La historia se centra en Nadia Vulvokov (Natasha Lyonne) en el día de su cumpleaños número 36. Como regalo sus dos mejores amigas le organizan una gran fiesta, con música y decenas de invitados. Es de noche y todo marcha bien hasta el momento en que Nadia sale de la fiesta y muere atropellada.
A partir de ese instante Nadia se ve atrapada en un bucle temporal que la hace revivir una y otra vez el día de su cumpleaños hasta su muerte; siempre con pequeños cambios que la ayudan a entender qué es lo que sucede y cómo puede salir de este loop.
Muñeca rusa juega con la idea de los multiversos de una forma que en nada tiene que ver con los efectos especiales del cine de terror o de ciencia ficción (como en Feliz día de tu muerte o The Good Place). Leslye Headlan, Amy Poehler y la propia Natasha Lyone, creadoras de la serie, logran adaptar esta premisa al mundo actual para mostrarnos una sociedad en la que el individualismo, el consumismo salvaje y la falta de fe en otros son cosas de todos los días.
La actuación de Natasha Lyonne (American Pie, Orange is The New Black) es más que brillante. Nadia es esa adulta independiente, popular y medio perra que todas queremos ser, un personaje a quien podemos amar y odiar al mismo tiempo y con la misma intensidad. Es ruda y directa, no importa si eres su amigo o no, siempre dirá exactamente lo que piensa, cómo lo piensa y jamás pedirá disculpas.
Sin embargo – y aquí es donde entra en juego el título de la serie- hay más capas que esa en la historia de Nadia y de Muñeca rusa. Y cada una se va desenvolviendo como una matrioska que se vuelve cada vez más compleja, cada vez más seductora, cada vez más interesante. Al paso de los episodios descubrimos la parte humana de Nadia, y que detrás de ese exterior seco hay desde culpas y remordimientos, hasta cariño y generosidad.
De esta forma Muñeca rusa puede verse incluso como una historia sobre redención que nada tiene que ver con la moral, pero sí con asumir nuestra responsabilidad como seres humanos; de reconocer nuestras heridas (las recibidas y las provocadas) pero más importante aún, de intentar sanarlas antes de dejar este mundo.