La historia se remonta a marzo del año pasado, cuando el dibujante alemán, que ha colaborado con The New Yorker, estaba a punto de llegar a los 10.000 seguidores en Twitter. Entonces, se le ocurrió una idea para agradecer a sus seguidores la confianza en su cuenta. Una idea que, aunque al principio parecía sencilla, se fue complicando: dibujar a aquellos que hicieran retweet. A las pocas horas de compartir la propuesta ya tenía más de 100 peticiones, así que se puso manos a la obra con los retratos. Durante el primer día (porque fueron varios de trabajo) dedicó más de 12 horas al proyecto y logró terminar 121 retratos, pero la cifra de gente que pedía uno no paraba de crecer.
En el segundo día de trabajo, empezó a preparar mejor los dibujos y a leerse la biografía de las personas que querían participar, para personalizar más sus muñecos. Cuando el post ya llevaba 3.000 retweets, se dio cuenta de que el propósito inicial por el que había iniciado la propuesta (que más gente se interesara por su trabajo) había quedado sumergido en cantidades ingentes de papeles con personajes de brazos delgados. Así que, como no había podido mostrar ninguno de sus otros trabajos y no podía invertir tiempo en trabajos remunerados mientras continuaba con las caricaturas, decidió inscribirse en Ko-fi, una web que permite a las personas “comprar cafés” a los usuarios para apoyar su arte. Este café no era otra cosa que una donación simbólica.
Cuando compartió esta iniciativa, la gente se volcó de la misma manera que con sus dibujos y no solo recibió recompensa económica sino también mensajes de ánimo y de agradecimiento.
Y así continuó varios días más, acumulando un total de 5.000 retweets: leer, dibujar, etiquetar, tuitear, repetir…
Chaz aprendió mucho de esta historia: no solo mejoró su técnica con la práctica sino que descubrió la amabilidad de aquellos que querían apoyarle en su trabajo. Para muchos, que alguien pidiera un retrato propio podría ser un reflejo del narcisismo de la gente en la red que solo piensa en sí misma; pero para Chaz significó descubrir una comunidad activa que valora el arte y el trabajo artístico más allá de bots, trolls y mensajes de odio.