Viajé a Estambul en diciembre de 2011, pocos días después de regresar de Japón así que aún arrastraba el jetlag y andaba algo descolocada. Tampoco tuve que hacer mucho cambio de ropa en la maleta porque el frío que pasé en Yokohama era el que me esperaba en Turquía.
Tenía reservado un hotel a pocos minutos caminado desde la Plaza Taksim, el lugar más caótico en el que he estado jamás: miles de personas caminando de aquí para allá y un tráfico absolutamente infernal y descontrolado. Ese caos es una de las caras de Estambul. La otra es su riqueza cultural, artística y monumental que hacen de esta agitada ciudad enclavada a orillas del Bósforo, un destino inolvidable.
Soy de las que no me gusta sentirme turista. Y eso incluye evitar el típico look de cámara al cuello, mapa en una mano, y guía en la otra. Lo que pasa es que a veces es difícil huir de ese estereotipo. Hay ciudades que se prestan más a callejear y a dejarse llevar sin un rumbo demasiado definido. En Estambul es necesario trazar una ruta o sino estás perdido. En el sentido más amplio de la palabra. Por ejemplo, hay que tener claro qué mezquitas visitar. Hay más de 100 y todas tienen algo que las hace diferentes. La Mezquita Azul y Santa Sofía son las de mayor fama pero existen otras que son auténticas joyas como la mezquita de Suleiman, que también es una de las más visitadas.
El mayor símbolo del poderío que en su día ostentó el Imperio Otomano es el Palacio Topkapi, residencia de Sultanes y un inmenso complejo perfectamente conservado y que requiere un día entero para explorarlo con detenimiento. Recuerdo que acabé exhausta pero a la vez maravillada por tanta belleza.
Pero al margen de los vestigios del pasado, Estambul es una ciudad con un importante movimiento artístico que bebe de oriente y occidente dado a su privilegiada situación geográfica. Galerías de arte y una mas que emergente generación de diseñadores, entre los que uno de sus máximos exponentes es el estudio Autoban.
Imágenes: ToC ToC Vintage
Y claro, no puedo pasar por alto una de las mejores atracciones de la ciudad: ir de compras. El Gran Bazar no es ni de lejos el mejor lugar para llevar a cabo esa actividad. Principalmente porque todo es carísimo ya que está enfocado al turismo. Además, soy de las que me cuesta regatear. Ya lo pude comprobar cuando fui a Marruecos y sudé la gota gorda para comprarme unas tristes babuchas… Mi recomendación es curiosear por las tiendas que están alrededor de la Torre Gálata. El ambiente es mucho más tranquilo y se encuentran cosas interesantes. Y para rematar la jornada de shopping, nada mejor que tomarse un té en el minúsculo y acogedor Café Otantik, uno de esos lugares que no salen en las guías y que descubres por casualidad. Y esa es la parte que más me gusta de viajar. La que es fruto de la improvisación.