EL RASTRO DE MADRID
I
Preside Eloy Gonzálo con su lata
su muy castiza Plaza de Cascorro...
Un chico bebe en un botijo a morro,
vende un gitano un prendedor de plata.
Una gavilla humana se desata
e inunda la Rivera, como un chorro.
Aquí se vende el quitasol y el gorro,
el broche de oro fino o de hojalata.
Humanidad, curiosa y bullanguera
que por cada rincón de la Rivera
quiere encontrar su ganga, como un astro...
Todos sueñan poder hallar un Goya
o encontrar camuflada alguna joya...
¡Es el hechizo típico del Rastro!
II
El Rastro tiene un ancho meridiano
donde exponen sus cuadros los pintores.
El Rastro tiene Santos Protectores
careciendo de un ojo o de una mano.
Vende el Rastro lo bueno y lo mediano,
llaves de vieja iglesia, arcos, tambores...
Si te engañan allí, no lo deplores;
nunca se pasa por el Rastro en vano.
Compiten el chalán y el comerciante
en "colocar su rollo" al visitante:
glosan gabán o piedra de mechero...
A empujones se va, Rivera abajo,
comprando campanillas sin badajo,
una silla, unas botas o un perchero.
III
Una Virgen, de cuerpo carcomido
es un prometedor renacimiento.
Don Nicanor toca el tambor al viento.
De un balcón sale aroma de cocido.
Un viejo disco lanza su alarido
cantando su terrible desaliento;
El Rastro mezcla todo el condimento;
el color, el sabor, lo indefinido...
Tiendas de antigüedades, misteriosas,
donde las más inusitadas cosas
se exhiben, pudorosas o insolentes...
El corsé de ballenas de la abuela,
el soplillo, la plancha, la cazuela
y un rosario de cuentas diferentes...
IV
Los grandes almacenes, viejo y nuevo
se ven avariciosos de su encanto;
parece que vender no importe tanto
y cada prenda espera su relevo.
Pero, estar en el Rastro, ya es un cebo
y, si es una belleza o un espanto,
hay quien, apenas sin preguntar: ¿cuánto?
dice con alegría: "¡ Me lo llevo!"...
Es una inagotable mercancía
que fluye, nuevamente, cada día,
con su atractivo y su color añejo...
El Rastro siempre saca de la manga
el alegre incentivo de una ganga
para el fiel buscador del trasto viejo.
V
Sentado, como un Buda, en su estera,
custodia un oriental su mercancía;
joyitas de oropel, policromía,
un pomo de cristal, una cartera...
Ocupan sus parcelas en la acera
obreros de diversa artesanía,
con abalorios, cromos, platería,
un perfume, un pañuelo, una pulsera...
Una bella canción remonta el ruido
en la voz de un cantante conocido
y cada pregonero acalla el grito...
Una nueva grabación ampurdanesa
la gran voz de Lluis Llach el aire besa,
cantándole a su pueblo pequeñito.
VI
El Rastro es el polícrono hormiguero,
tapete de ganchillo, castañuela,
la arrugada vejez de una ciruela,
la tersura de un rostro quinceañero.
El Rastro es el reloj que da primero
la campanada de su vieja escuela.
Por la afición al Rastro se nos cuela
un no se qué, chalán y trapacero.
Y, cuando el Rastro atrapa, como un vicio,
su despótica voz saca de quicio
al que presumió siempre de tacaño...
Será la voz del Rastro una sirena
que hará, en un día, derrochar sin penaç
lo que no se gastaba ni en un año.
VII
Con su aspecto perpetuo de almoneda,
cada tienda es bazar, alegre zoco,
el escondrijo, divertido y loco
de un anillo ducal o una moneda.
Es fleco de mantón, donde se enreda
el ayer, reunido poco a poco,
fragmento gris de capitel barroco
o laureada en su cojín de seda.
El Rastro... que recibe cada día
una hornada de historia que dormía
olvidada en su sótano o buhardilla...
El Rastro, que atractivo o displicente
seguirá siendo imán para la gente
ofreciendo un piano o una horquilla.
VIII
Anárquica, amarilla hemeroteca,
olvidados diarios antañones;
el bibliófilo husmea los rincones
los reatales de antigua biblioteca.
Un árabe, que viene de la Meca,
gesticula, ante un grupo de mirones.
En un escaparate, tres velones,
una cuna infantil y una muñeca.
Un armario de luna que aún refleja
la pesada agonía de la vieja
que su espejo miró, por largos días...
Porque el Rastro es así, de risotada,
de parecer que no ha pasado nada
y atesorar secretas agonías.
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