Tú, que siempre creíste en el vals.

¿Por qué lo malo es siempre más fácil de creer?

Me viene a la cabeza esa escena de Pretty Woman, en la que Julia Roberts le dice algo así a Richard Gere. Ella está recordando el momento en que su vida cambió. Él intenta bajar al suelo y empezar a ser humano. Y cuenta. Y hablan. Supongo que en ese momento, ahí es cuando se enamoran. Siempre pasa en todas las películas. Es un hecho.

Primero se conocen, y no por Tinder, ni por Adopta un tío, ni en ningún pub ni discoteca. No. Eso no existe en ningún cuento. Ellos se conocen como por casualidad, como por culpa del destino;  ya sabes:  por alguna casualidad de esas poco probables para ti, que eres como yo, y que como mucho (muchísimo), sólo te paran por la calle captadores de socios de ONG´s. Tú, que si te chocas por la calle con alguien, levantas la cabeza y ves (en el mejor de los casos) a la señora del quinto con las bolsas de Mercadona y no al tío bueno de turno con su mejor sonrisa y el teléfono anotado en la frente. No, sabemos que eso no suele pasar.

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Tú, que si pierdes el metro llegas tarde, te aguantas y te toca pagar un taxi, y acabas en el trabajo igualmente (no, no te llaman y te dicen que han movido la empresa de sitio y que te vas a las Bahamas de descanso mental, ni que te mandan de intercambio a Escocia, ni a París a contar macarons, ni nada más lejos de la realidad), sólo que encima con bronca incluida; yo te cuento desde aquí, que si fueras la protagonista de una película romántica, seguramente ese cúmulo de catastróficas desdichas habría desembocado en un maravilloso encuentro con un increíble chico de ojos azules y cartera llena.

Fijo que sí.

Pero no. A ti, mejor dicho, ni a ti ni a mi, nos pasaría eso. Porque nosotras somos de fichar, de apuntar, de fregar, de barrer, de hincar codos, de ser multiusos y multifunciones, de aguantar cosas inaguantables, de soportar que nos toquen los ovarios una y otra vez hasta amasarlos como pan. Nosotras, que leemos para soñar y bebemos para olvidar. Que se nos estropea el coche y nos toca llamar al seguro, que no aparece un mecánico sudado y manchado de aceite a arreglarnos el desaguisado. Que aunque compráramos todos los boletos, ni aun así, nos tocaría la lotería. Que nos toca trabajar la suerte, que sabemos que sola nunca llega.

Y que sí (silencio con pesadumbre): que nos dejan y no vuelven. No, amigas, no: nunca vuelven.

Pero en una peli siempre vuelven. Porque así va la cosa. Primero, lo que os contaba, se conocen por algo superguay e interesante, algo emocionante, algo para contar. Luego vienen las fotos polaroid en la cama, los cafés a medias, la leña cortada para la chimenea, la canoa por el lago, la música de fondo y el “oh, cómo lo sabías? Pero si es mi canción favorita!” y él dice “en serio? la mía también! te parece que sea nuestra canción?” y una lagrimita asoma por el ojo derecho de ella y dice que sí, claro. Y entonces qué pasa. Que para dar intriga, aparece algún ex, algún trauma, algún viaje de trabajo que pone a prueba la valía del amor. Y vienen los problemas, las separaciones, los lloros y los trenes.

Pero pase lo que pase, siempre vuelven. S-I-E-M-P-R-E.

A ti si te dicen que quieren un tiempo.

A ti si te dicen que se bajan a por tabaco.

Olvídate.

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Tú, pringada amiga mía. Tú hace tiempo que, como yo, dejaste de creer en las películas. Madrugas. Trabajas. Estudias. Sales a cenar rapiñando cada euro que puedes rapiñar. Ligas lo justo y necesario para seguir sintiéndote en el mercado sentimental, pero siempre vuelves a casa pensando que “la cosa está fatal”, que “para esto, que me quede como estoy”.  Y miras a tus amigas con novio de reojo y piensas “¿Y alguien me puede decir qué cojones estoy haciendo yo mal?” Pero luego piensas, y te dices a ti misma: “oye, ¿y lo bien que estás así, qué?”.

Tú, amiga mía, eres exigente con los ejemplares masculinos que osan soplarte. Hace tiempo que pensaste que, ya tienes una edad y que quien entre en tu vida ha de ser cómo mínimo, decente. Ya te importa menos que tenga barba o que esté relativamente fuerte. Ahora sabes que cuanto más tiempo dejes pasar hasta mezclarte con otro de tu especie, más posibilidades hay de que tú tengas arrugas y él entradas, o viceversa. Y empiezas a hacer la vista gorda. Y anotas mentalmente que es más sensato buscar uno con trabajo que uno con camisa de cuadros. Hace tiempo, alguien que comenzaba con mayúscula, me dijo que nunca me juntara con chicos con camisa de cuadros, que no eran de fiar. No sé por qué lo dijo, la verdad, pero supongo que lo tendré en cuenta, por si acaso.

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Tú, que aunque ahora digas digo, donde antes dijiste Diego, siempre creíste en el vals. Siempre quisiste una boda en el campo con un montón de flores, que eres de esas que se fijan en los apellidos de los chicos que le gustan y se imaginan los nombres de los niños. Tú, valiente pardilla enamoradiza, que hablas con los ojos y respiras por el corazón. Ñoña de manual. Que crees que en esta sociedad estás de más, porque la gente se ha vuelto fría cual hielo, y que sólo alquila, y ya no compra, y no hablo de pisos. Tú, que te has acostumbrado a ser impermeable, a lograr que te resbalen las cosas que nunca te han gustado, a salvar tu corazón cambiando tu forma de pensar. Tú, que crees que eres tan así, y que el mundo es tan asá, que el problema tal vez, lo tengas tú. Que basta ya de tanto vals.

Tú. Tú sabes que Julia Roberts tenía razón, y siempre tendemos a creer mucho más lo malo. Porque, por alguna extraña razón, lo malo es siempre más fácil de creer que lo bueno. No llego a entender porqué, pero es verdad. Si te dicen que estás guapa, lo hacen porque te quieren. Si te dicen que haces bien algo, más de lo mismo. Pero si te dicen que haces mala cara o que la has pifiado en el trabajo, instantáneamente piensas que eres fea y torpe. Y bueno, en mil y una situaciones más, y en tropecientosmil comentarios más.

¿Por qué no nos podemos creer más lo bueno?

Deberíamos ser…cómo lo diría…

Más creídas.

Y creer que estamos mejor de lo que pensamos, y que contamos mucho más de lo que pensamos, y que levantamos muchas más miradas de las que creemos. Y creer que aunque hace tiempo que ya no creemos en las películas, existen cientos de miles de cosas importantes en las que creer. La primera, nosotras mismas. La segunda…que cada cual establezca sus propias prioridades. Y así una tras otra.

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Porque la vida, pringadas mías, no tendría sentido sin chicas como nosotras. Porque ponemos sal y azúcar al mismo tiempo. Porque mezclamos vino con helado y no nos hemos muerto. Porque escribimos y (aún) no estamos locas. Porque leemos poesía y aun así no somos suicidas. Porque nos reímos de nuestras historias y les sacamos el lado positivo con nuestras amigas, en cualquier bar de caña a euro.

Porque hemos sobrevivido a naufragios y a terremotos emocionales, y sí, aún tenemos ganas de volver a sentir. Porque nos lo jugamos todo por un último primer beso. Por, tal vez, un primer te quiero. Que nos lo jugamos todo por sentir fuego en la mirada y chispas en los dedos. Y volver a cantar las de Eliza Doolittle cual ñiña boba. Y volver a abrazar como si no hubiera mañana. Y volver a mirar en Pinterest bodorrios campestres.



Porque sí, aunque sepamos que las películas son mentira, nos encanta verlas con un montón de palomitas.

Porque sí. Todavía, y aunque nos hayan quitado todo lo demás, no nos han quitado las ganas de bailar un vals.



M.

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