No cabe duda. Con Mi Gran Noche (2015), Álex de la Iglesia ha firmado su película más divertida en mucho tiempo. Partiendo del estilo tan característico al que el director bilbaíno nos tiene acostumbrados, su nuevo film se configura como un retrato gamberro de una sociedad alienada (en general) y del principal y más venenoso de sus causantes (en particular): el mundo de la televisión.
Su libreto, salpicado de textos excéntricos pronunciados por personajes aun más extravagantes (si cabe), sale airoso de lo que podría haberse torcido una vez más por las “manías” que De la Iglesia parece haber aquirido en sus últimas películas: algunos excesos visuales, ciertas carencias narrativas, determinados repartos que no terminaban de hacer justicia al guion y un ritmo frenético que el cineasta no siempre era capaz de domar.
Con esto, no se piensen que Mi Gran Noche es sosegada. El ritmoal que De la Iglesia nos ha (mal)acostumbrado está presente esta vez más que nunca, pero aquí, lejos de lo videoclipero, resulta estar bajo el buen manejo de un ventrílocuo bastante experimentado. Porque, al fin y al cabo, a eso se dedica Álex en su nueva película; las marionetas que conforman el conjunto de personajes principales son manipuladas al antojo de un niño malo al que no le importa desgastar la pintura de sus muñecos con tal de montar un buen espectáculo.
Salvaje y esperpéntica, Mi Gran Noche se conforma como una comedia coral que, en sus mejores momentos, trae a la mente las películas más ácidas de Berlanga; De la Iglesia, quien firma el guion junto a su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría, se da una vez más el gusto de disparar a todas partes sin mayor intención que disfrutar (y hacer disfrutar a los demás) del sonido de las balas. Y esta vez acierta en bastantes dianas.
En una frase: Una absoluto esperpento cuya ausencia de intenciones trascendentales le hace ganar más puntos.
Pelayo Sánchez.