Es necesario saber que estas emociones, además de generalizadas, son normales, pero no debemos permitir que paralicen una decisión basada, probablemente, en una necesidad profunda y manifiesta de contar con ayuda ante situaciones que la mayoría no podemos manejar en casa.
No obstante, a pesar de esta necesidad, muchos se sienten estigmatizados por dar este paso, tanto por su visión sesgada y nacida de su propia exigencia, al pensar que están «abandonando» a su familiar para dedicarse a sus cosas, como por el miedo a lo que opinen nuestros seres queridos, que pueden mantener el concepto anticuado de «asilo», lugares donde antaño, los cuidados dejaban mucho que desear, o en el mejor de los casos, no distaban demasiado de los que podíamos ofrecer en nuestra propia casa.
Pero ese panorama hace mucho que cambió. Las Comunidades Autónomas, con sus órganos de Inspección, velan porque todas y cada una de las residencias para personas en situación de dependencia, mantengan unos estándares de calidad muy exigentes. Tampoco podemos obviar el hecho de que el sector ha experimentado un gran crecimiento y la oferta es numerosa. Ambos factores, obligan a cada centro a ofrecer los mejores servicios, tanto para poder competir con el resto de residencias, como para cumplir con las prerrogativas que los organismos oficiales les imponen.
En la actualidad, podemos elegir multitud de centros que ofrecen especialización en su tratamiento, terapias que benefician al usuario, profesionales que garantizan sus cuidados, tanto médicos como personales, y que ayudan a que los síntomas de ciertas patologías crónicas se estabilicen, o incluso, lleguen a mejorar.
Cada situación es compleja y tiene sus particularidades, pero en líneas generales, toda persona que se encuentre en una posición similar, debe hacerse una serie de preguntas:
¿Mi casa está adaptada para las necesidades de una persona dependiente?
¿Poseo las herramientas y conocimientos para afrontar emergencias médicas y cuidados sanitarios complejos?
¿Tengo la fortaleza psicológica necesaria para enfrentarme a una situación adversa que se alargará en el tiempo?
¿Disfruto de tiempo o recursos suficientes, para que la persona en situación de dependencia esté acompañada en todo momento?
Si la respuesta a alguna o todas estas preguntas es «No», nos encontramos ante la obligación moral de ofrecerle a la persona dependiente los cuidados que nosotros, por mucho amor que podamos profesarles, no somos capaces de brindarle.
Alguien que está todo el día en casa, al cuidado de una persona dependiente, centra sus energías en el cuidado directo, olvidándose de sí mismo y, en muchos casos, descuidando su propia salud, tanto física como psicológica. Reconocer que carecemos de tiempo y energía, admitir que no sabemos tratar con enfermedades o patologías que apenas comprendemos, y asumir que no somos capaces de llegar a todo, no nos hace peores personas, sino cuidadores más responsables.
Reconocer una limitación no nos convierte en peores personas, no se trata de «internar» a nuestro familiar para olvidarnos de su existencia. Dar el 100%, en la mayoría de casos, es imposible, además de insano para el cuidador que, si se descuida, se convertirá a sí mismo en una persona que necesitará tratamiento para sobrellevar una situación que no es capaz de manejar, no porque quiera menos a la persona necesitada, sino porque carece de los conocimientos y herramientas necesarias para garantizarle la mejor calidad de vida posible.
Utilicemos pues, las ventajas que nos ofrecen estos centros especializados y concentremos nuestros esfuerzos en lo que mejor sabemos hacer: brindar cariño, amor y compresión a nuestro familiar, programando visitas continuadas de calidad, dejando todo lo demás a profesionales, con vocación de servicio y mejor preparados que nosotros.