Perdón por el pan duro, por las botellas vacías y por los cercos que me dejaron los vasos en la madera, siempre se me olvidan los posavasos. Perdón por las libretas llenas. Sin papel, sin espacio, sin más hueco que el que deja un recuerdo. Perdón por recibirte en pijama. Perdón por no tener nada que ofrecerte. ¿Quieres agua? Un vaso, tal vez. Unas galletas rancias con canela, quizás. No sé dónde dejé mis modales. No me educaron para ser fina, o si, pero ya no recuerdo ni las pautas, ni las normas no escritas. Debería abrirte con un traje negro de lana fría, con un tacón negro y una bandeja de Ferrero Rocher. Con un recogido. Con la casa recogida. Con mi vida recogida. Con una sonrisa de película. Sin mover tanto las manos. Sin tocarme tanto el pelo.
Perdón por no contar con que llegaras. Lo debí imaginar. Últimamente vivo con orejeras. Sólo miro adelante, no me fijo en quién viene por los lados ni en quién llega por detrás. Disculpa tanto egoísmo. Disculpa que solo vea lo que se mueve frente a mí. Disculpa que no te haya visto hasta ahora. Y ahora. Perdón por no saber cómo actuar si te tengo cerca.
Hace mucho que no entra nadie por aquí. Verás que el sofá sólo conserva la forma de mi cuerpo. Verás que el mando de la tele lleva mi nombre con una etiqueta colgada. Tenerlo así me hace pensar que tengo el control sobre algo, al menos. Verás que en la entrada tengo un perchero lleno de sombreros que nunca me pongo. Seguro que te preguntas por qué nunca me has visto con ellos. Tal vez pienses que me quedarían bien. O tal vez no. Creo que eres de esos que prefieren chicas desastre, chicas de las que van perfectamente desaliñadas, aunque en realidad esté todo igual de medido que el look de una actriz de Hollywood en la alfombra roja de los Oscars. Tal vez debería advertirte que ninguna chica es tan natural como parece. Que a veces todo forma parte de una fachada irreal cargada de inseguridad. Que ni yo me siento orgullosa de ir de (im)perfecta, ni las chicas perfectas de ir de (no)naturales. Que todas nos escondemos de algo, desde la más guapa hasta la más fea.
Si quieres te cuento todos los secretos que guardan mis muebles. Que siempre rompo las medias a la primera. Que todo lo que no quiero perder lo guardo por las esquinas de los cajones. Que compruebo mil veces que he apagado el fuego y que he girado la llave. Que me da miedo mirar por la mirilla por si veo monstruos al otro lado. Que no sé quitarle la batería al móvil, ¿te lo puedes creer? Si quieres te cuento que solo leyendo me siento libre y solo escribiendo completa. Y que sería mucho más feliz si Jimmy Durante sonara más veces en mi cabeza.
Y que si tú te pasaras más veces por mis sueños, tal vez, ya no habría remedio.
Pero pasa, siéntate.
Que me ha costado mucho aprender a abrir la puerta.
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