Ruinas

-Yo todavía te amo.
-Pues ámame.
-Te extraño.
-Pues extráñame. Envíame amor cada vez que pienses en mí y déjalo así. No será para siempre. Nada lo es.

(Come, Reza, Ama)

Las fincas que están construyendo delante de mi casa, hace tres meses y doce días, iban por la segunda o tercera planta. Cada día, desde entonces, me asomo al balcón y las veo avanzar. Observo las grúas amarillas, el polvo en suspensión, la ilusión de quien, dentro de varios meses, vivirá en ellas. Desde hace tres meses y doce días, todos los días hago dos cosas. Primero, con el café todavía ardiendo entre las manos, miro a la calle por la que entran los coches, para ver si los milagros todavía existen a este lado de la ciudad. Segundo, miro las fincas de reojo y siento que, cuando estén terminadas, bonitas y listas para entrar a vivir, yo también lo estaré.

Tal vez lo logre antes que ellas.

Siempre he sido competitiva.



Hace poco vi, por fin, “Come, Reza, Ama”. Resulta curioso cómo algunas películas llegan en el momento indicado: ni antes, ni después. Justo a tiempo. Todo llega cuando tiene que llegar. Las lecciones, las frases que te marcan para siempre, el equilibrio, el olvido, la inspiración divina, la comprensión. Incluso, entender esta cita: “Las ruinas son un regalo, son un camino a la transformación”. Si no palpáramos el sufrimiento en algún momento dado, jamás podríamos llegar a entender cuánta belleza encierra un corazón roto, ni existiría el arte, ni escribíamos desde dentro sin importar quién lee ni cómo lo lee. Sin convertirnos en ruinas, jamás creceríamos.

Así que gracias a la vida por dejar que construya un hogar mejor para mí misma, con mejores cimientos, ladrillo a ladrillo. Gracias por permitir que pueda volver a decorar este interior con tanto mimo. Gracias por dejarme entender que yo soy y seré siempre mi mejor amiga, y que he de tratarme siempre como tal. Gracias por ayudarme a quitar la venda que me cubría los ojos y cederla al corazón para apretar bien fuerte cada una de las grietas que me dejó quien se marchó dando un portazo.

Cuando entiendes que la salvación está en tu interior, te curras mucho más eso de protegerlo. Por ello, no me arrepiento de ninguno de los muros que he levantado, porque no están aquí por casualidad ni para aislarme del mundo, ni para alejarme de todo cuanto he amado. Existen porque me quiero tanto que deseo lo mejor para mi.

Si algún día, cuando acaben de construir las fincas y yo sea capaz de volver a abrir todas mis puertas, quieres saber qué fue de mí, no desordenes nada. Sé cuidadoso. Llama despacio si te atreves a hacerlo a través de tantas paredes. Recuerda cuánto costó cortar el hilo y soltarnos las manos.

Si algún día te preguntas qué pasó con cada dieciséis de marzo sin que halles respuestas, en algún momento de soledad y reflexión, no las busques en mí, porque yo sigo sin tenerlas. Busca la salida. Sigue la luz. No me culpes si das vueltas sobre ti mismo sin saber qué ha pasado ni dónde se han ido tantas risas.

Guarda cada pensamiento, cada baile, cada carretera infinita. Guárdalo todo y envíamelo. Envíame amor cada vez que pienses en mí, cada vez que me eches de menos y déjalo así.




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Etiquetas: Reflexiones

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