también de Felicidad.
Hola, soy Susana Rico Calleja y nací en las frías
tierras del Cid Campeador.
Donde las colinas parecen mares de oro en verano y en invierno los pájaros en lugar de
trinar estornudan y llevan bufanda. Ahora, supongo que también llevarán mascarilla.
Hablar de mi tierra es hablar de morcilla, de caminantes que se hacen camino al andar hacia Santiago de Compostela, de catedrales góticas y sobre todo de sopas de ajo hechas en fuentes de barro a fuego lento sobre las ascuas.
Así es como recuerdo a mi abuelo, junto al fogón, cortando el
pan en rebanadas, ni muy finas ni muy gruesas, “niña, ¿te has enterado?” Rehogando el
pimentón y los ajos en abundante aceite de oliva.
Las sopas de mi abuelo eran de esas espesas que te llenaban de color los carrillos a la primera cucharada y te hacían apretar los dientes. De esas que no se enfriaban nunca por mucho que soplaras.
Mi abuelo vivía en un molino. Él era el molinero.
Mi abuela la molinera y mis primos y yo los nietos del molinero.
Mi infancia transcurrió en ese molino al que los aldeanos de los pueblos de al lado venían a moler el trigo y la cebada, entre el polvo blanco del molino, rodeada siempre de primos, entre
juegos en la calle, entre subidas a los árboles para recoger la fruta, entre baños en el río
dejándote arrastrar por la corriente. Entre terneros a los que daba el biberón más por placer
que por obligación, mis abuelos también tenían una granja, y entre cerdos y gallinas.
Mi abuelo además tenía una huerta.
Aún recuerdo la explosión de sabor de las pequeñas fresas
recién cogidas. Ese mismo sabor que se me viene a la boca cada vez que cierro los ojos y que
he buscado en cada fresa que he comido después.
Yo era la cazabichos.
Siempre tenía uno en alguna caja o en algún bolsillo. Un saltamontes,
una mariquita, un grillo, una araña, un escarabajo. Cazaba lagartijas con moscas. Las
encerraba entonces entre mis manos para que me hicieran cosquillas mientras buscaban una
salida y luego, cuando me cansaba, volvía a dejarlas en libertad.
Mi infancia es sinónimo de Naturaleza y también de Felicidad y ¡cómo no! de cómics de Tintín.
Mi amor por la lectura se lo debo a mi gran amiga del colegio Olga Hernández, que fue quien
me llevó por primera vez a una biblioteca. Puede que hoy le deba ser quien soy.
Ahora, ya no vivo en ese maravilloso lugar donde pasé mi infancia, llamado Escuderos y
situado a 6 km del pueblo más cercano dentro de la estepa castellana.
A los 22 años, después de estudiar Secretariado Internacional en Madrid, conocí al que hoy
es el padre de mis hijos y cambié el frío por el sol y los mares de trigo por el mar
Mediterráneo.
Desde entonces vivo en una pequeña y preciosa ciudad de casitas blancas en el Sur
de Andalucía. Nerja.
Nerja es el lugar donde nacieron mis tres retoños calvos y pelones, aunque ahora sean ya
más peludos que un hombre lobo.
El nacimiento de mi primer hijo me hizo darme cuenta de que me encantan los niños y
empecé a trabajar de animadora sociocultural. Con la llegada del segundo y sobre todo del
tercero, me propuse aprender a escribir historias para unir mis dos grandes pasiones: los
niños y los libros.
Con 48 años a cuestas sigo procurando ser esa niña alegre y despreocupada que un día fui.
Me siguen encantando los bichos y dejarme arrastrar por la corriente del río o enfrentarme a las olas. Me gusta subir montañas y gritar desde la cima “te quiero” a la persona que amo.