Sí, petits, el último calvario: una cuenta de IG dedicada a los tíos buenos del metro de París. ¿Nos suicidamos ya? Bueno, ¿me dejáis que me suicide yo? Es que, en serio, yo no sé qué he hecho para merecer esto. Porque lo de la cuenta aquella de los padres buenorros en Disneyland ya fue un golpe bajo, pero es que en el metro de París he pasado más tiempo que en Disney (y ya es decir) Y HE VIVIDO ESO. “Eso” as in “entrar en el vagón y enamorarte perdidamente cinco o seis veces“. Qué maravilla viajar en metro en París. Si viviese allí no me habría sacado el carnet nunca porque PARA QUÉ, con lo mal que conducen los franceses y lo guapos que van todos a trabajar por las mañanas. ¡Que para ir a mi universidad tenía que coger la línea de los trajeados, por favo‘! Y olía bien. OLÍA BIEN. Porque las francesas igual no se lavan el pelo, pero los franceses… ¡Ay los franceses! Un pelazo… Y un estilazo… Qué savoir faire. Qué derroche de medios. Qué de babas se me están cayendo ahora mismo. ¿Cuándo habéis cogido el metro en Madrid y habéis pensado «qué bien huele»? NUUUNCA. Nuuuunca. En la vida, petits, porque no es verdad, porque no ha olido bien eso jamás.
La primera vez que cogí el metro después de volver de París fue este invierno (y casi la última, porque no vivo en el centro y aquí no hay metro ni hay nada. Ni siquiera hay un Llao-Llao o un Starbucks, por favor, esto es el tercer mundo). Manu, el Señor de las Gafas Amarillas vino a pasar unos días a la capital, porque es un famoso bloguero de moda, y me invitó a ver un musical con él, así que me puse monina y me fui para allá. Bueno, cuando cogí el metro para ir a Tirso de Molina, se me cayó el alma a los pies. Qué poco glamour coger el metro en este país, de verdad os lo digo. Yo ahí, agarrándome a la barra del techo apiñada detrás de unos señores catalanes y un heavy que te mueres, pensando «¿Qué habré hecho yo mal en esta vida para que este hombre no se haya duchado?» Y claro, no puedes evitar las comparaciones. Empecé a acordarme de las cosas que me habían ocurrido en el metro de la capital francesa y no sé ni por dónde empezar a contaros. Creo que en relación a tíos buenos (que ya que estamos con eso pues os lo cuento) en mi Top3 de momentos estelares en el tren allí, están haberme encontrado con Chace Crawford yendo a clase. O sea la que iba a clase era yo, no Chace. Y no Chace-Chace, sino el francesito aquel que “conocí” en Madrid antes de irme. Que mis amigas decían que se parecía mucho a él y POR DIOS, ¿no había más vagones en los que sentarnos cada uno como para haber elegido el mismo? Eso era el destino, claramente. Que luego acabó de aquella manera, pero curioso fue un rato (la
P. D.: Esta es de esas cosas que hacen que me vaya a comprar un billete a París en breves, y entonces podré montar yo mi propio Mecs Metro Paris.
P. D. 2: También es de esas cosas que ya os había contado en vídeo.
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