidad del Sotillo para adentrarse por el corazón de los pinares. El punto de partida es la pista forestal que arranca justo en el kilómetro 8 de la carretera AV-561, circulando de El Hoyo de Pinares hacia Valdemaqueda. A dos pedradas de ahí, el arroyo de Las Palizas, que viene culebreando desde Las Navas del Marqués, pasa a conocerse como río Sotillo. Ese es un buen lugar para dejar el vehículo y dejarse provocar por la intensidad de unas fragancias pinariegas que se quedan tan adheridas a la piel como al recuerdo. La pista es ancha y enseguida se arrima al curso del Sotillo para mirarlo desde arriba, dejando ver también en algunas revueltas la sucesión de huertas que, a uno y otro lado, buscaron en el pasado el frescor húmedo de su vega. Hoy todas ellas son campos de amapolas y gramíneas en flor.La ventaja de esta –y de las otras pistas por las que discurre el paseo- es que corren a media ladera, lo cual significa, hablando de pinares como estos, unas estupendas vistas de lo que acontece en las laderas de enfrente. Y en las de más allá cuando la serranía se abre mostrando la sucesión de valles y picachos encrespados unos tras otros. También de lo que acontece en unos cielos que cuentan con el atractivo añadido de acoger el vuelo majestuoso de rapaces como el águila real o el buitre negro, que prolongan hasta aquí sus vuelos desde el cercano espacio natural protegido de El Valle de Iruelas, donde tienen sus escondidos refugios.
A los tres kilómetros del inicio la pista, que ha ido descendiendo poco a poco, llega a una bifurcación que será, casi al final de paseo, punto de confluencia para regresar hacia el coche. Por el momento el paseo gira por el brazo derecho para alcanzar enseguida el lecho del Sotillo y pasar al otro lado por un viejo puente. Toca después recobrar parte de la altura perdida mientras se dejan a la derecha un par de pistas menores, para llegar, a 600 metros del puente, a un cruce en el que se sigue de frente, es decir, en el mismo sentido que llevan las aguas del Sotillo. De hecho, el siguiente kilómetro discurre por la llamada Hoya de los Sebastianes sin mayores sobresaltos, viendo abajo las vueltas del río, arriba las rapaces, en las laderas los pinos y, asomando entre unas y otros, los picachos rocosos que conforman la Peña Arcón o Peña Halcón. Dice la tradición que en su base, para quien lo quiera buscar, hay enterrado un tesoro “dentro de un arcón” y en una cueva dejado por los moros cuando les tocó ceder el territorio a los cristianos en tiempos de Reconquista.
Tras haber dejado a la izquierda un ramal que baja a una finca cercana, estos mil metros de pista finalizan en una nueva bifurcación en la que se ha de continuar de frente. Obviando un nuevo ramal, que en esta ocasión baja hacia el río 300 metros después, es preciso estar muy atento para no pasarse, 600 metros más allá, las ruinas de unas tenadas que quedan algo separadas a la izquierda de la pista (N40 28.909 W4 22.186). Es la única referencia para abandonar esta y descender ladera abajo hacia la orilla del río en un punto con muchos pedruscos que podrían ayudar a pasar al otro lado. Pero esto se hace mejor por un pontón de granito que enlaza las dos orillas tan sólo unos metros río arriba (N40 28.938 W4 22.110).
En la orilla opuesta lo que hay es el vallado de una finca, por delante de la cual se pasa, para iniciar la remontada y la vuelta al punto de partida. Enseguida se abre una bifurcación que parece vigilada por un enorme pino partido por la mitad pero todavía en pie. Hay que proseguir por el ramal derecho, junto al arroyo de Los Hornillos, para en 500 metros salir a una pista más ancha. Es la misma que en kilómetro y medio, si no se toma ninguno de los ramales que salen por la derecha, lleva hasta la primera de las bifurcaciones, junto al puente de piedra.
Quien a estas alturas piense que el paisaje es en este tramo más de lo mismo corre el peligro de no ver, asomando en la lejanía, la gigantesca antena espacial de la Estación de Seguimiento y Adquisición de Datos de la NASA que despunta como un lunar blanco entre el verde denso de los pinos. Más fácil de localizar que el tesoro de Peña Arcón, se trata de la impresionante antena de 70 metros de diámetro y 8.500 toneladas que, entre otras cosas, sirve para comunicarse cada día con la sonda Voyager I, a casi 15 horas-luz de la Tierra. Es la misma que se utilizó en 1969 para apoyar el primer vuelo tripulado a la Luna.
EN MARCHA. A El Hoyo de Pinares se puede llegar desde Ávila por la CL-505 tomada hacia El Escorial. Cerca de Navalperal de Pinares se halla el cruce al que llega la AV-502 que lleva hasta El Hoyo. Esta última es una de las que registra mayor número de accidentes de moto de toda la Comunidad.
EL PASEO. Recorrido de 12 km sin señalizar por los pinares del Sotillo. Es fácil de realizar en unas tres horas y tiene escasos desniveles, aunque sí algún repecho. Hay que estar muy atento al momento en el que hay que abandonar la pista para bajar hacia el río. Conviene descargarse el track del paseo.
DESCARGA AQUÍ EL TRACK DEL PASEO
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Source: Siempre de paso