Tras tres horas y media de viaje llegamos a este pueblo de pescadores que se convirtió casi por arte de magia en destino turístico e industrial. Pero de eso hablaremos luego, ya que después de dejar las cosas en nuestro hotel, nuestro guía nos llevaría al pequeño pero ultramoderno aeropuerto de Pisco.
Allí ya calentaba motores la avioneta con la que íbamos a sobrevolar un paisaje único en el mundo.
Sobrevolamos a una altura de 800 metros poblaciones como Ica o San Antonio, pero llamaba más la atención las mágicas sombras que proyectaba el sol usando el relieve desértico de una tierra llena de magia.
Y de repente surgen bajo nuestras alas las primeras formas en la arena.
De ellas, el cóndor, la araña y el colibrí son las más famosas y fotografiadas...
¿Cuál es el origen de estas formas que se extienden por una superficie de casi 350km² en las Pampas de San José?
Todo comienza en 1927, cuando casualmente se descubrieron las figuras de la misma manera que nosotros, al sobrevolarlas en una avioneta. Más tarde, el descubrimiento fue estudiado concienzudamente por Paul Kosok y Hans Horkheimer que creyeron que era un calendario astronómico. Pero quizá el nombre más conocido sea el de María Reiche, que durante décadas custodió e interpretó las líneas para descifrar su enigma.
Hay que partir de la base de que esta pampa es uno de los mejores lugares del mundo para observar el cielo y las estrellas, gracias a la transparencia de su cielo y la posibilidad de disfrutar de fenómenos como solsticios y equinoccios. Se ha llegado a ver en numerosas ocasiones, por ejemplo, el planeta Marte como un punto rojo en el cielo, algo difícilmente apreciable desde otro punto del planeta Tierra.
Las líneas en si mismas, son pequeños senderos de una anchura entre medio y varios metros, realizados quitando la tierra y las piedras de la superficie en un espesor de varios centímetros. Al hacer esto se logra un contraste entre el claro fondo de basalto y la tierra de la superficie. La razón de su longevidad se debe a que están en una zona con escasos vientos y unas precipitaciones casi nulas, ya que llueve un total de 30 minutos en dos años.
Las teorías fueron muchas, desde que eran pistas de aterrizaje para extraterrestres hasta que fueron hechas para atraer al incipiente turismo.
Pero hay dos que tienen unas bases firmemente asentadas. La primera es la astronómica, que dice que las líneas indicarían fenómenos como los nombrados solsticios y equinoccios, las estaciones del año, el agua, la siembra y la cosecha.
La antropológica se centra en las figuras como tótems propiciatorios de clanes o familias, que representan a dioses de la naturaleza vinculados al agua y la fertilidad.
Como vemos no hay nada claro en su significado ni en su propósito, por lo tanto el misterio continúa sin poder ser resuelto por a ciencia.
El vuelo acababa y debíamos volver, sobrevolando los campos de labranza del distrito de La Tinguiña...
Y el oasis de la Huacachina, el más grande de América y una vez famoso por sus curativas aguas, que propiciaron la construcción de un balneario, hoteles y restaurantes.
Fascinados por la experiencia vivida, regresamos a Paracas, ya que al día siguiente visitaríamos una reserva natural impresionante.
Con un clima seco y soleado la mayor parte del año, la antigua aldea de pescadores se convirtió en un destino turístico no sólo por su clima, sino también por la proximidad a las Líneas de Nazca y a la Reserva Natural de las Islas Ballestas.
La riqueza y diversidad de la fauna en esta zona, nos permite incluso observar a pocos pasos de nosotros a coloridos flamencos que buscan comida en las playas de arena rubia que bordean el litoral.
Y precisamente ese iba a ser el objetivo del día, acercarnos a conocer la fauna marina que tan imprescindible ha hecho conocer esta zona de Perú.
Para ello tomamos una de las lanchas rápidas que nos lleva a las Islas Ballestas, un conjunto de islotes rocosos habitados sobre todo por las llamadas aves guaneras, el zarcillo, el piquero y el guanay.
Antes de rodearlas y disfrutar de su agreste paisaje y de las especies que las habitan quiero hablarles de algo muy especial que tiene que ver con las aves que acabo de nombrarles.
Si se fijan en las imágenes, podrán observar que las aves hacen sus nidos y viven sobre los peñascos que surgen de las aguas del Pacífico y cubren la superficie con sus excrementos.
Pues imaginen ustedes la cantidad de los mismos que pueden producir las casi cuatro millones de aves migratorias que alternan sus residencias en estas rocas.
¿Y qué tiene este dato de especial? Muy sencillo, el guano es el mejor fertilizante natural que existe en el planeta por su alto contenido en nitrógeno y fósforo, y las Islas Ballestas producen más de 20 toneladas de guano por año, con una demanda que no para de crecer por el auge de la agricultura ecológica que requiere de abonos naturales que sustituyan a los químicos. Si importancia fue tal, que a partir de mediados del siglo XIX llegó a importarse a Estados Unidos e Inglaterra, alcanzando elevadísimos precios.
Voy a explicarles el procedimiento de su recolección.
Cuando el grosor de la capa de guano es suficiente, los operarios se acercan en barca hasta el islote elegido y recolectan en grandes sacos el guano obtenido.
Posteriormente lo llevan a unos grandes depósitos donde el guano fermenta y queda almacenado hasta que se lleve a tierra en grandes gabarras para su procesamiento y envasado.
Todo esto ocurre en el mayor de los islotes, donde se encuentra un pequeño conjunto de viviendas donde durante seis meses viven los recolectores, dedicándose plenamente a su trabajo de recogida del preciado excremento aviar.
Tras conocer estas islas guaneras desde el mar, proseguimos la ruta marítima que bordea los principales islotes, donde viven familias enteras de leones marinos...
Aunque no tuvimos oportunidad de verlos, los pingüinos de Humboldt también son habitantes habituales de las Ballestas. Y todo ello gracias a las corrientes frías que hacen abundante la presencia plancton y algas esenciales para la vida marina.
Las caprichosas formas de los islotes no dejan de sorprendernos.
Antes de volver a tierra nos detuvimos frente a un punto de la costa de obligada parada, el Candelabro de Paracas. Con 180 metros de largo y una antigüedad calculada en unos 2.500 años, este geoglifo posee casi tantas interpretaciones como las Líneas que sobrevolamos ayer.
Puede verse desde unos 20 kilómetros de la costa y sobre todo desde el aire, por su gran tamaño.
Es por ello que las teorías sobre su utilidad incluyen la de que es una señal para dirigir las naves extraterrestres hacia el puerto sideral de las Líneas de Nazca hacia las que apunta, pasando por ser un indicador de la dirección de la Cruz del Sur, guía de navegantes, o una pista para encontrar un legendario tesoro inca.
Ya en tierra, y hambrientos tras una jornada intensa, nos dirigimos al malecón del Chaco a almorzar.
Tuvimos la suerte de que uno de los restaurantes más recomendados del pueblo, el Sol de Paracas, estaba abierto. Puedo decirles que allí comí mi primer y mejor cebiche de todo el viaje. En ningún otro sitio me supo tan bien y disfruté tanto de este plato tan típico de la gastronomía peruana.
Y de segundo un delicioso chicharrón de pescado.
Tras el delicioso almuerzo regresamos al hotel para recoger nuestro equipaje, ya que volvíamos a Lima para volar, de madrugada a la Ciudad Blanca de Arequipa.