Esa misma mañana teníamos una cita con la Abadía de Westminster, una de las visitas obligatorias de la ciudad, aunque no tan visitada como debería debido a su elevado precio: 20 (22,5 €). Revisa el calendario de su web para ver los días que cierra por algún evento y también las diferentes tarifas: estudiantes, menores de 16 años, etc. Si sirve de consuelo el precio de la entrada también incluye un audioguía con una pequeña pantalla que muestra hasta imágenes, que la verdad se agradece para saber qué ves en cada momento. La verdad es que esta visita, aun siendo cara, merece la pena.
Para evitar las colas en la medida de lo posible madrugamos bastante. Ese día amaneció completamente soleado así que aprovechamos también para hacer unas fotos en el Big Ben y después nos plantamos en la Abadía a las 10 para ser de los primeros en entrar.
Este edificio de estilo gótico es el templo más antiguo de la ciudad con casi mil años de historia, pero numerosas transformaciones posteriores le han otorgado el aspecto que ahora conocemos. La última fue la construcción de las dos torres de la fachada principal en 1722. Nada más entrar ya pudimos contemplar la imponente arquitectura gótica de la nave principal que se eleva al cielo, transportándonos en el tiempo a la Edad Media.
El templo ha sido testigo de coronaciones como la de Guillermo el Conquistador, la actual Reina de Iglaterra Isabel II, o bodas reales como la del príncipe Guillermo de Gales y Kate Middleton. También se encuentran enterrados algunos reyes de Inglaterra y personajes como Charles Darwin o Isaac Newton. Pero sin duda, el mayor tesoro medieval que guarda es el Trono del Rey Eduardo, que se lleva usando para las coronaciones desde el siglo XI.
Poets Corner (El Rincón de los Poetas) es otro de los lugares de interés donde se encuentran los mausoleos de los grandes de la literatura como Charles Dickens, William Shakespeare, Geoffrey Chaucer, Samuel Johnson y Rudyard Kipling. Lo sé, a la mitad no los conozco. Aunque para mi la parte más bonita de toda la Abadía es la Capilla de Enrique VII, que podría haber sido perfectamente el comedor de Howarts con los estandartes de cada casa, aunque realmente son de la Orden del Baño. También me recordó mucho al colegio de magia y hechicería los claustros de la abadía. Caminar por allí y no llevar una toga negra con el escudo de Gryffindor se me hacía raro (lo digo así como si yo fuese alumna de toda la vida... xD).
Solo nos faltaba por ver ya para finalizar la Sala Capitular, junto con el claustro los únicos lugares donde estaba permitido hacer fotos. Era ya las doce del medio día y había tanta gente que resultaba casi imposible caminar. Asquerosamente agobiante, menos mal que ya habíamos terminado la visita tras nada menos que dos horas y nos fuimos. Pasamos por la tienda de souvenirs, como siempre mi madre picó algo (unas bolas para el árbol de Navidad muy bonitas, todo hay que decirlo) y de ahí a seguir viendo la ciudad.
Caminamos por toda la avenida Whitehall hasta Trafalgar Square, donde estuvimos un rato descansando, disfrutando de los artistas callejeros y su animado ambiente pero en este viaje no hubo tiempo para detenerse en museos. De ahí tomamos el metro hasta el Puente de la Torre y ya comenzó a ponerse el sol... ¡¿ya?! y ni siquiera habíamos comido aunque daba igual. Como era invierno y el sol se escondía pronto teníamos que aprovechar las horas de luz.
Hicimos un intento de cruzar aunque hacía un viento congelado que cortaba la cara, así que no aguantamos mucho tiempo ahí y pronto volvimos a tierra firme. Vimos la Torre de Londres desde fuera, hicimos unas fotos, me cagó un pájaro en el abrigo y entramos de nuevo en el metro para volver al centro y buscar un lugar donde comer que no fuese muy caro (difícil siendo Londres).
Nos ponemos en situación: el centro, la zona más comercial y animada de Londres, un sábado por la tarde pre-navideño. Si el día anterior casi no se podía andar por las calles cercanas a Harrods, imagina cómo estaba Covent Garden. Preciados en Navidad no tiene cojns** al lado de esto.
¿A caso podíamos salir de la parada de metro? tuvimos que andar y recorrer túneles subterráneos durante casi 15 minutos. Salir de allí era una odisea porque había tanta gente que se formaban atascos en las bocas del metro. Cuando conseguimos salir lo comprendimos todo y es que las colas ya se formaban a lo largo de la calle para conseguir acceder al metro. Era imposible caminar, había miles de personas. No era nada cómodo desde luego, pero curioso era un rato porque en la vida había visto nada parecido.
El último paseo lo dimos en Apple Market para ver su excesivamente animado ambiente. Pero tan lleno nos fue imposible movernos dentro y tuvimos que salir antes de quedarnos atrapados. Sin quererlo dimos con una pizzería asequible para nosotros así que no buscamos más. Cenamos allí en un auténtico ambiente italiano (si me conoces sabes lo que me encanta jajaja) y nos hicimos amigos de otro italiano que era socio del Barça y estaba viendo el partido Barça-Madrid en su móvil mientras cenaba con su chica y nos iba retransmitiendo.
Tras la comida-cena queríamos ir al puente a ver el London Eye y el Big Ben iluminado pero de camino encontramos una tienda de cosas viajeras y curiosas que nos encantó. Sep, esa tienda sería uno de los motivos por los que volvería a Londres, te lo prometo!
Fuimos a Starbucks al otro lado de Westminster a finalizar el día. Bueno, mejor dicho a hacer tiempo hasta que tuviésemos que recoger las maletas de la estación Victoria e irnos hacia el aeropuerto, que como siempre sale en la madrugada y toca hacer noche allí.