Noviembre

Que no palpite tu corazón. No rías muy fuerte. No comas carne procesada. No piques entre horas. No fumes. No bebas nada más que no sea agua, o como mucho, una copa de tinto al día. Y aparca el café: bebes demasiado, y lo sabes. No salgas de casa sin secarte el pelo. Ni se te ocurra andar por ahí con este tiempo sin paraguas. Olvídate de ver tanto la tele, que quema neuronas. No trabajes tanto. No te estreses, que te saldrán más canas de las que ya tienes. No discutas, que si te alteras, hiperventilas. No lleves la contraria, mejor calla, sonríe y asiente.  No sientas. No te enamores. Eso nunca. Finge hasta que no puedas engañarte más a ti misma. ¿Sabes cuál es la mejor forma de no tener problemas? No vivas. No aspires. No sueñes. No respires.
 
POST HOY

 Noviembre siempre me recuerda que se acerca diciembre y sigo soltera. Debería existir una empresa de alquiler de novios por Navidad. Pero vaya, a nadie se le ocurre crearla. Noviembre es la antesala de la época de cursiladas por excelencia, de los regalos, de las compras compulsivas, de las quedadas por devoción Vs. obligación, de los gastos exagerados, de las calles iluminadas y las aceras plagadas de pies pisándose buscando un hueco para poder andar.  Noviembre me gusta. Porque empieza a picar el frío de verdad. Y yo soy de frío. El verano es para los que tienen chalets o los que están forrados y se pueden permitir no trabajar y estar de viajes durante tres meses. Yo, como ni una cosa ni otra, prefiero el invierno. Que sí, que ya sé que noviembre es aún otoño, pero yo me entiendo.
Noviembre me gusta. Porque se hace corto. Porque me gusta cómo suena cuando pronuncio su nombre. Porque no es diciembre. Porque me recuerda a Noviembre dulce, e inevitablemente a Keanu Reeves, claro. Porque me hace sentir que todavía me queda algo de tiempo para aprovechar lo que queda de año y sentirlo más especial todavía. Pero a la vez me genera adrenalina, porque me quiero dar prisa. Y todo noviembre mezclado, como si fuera una gran masa de bizcocho, me produce un sentimiento de esperanza, temor y añoranza. Esperanza porque lo que viene promete, temor porque dentro de un mes, será un año menos,  y añoranza porque…no lo sé, la verdad. Supongo que estoy trabajando tanto que echo de menos personas, lugares y tiempo. Y lo que antes estaba de más. Pues eso. Que ahora está de menos.
Y como a vosotros también os echaba de menos, aunque sólo haya pasado una semana larga, os escribo. Y quiero compartir algo que lleva escrito mucho tiempo.
Porque llegará un día en que no estemos, pero hasta que ese momento llegue, vivamos.
posthoy1

Aquel día estaba en el trabajo. Era un día como otro cualquiera, pero más tranquilo de lo normal. Atareada, como siempre: porque en mi trabajo, aunque esté tranquilo, siempre hay trabajo; la gente siempre quiere comprar, o devolver, o comprar para devolver. O “esto me lo llevo, pero esto te lo cambio, pero esto es sólo un cambio de talla, pero esto lo devuelvo. Y fíjate, porque cada cosa es de un ticket y de una forma distinta de pago”. Y a ti, que te arde la cabeza, no te queda otra que asentir, sonreír, respirar, y esperar que no se te haga mucha cola con todo lo que tienes que hacerle a la clienta en cuestión.
Con los años, creo que he conseguido mantener la calma. Controlar los nervios y los momentos tensos, puesto que es algo clave para alguien que se sitúe tras una caja. Aunque cueste algunas veces. Pero es imprescindible, porque tu cara es lo último que ven, y no está bien que se lleven una mala impresión. No, eso nunca está bien. Y a veces, es un marrón. Porque todos tenemos días malos. Y todo, hasta la capacidad de actuar se ve mermada por la flojera anímica. Porque yo, por lo menos, no nací para actriz, eso seguro. Y aquel era un día raro. De esos que te levantas con el pie izquierdo. Que estás triste, confundida, asqueada. Tratando de poner mi mejor cara, sin saber bien si lo estaba logrando.
Hasta que llegó ella. De repente, una chica aparece directa a mí, con cara larga, con cierta tristeza en la mirada.
-Perdona, te quería preguntar una cosa. Mi prima ha fallecido  y tenía estas tarjetas en la cartera, ¿sirven para algo?
La chica saca de un bolsillo varias tarjetas abono, de esas blancas que se dan a cambio de un ticket regalo. Vaya palo, pensé. Comprobé el contenido de las tarjetas, vacías, todas. Y la miré fijamente, tratando de mostrarle algún tipo de consuelo o comprensión, o lo que fuera que le hiciera falta.
Me dedicó una breve sonrisa y se marchó, pensativa. Y yo también, pensativa. Un día estás, al otro no. Y te dejas mil cabos sin atar, tarjetas abono que, la gente que te quiere, no sabe ni para qué sirven. Y te dejas, puede que lo peor de todo, sea que te dejes a personas. Personas que tal vez no sepan lo mucho que las quieres. Personas que son incapaces de asimilar que te has marchado. Y van a una tienda de ropa, a tratar de arreglar parte de tus cosas pendientes, por pequeñas que sean.
Porque un día estamos. Al otro no. ¿Y si hoy fuera tu último día, qué harías? ¿Gastarías esa tarjeta abono comprando un vestido? ¿Te darías un último homenaje en tu restaurante favorito? ¿Cogerías un helicóptero hasta Roma, para tacharlo de tu lista de ciudades por conocer?
No lo creo. O bueno, igual tú sí. Pero yo no. ¿Sabes lo que haría yo? Coger a esas personas que se cuentan con las dos manos. A mi familia, la cercana, la que cuenta. A vosotras dos, siempre. Tierra, impulso, magia. Y a ellos. Porque son lo más bonito que me ha pasado en mi corta vida. Y cogería a mis mejores amigas. A ellas, les diría que fueron los verdaderos amores de mi vida.
Y me sentaría, cinco minutos, conmigo misma. Con mi taza de estrellas grises entre las manos, cargada de café con leche y azúcar moreno. Pensaría una media de diez minutos en lo que han hecho estas dos manos. En lo que han escrito, en lo que han viajado, en lo que han acariciado. Pensaría en mis canciones favoritas, en el primer concierto de Izal, en Tierra, cantada por Ferreiro en directo. Pensaría en qué bella es la vida cuando la vida es bella. Pensaría en la puerta cinco, en el jardín botánico, en las arrugas de mi abuela, y en cómo pasa el tiempo. Pensaría en este momento. En ti. Pensaría en ti. Pensaría en todos nuestros momentos. En todos nuestros intentos. En nuestra falta de entendimiento. Y en la balanza.
Y seguramente, en un último acto de locura, cogería el teléfono y te diría que te quiero.
9ff8b0313bfd828306b4dfe594ad26d6

Ahora ya no es entonces. Ahora es noviembre. Tres de noviembre. Pero sigo pensando en lo que pensé aquel día. Sigo creyendo que la mejor forma de vivir para siempre, es no vivir. Sigo pensando que la mejor forma de no tener problemas, también es no vivir. Sigo sintiendo que no decirle a alguien que le quieres, cuando sí le quieres, es ir muriendo poco a poco cada día.
Así que, hazme un favor y si quieres a alguien, díselo. No tengas miedo a los problemas, ni mucho menos a vivir, porque llegará un día en que no serás más que unas cuantas tarjetas abono. Permíteme la dureza, pero alguien te lo tenía que decir.
Yo voy a arreglarme. He decidido que, por hoy, no pienso trabajar más.
¿Quedamos luego para bailar?

M.

Archivado en: Relatos, Uncategorized Tagged: Amor, Blog personal, Escritura, historias, lachicadelosjueves, reflexiones, Relaciones
Fuente: este post proviene de La chica de los jueves, donde puedes consultar el contenido original.
¿Vulnera este post tus derechos? Pincha aquí.
Creado:
¿Qué te ha parecido esta idea?

Esta idea proviene de:

Y estas son sus últimas ideas publicadas:

Día 16. El mundo, de Jimmy Fontana, sonaba esta mañana en San Isidro desde el balcón de alguien, en el edificio que queda a la izquierda de mi casa. Sentada en el sillón de mimbre pintado de blanco, c ...

Día cinco. Durante estos días de confinamiento me he dado cuenta de varias cosas. Algunas son bastante absurdas, otras tantas tienen relativa importancia y, las que dejaré para el final, creo que marc ...

No. No siempre es fácil. El amor no siempre te hace reír. En ocasiones, no fluye la comunicación, el drama llama a la puerta por un mal gesto o por una palabra desafortunada, la verdad se esconde por ...

Antes. A veces, solo a veces, me reía de tu música. Eso que escuchas parecen cánticos de catequesis para niños. Me duermo. Parece que estemos en misa. Venga va. Quítalo. Y tú, durante unos instantes, ...

Recomendamos