Un día de invierno, sorprendió a uno de los hijos que regresaba del pueblo, una gran tormenta de nieve. El clima era terrible y el joven perdió el camino de regreso a su cabaña en medio de las montañas nevadas, por lo que vagó sin rumbo hasta caer inconsciente en la nieve.
Estaba a punto de morir congelado, cuando sintió en su rostro un aliento cálido y húmedo que lo hizo despertar. Frente a él se encontraba un vigoroso perro de robusta constitución, que llevaba una manta en el lomo. De inmediato el joven se apresuró a envolverse en la manta y con un poco de esfuerzo se tumbó sobre la espalda del animal, que con mucho trabajo logró trasladarlo el resto del camino.
La tempestad no mostraba clemencia y el campesino temía por la vida de su hijo sin poder hacer nada más que esperar. Ya se encontraba desesperado cuando sintió frente a la puerta lo que parecía ser un ladrido. Con sorpresa descubrió que uno de los perros a los que tanto maltrataba le había salvado la vida a su hijo, no sabía qué pensar.
De inmediato tomó a su hijo en brazos y lo cubrió de mantas frente al fuego. Luego regresó por el perro, que se encontraba tendido en la entrada desfallecido sin fuerzas y lo atendió con igual devoción. En lo adelante el campesino nunca más dañó a un animal, de hecho creó un refugio para perros como aquel al que tanto le debía. Le puso como nombre San Bernardo y muchas historias se han contado de aquellos perros que asistieron y refugiaron a cientos de caminantes que transitaban por el paso.