David tan sólo tiene 5 años. Es un crío. Quiere, saltar, subirse a sitios, jugar a la pelota y sobre todo quiere correr, correr como los demás niños pero no puede, el invierno se lo impide.
Jugar al balón es un tormento. Alcanzar en una carrera a sus compañeros de juegos una quimera. Un poco de esfuerzo y su pecho se vuelve lija y su aliento fuego. Y por si fuera poco, los sibilantes. Esos silbidos que salen de su garganta, el aullido cruel de las flemas que inundan sus bronquios. Cantos de sirenas que conducen su infancia hacia los escollos del asma siempre que intenta navegar como un niño.
Diciembre de 2015.
Kirill tan sólo tiene 5 años. Es un crío. Salta, se sube a sitios, juega a la pelota y sobre todo corre. Corre como los demás niños. Nada le detiene ni el invierno.
Jugar al balón es divertido y alcanzar a sus compañeros de juegos en una carrera, fácil. Un poco de esfuerzo y su pecho se hincha de aire y de su garganta salen gritos de alegría y de vez en cuando llamadas a David para que vea como mete gol, alcanza la canasta con su pequeña pelota o se tira por la tirolina. Y David celebra sus chiquilladas y le anima a superarse. ¡Otro gol! ¡Otra canasta! ¡Muy bien, así se hace Kirill!
Y Kirill juega feliz porque es niño, está sano y su tío David le vigila, le protege y de pasada el niño asmático que fue salta, se sube a sitios, juega a la pelota y sobre todo corre feliz pues el destino, 47 años después, le ha dado una segunda, en la respiración sana y la felicidad segura de su sobrino.
¡Otro gol! ¡Otra canasta! ¡Muy bien, así se hace Kirill! ¡Así se hace David!