MONARCA



¾ ¿No quieres jugar con tus amigas?

¾ No, papá ¾me dijo resuelta¾. Quiero patinar.

Con sus cinco años, Aria, estaba decidida a aprender a patinar. Ya lo había intentado con anterioridad, desde luego, pero me llamó la atención la firmeza que tenía puesta en este objetivo. Me percaté de que las otras niñas tenían scooters y bicicletas, y desde luego iban a ir más rápido que ella, así que no le insistí.

¾ ¡Hola Aria! ¾saludó a lo lejos la mayor de las niñas.

Aria respondió el saludo sin mucha efusividad y me indicó dónde ir para cambiarle el calzado por los patines.

¾ ¿Quieres venir a jugar? ¾preguntó la niña.

Aria, con no tanto convencimiento, asintió. Cuando nos sentamos para ponerle los patines yo le indiqué que debía ser más amigable al momento de saludar. Ella insistió que lo que realmente quería era patinar. Al rato la mayor de las niñas vino hacia nosotros y dijo sin ningún reparo, así como son los niños, que las otras niñas no querían jugar con Aria.

Sentí un hincón en el pecho. Una mezcla de fuego y dolor me recorrió. Nadie quiere que sus pequeños sufran el rechazo y mucho menos a tan corta edad. Seguí poniéndole los patines mientras buscaba las palabras precisas para que mi hija no se sintiera mal. Yo estaba confundido y con bronca. Aria apenas mostró alguna emoción al respecto y me apuró. No vi un solo gesto de pena en su rostro. De todos modos, solté algunas frases conciliadoras, pero ella solo me miró y con un tono de no-te-preocupes-que-no-me-importame preguntó si ya había terminado.

¿Acaso el deseo de mi hija, de apenas cinco años, era más fuerte que socializar y jugar como todos?

La otra niña, en cambio, dijo que se quedaría para jugar con Aria.

Con los patines puestos se puso de pie y se impulsó resueltamente. Ambas niñas dieron un par de vueltas al centro del parque. Debo acotar que la otra niña iba sobre un scooter y a pesar de ello Aria la siguió un poco lento, pero sin perder el paso.

Estuve siempre detrás de ella, por cualquier accidente, viendo cómo se balanceaba de un lado a otro, impulsándose y dominando los patines que en otras ocasiones no le habían resultado tan amigables. Me emocioné. No perdió el equilibrio y no se cayó.

¾ ¿Viste, papi? ¾sus ojitos brillaban¾ ¡Lo hice!

¾ ¡Sí, hijita! ¾sentí como su hubiera anotado un gol¾. ¡Lo hiciste!

Y lo hizo. Y grité mientras aplaudía de felicidad. Fue su esfuerzo, su tenacidad y el dejar de lado lo innecesario para concentrarse en lo que tanto había querido hacer: patinar.

Patinó todo el resto del tiempo y yo, poco a poco, distanciándome de ella y cuidándola con la mirada. Al final y antes de regresar a casa vimos un grupo de orugas monarcas. Aria se entusiasmó y me pidió acercarnos.

¾ Ahora deben cuidarse ¿No papi? Porque les van a salir alas y podrán irse a otros países.

Claro, hija. Ellas saben que hay muchos obstáculos y peligros. Ahora tienen patas cortas y cuerpos pesados, sin embargo, saben dónde estar, donde alimentarse y con quienes estar para poder crecer y desarrollarse. A pesar de todo, ellas siguen sin renunciar, sin distraerse… porque el destino de ellas es el cielo.

¾ Si, mi amor. Así es.

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