Nuestra situación, tal como se nos presentó entonces, apenas era menos
aterradora que cuando creímos estar enterrados para siempre. No veíamos ante nosotros
más perspectivas que la de ser inmolados por los salvajes, o la de arrastrar una
existencia miserable de cautividad entre ellos. Ciertamente, podíamos ocultarnos por un
tiempo a su observación entre la fragosidad de los montes o, como último recurso, en el
barranco de donde acabábamos de salir; pero moriríamos de frío y de hambre durante el
largo invierno polar, o seríamos descubiertos últimamente al esforzarnos por llegar
hasta los indígenas.
La comarca entera parecía hormiguear de salvajes, cuyas multitudes, que
percibíamos ahora, habían llegado desde las islas hasta la parte sur en balsas nuevas, sin
duda con el propósito de prestar su ayuda en la captura y saqueo de la Jane
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