Ian Flemming publicó Casino Royale en 1953. Antes de eso había combatido en la Segunda Guerra Mundial tras formarse en prestigioso Eton College y licenciarse en la Real Academia Militar de Sandhurst. Por el camino disfrutó de estancias en varios países, un estilo de vida premium y todo el sexo que pudo tener. A grandes rasgos, una biografía muy similar a la de James Bond, versión idealizada de su propio autor y del mundo que habitó, un mundo que ya comenzaba a desaparecer cuando Sean Connery interpretó por primera vez al personaje. En 1962, 007 contra el Dr. No representaba la fantasía definitiva de un británico conservador. Mostraba una realidad alternativa en la que Inglaterra todavía decidía el destino del mundo como si, tras toda la sangre, sudor y lágrimas de la guerra, ese mundo no perteneciese a americanos y soviéticos a partes iguales. Además, en el centro de la acción, un hombre, El Hombre, un depredador sexual con pajarita en cuyo universo de ficción no se sentía amenazado por la inminente llegada de hippies melenudos, mujeres liberadas y rabiosa contracultura. James Bond campaba a sus anchas en aquella fantasía, simbolizando el imperialismo occidental que arrasaba todo lo que se interpusiera en su camino. La creación de Ian Flemming perpetuó durante los sesenta un modelo de sociedad y unos valores caducos, algo que derivaría en parodia bajo el rostro de Roger Moore y terminaría en un sinsentido con Timothy Dalton como protagonista.
Entonces llegó Pierce Brosnan. Era 1995 y Gran Bretaña quería ser cool otra vez. Hugh Grant era el rey de la comedia romántica, el Manchester United de Eric Cantona codiciaba la Champions League y el joven Tony Blair aspiraba a terminar con casi veinte años de conservadores en Downing Street. Si además las nuevas bandas resucitaban el espíritu del Swinging London, quizá era hora de revivir al mayor icono de aquella otra Inglaterra de los sesenta. El comandante Bond estaba listo para volver al servicio de Su Majestad. Brosnan llevaba preparándose para el reto desde los tiempos de la serie Remington Steele. Era sofisticado y encantador como Roger Moore pero con más punch. GoldenEye recuperó la esencia de la saga con algunas concesiones al presente: 007 se esforzaba por adaptarse al panorama de la posguerra fría y M, su superior, era ahora una mujer (Dame Judi Dench). Aquella M castradora era la personificación del nuevo mundo y constantemente reprendía a Bond por su actitud y su libertino estilo de vida. La sociedad decía: estamos en los noventa, James, ¡no puedes pasarte el día bebiendo y follando! Lo que empezó como una broma terminó en serio. Bond dejó de fumar, bebía menos y se limitaba a un par de chicas por película (una muy buena y otra muy mala). Pero entonces, ¿por qué resucitar al superagente? “Si ya saben cómo me pongo, ¿pa’ qué me invitan?” Para colmo, las producciones tampoco ayudaban: el lujo se sustituyó por apariencia, como bien ejemplifica el paso de Aston Martin a BMW. Las chicas Bond seguían ahí pero, con la excepción quizá de Halle Berry, ninguna llegaría a mito erótico (de hecho, Teri Hatcher pasó de El mañana nunca muere a ser un ama de casa desesperada). La falta de ambición y la corrección política convirtieron a Bond en un personaje genérico que ni siquiera poseía la comicidad de Roger Moore. Si Brosnan hubiese hecho otra película después de Muere otro día (2002), el personaje habría terminado casado con alguna aburrida secretaria y añadiendo Viagra® al listado de marcas patrocinadoras de la saga. Para colmo, en plena pitopausia de Bond, Jason Bourne relanzaba el género de los superespías a fuerza de hostias y adrenalina pura. Por suerte, si eres 007, solo se vive dos veces.
Con Matt Damon a un lado y Batman Begins a otro, en 2006 el público pedía héroes más oscuros y aventuras a otra escala. Casino Royale y sus sucesoras adoptaron un planteamiento post Christopher Nolan en el que casi todo lo que ocurre es el preludio del mayor evento jamás filmado. Además, se apostó por localizaciones impresionantes y un diseño de producción exquisito, con el regreso de Aston Martin y el continuo desfile de Tom Ford. De la etapa anterior solo se mantuvo a Judi Dench, lo que fue una decisión tan acertada como incoherente: la antigua jefa del veterano Bond-Brosnan se convertía sin explicación en la M de un agente que estrenaba su código 00 con licencia para matar. Y qué agente, ese nuevo protagonista con pinta de malo ruso hipertrofiado. Pero ¿este tío es el bueno o el malo? Exacto. Ahí está la clave. El Bond de Daniel Craig es un fascista, un asesino y un alcohólico. El propio actor lo ha definido como un misógino indeseable. En resumen, es el Bond de Sean Connery pero en un contexto nuevo donde los rancios valores de los sesenta se consideran políticamente incorrectos. Al contrario que la famosa cita de El Gatopardo, la saga necesitaba que todo volviese a ser igual para que todo cambiase. Recuperar esos valores retrógrados ha aportado al nuevo 007 una profundidad que nunca tuvo en sus más de cincuenta años de historia. Por primera vez, el actor interpreta a un personaje y no a un cliché, y es un personaje ambiguo, muchas veces despreciable, un perfil por cierto habitual en la ficción adulta contemporánea (sí, Los Soprano, Breaking Bad, Mad Men). La regañona Judi Dench sigue ahí, pero eso a Bond se la sopla. Va a seguir siendo un borracho y un fucker, aunque ahora sabemos que todo es culpa de la primera mujer que le rompió el corazón, la primera chica Bond verdaderamente relevante (Eva Green). Él le lamió las heridas y ella se lo pagó con una herida incurable. Por eso es un hijoputa.
Las nuevas películas, en definitiva, intentan ayudarnos a entender al animal en lugar de querer domesticarlo. La zoología de 007 culminó en Skyfall, donde se desvela (spoiler alert!) que todo había sido una inmensa precuela. Hemos vuelto a un M varón, a Miss Moneypenny y a la amenaza terrorista de S.P.E.C.T.R.E -ahora Spectre porque quizá suena poco serio el acrónimo del Ejecutivo Especial para Contraespionaje, Terrorismo, Venganza y Extorsión. El último James Bond ha ignorado medio siglo de historia para volver a ser quien realmente era. Ahora, ante el más que probable adiós de Craig y el consecuente inicio de una nueva etapa, Bond está listo para un nuevo ciclo de altibajos. Si una vez fue George Lazenby o Timothy Dalton está claro que en adelante puede ser negro, homosexual, mujer o cyborg. ¿Qué importa cuánto cambie? Al final alguien lo bastante listo traerá de vuelta al misógino indeseable, le pondrá un esmoquin impecable y el mito Bond resurgirá de sus cenizas.
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