Comenzó casi sin darse cuenta a moldear dos bolas de nieve, que colocó una encima de otra como si de un cuerpo y una cabeza se tratase. Luego arrancó dos ramitas secas de un árbol cercano y las colocó en forma de brazos. El muñeco de nieve iba tomando forma pero aún no parecía real, así que Matías fue corriendo a su habitación y agarró una bufanda de colores, un gorro de lana, un par de botones para los ojos, un peine para la boca y una zanahoria para la nariz.
Cuando iba colocando cada detalle iba creciendo el anhelo de Matías de tener un amigo para jugar, por lo que al terminar se sorprendió de ver que su muñeco de nieve había cobrado vida y le sonreía.
Matías se sintió feliz y pensó que no podía haber recibido un mejor regalo esa Navidad. El niño comprendió que cuando algo se desea con suficiente fuerza, puede volverse realidad. Emocionado comenzó a buscar un nombre para su muñeco que no dejaba de lanzarle bolas de nieve y corretear por el jardín. Después de unos minutos le dijo, – “te llamaré Copo de Nieve, ¿te gusta?”. El muñeco asintió con otra sonrisa y siguió jugando con Matías que nunca más se sentiría solo.
Así pasaron los días y Matías se divertía jugando con su nuevo amigo, al que también venían a ver sus compañeros del colegio y otros niños del vecindario. Todos reían sin parar de las ocurrencias de Copo de Nieve, que disfrutaba haciendo felices a aquellos niños.
Cuando comenzó a despedirse la temporada invernal, los padres de Matías lo ayudaron a trasladarlo hasta un parque cercano que se encontraba en una zona que apenas se derretía en el verano. Allí esperaba el muñeco a que Matías y sus amigos lo visitaran, cosa que hacían de manera constante, sobre todo en la Navidad.