Life


Dennis Stock fue un fotógrafo conocido, entre otras cosas, por inmortalizar al actor James Dean en Time Square. Esta fotografía pasó a formar parte de esas imágenes icónicas del siglo pasado, convirtiendo al joven actor en portada de la revista Life. La importancia de la inmortalización de ese momento describe con ironía a un personaje que falleció con tan sólo 24 años. Cercano a este arte se encuentra Anton Corbijn, director de Life y conocido fotógrafo de grandes nombres de la música.
Nos encontramos ante una película que narra la relación entre Dennis Stock y James Dean, interpretados por Robert Pattinson y Dane Dehaan respectivamente, en el último año de vida del actor norteamericano. Es interesante conocer la relación del director con la fotografía porque desde el guión comienza a decantarse por uno de los dos lados. Tenemos a Pattinson en la piel de un hombre con una forma de entender el mundo a través del trabajo, mientras la vida, la sinceridad y la indiferencia exterior se reúnen alrededor del emblemático actor. Dehaan es frío, pausado, es la fotografía. Pattinson es el revelado, exige tiempos y tiene unas necesidades. Ambos confluyen en una historia que pese a vivir la necesidad del personaje de Stock, se frena con la pasividad de Dean.

La película se convierte poco a poco en un homenaje al medio fotográfico, olvidándose por el camino de lo que tiene entre sus manos. La pericia del retrato se ve lastrada por el poco movimiento, en muchos sentidos, con el que avanza la película. Dehaan es el claro reconocimiento a la pausa que describe este largometraje, en el que se queda encallado y en ocasiones genera la frustración que el propio Pattinson siente en la piel de su personaje. Por un lado podríamos hablar de una realización acorde a aquello que busca, pero por momentos da la sensación de estar subexpuesta a la descripción visual, casi como una biografía contada en pequeñas imágenes fijas a las que luego se les ha dado un movimiento y se les ha generado unos diálogos.
Es en la parte estética donde gana enteros. La pausa del montaje y la forma en la que convergen tanto vestuario, arte y fotografía dotan a la historia de un atractivo visual y narrativo con interés. La tristeza y la melancolía rozan en ocasiones la búsqueda de la inmortalización del plano y aquello que lo contiene.
Tenemos por un lado una historia lenta, con personajes muy marcados pero que parecen ir a una deriva a la que está destinada una gran parte del público. Sus casi dos horas de duración se hacen aún más excesivas debido a la lucha entre formatos a la que parece que se lanza su director, convirtiendo la película en un homenaje a unos personajes por los que parece tenerles un interés nostálgico que no consigue mostrar del todo.
En una frase: Anton Corbijn realiza una película pensando en un formato más pequeño, más estático.
Víctor J. Alvarado

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