Me falta algo para no quererlo acabar.
Ves? No sé si me explico, no sé si alguna vez he sabido explicarme. Quiero dejar de intentar comprender para poder encontrarme en un estado en el que poder tomarme unas vacaciones de éso mismo. Desconectar del esfuerzo permanente por saber cuál es el sentido de todo lo que percibo. Y me cansa.
Me cansa no tener un día de sol, las ganas de salir a cualquier parte. Me cansa no poder decir abiertamente que es aquello que me falta. Aquello que, tal y como me falta no encuentro. Bien porque no existe, bien porque es imposible de encontrar.
Y espero, espero que, pase en algún momento. He visto demasiado como para saber que no va a ser así y que nunca lo será. Y decirme esto a mí misma también me duele, pues paso los días esperando que llegue la noche para tachar otro número al calendario.
Me gustaría cortar todas las ataduras que sujetan a mis pies, y nunca haber estado en aquel bar, ni en aquella butaca, ni haber dicho nada. Ojalá me hubiese estado callada.
Leí su carta y me recuerdo mucho a ella. Sin haberla conocido, sin saber exactamente de qué hablaba. Pero pido lo mismo que pedía. Aquello que me falta, de la misma forma poco clara que estoy utilizando ahora.
Porque no quiero que acabe, o quiero querer que no acabe.
Quizás lo que me pasa es que soy un poco más cobarde, un poco más joven, y por ende, algo más inexperta. Pero pido lo mismo que pedía ella, porque estoy viviendo lo mismo que vivía ella, de la misma forma que lo vivía ella.
Parece que, además de faltarme lo que necesito para no querer que acabe, también me falta valor.
Tengo pies, y estoy segura de que puedo tener alas. Y que estos pies y estas alas son unos pies y unas alas corrientes que no es que merezcan otros pies y otras alas mejores, pero si algo que no los haga querer salir huyendo buscando eso que les faltan.
Y a mí, lo que me falta es valor.