De nuevo vuelvo a leer a Stefan Zweig, esta vez dando forma a una de sus especialidades y, probablemente, el registro literario que le ha supuesto mejores críticas y fama universal: la biografía.
En este maravilloso libro se retratan tres de las figuras más emblemáticas de la filosofía en lengua alemana: Friedrich Hölderlin, poeta maldito que, tras pasar por el manicomio, acabó sus días bajo la tutela de un alma caritativa, olvidado de su tiempo y con su salud mental bajo mínimos; Heinrich Kleist, escritor, filósofo y poeta cuyo reconocimiento nunca le llegó en vida, motivo por el que acabó suicidándose y Friedrich Nietzsche, probablemente el filósofo más influyente en toda una generación de intelectuales, cuya obra ha supuesto una revolución, un punto de inflexión en la historia de la filosofía y la cultura europea y que acabó recluido en una institución mental a causa de trastornos nerviosos que los médicos fueron incapaces de diagnosticar.
Stefan Zweig encuentra en los tres personajes puntos de encuentro que les hace compartir esta trilogía biográfica: los tres tuvieron, según Zweig, una intensa lucha interior contra su propio demonio el cual, al tiempo que influía en su personalidad artística, consiguiendo exprimir sus sensibilidades para ejecutar algunas de las mayores obras maestras de la literatura universal, acababa con cualquier posibilidad de adaptación a sus mundos exteriores diluyendo sus egos y convirtiéndolos en cautivos de su propia pasión creativa, que se transforma, de esta forma, en un único objetivo vital: su obra.
"Llamaré demoníaca a esa inquietud innata (...) que arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental. (...) El demonio es ese fermento atormentador que empuja al ser hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta a la anulación de sí mismo."
La lectura:
Todo lo que escribe Stefan Zweig está tocado con una varita de genialidad, absolutamente todo. Parece mentira que un neófito en poesía o en filosofía, como yo, no haya podido evitar leerse prácticamente de un tirón un libro cuyo principal objetivo es hacer el retrato espiritual de tres poetas y filósofos. Porque, para un no conocedor de este genio creador, lo que podría amenazar en convertirse en una biografía clásica, a la vieja usanza, -con anécdotas divertidas, fechas, nombres, hechos de mayor o menor interés- Zweig, con su increíble facilidad para diseccionar almas, lo ha convertido en un viaje por el cerebro emocional de estos tres interesantísimos personajes. Evidentemente no ha elegido a cualquiera. El sabe perfectamente cuál es su objetivo. Curiosamente el propio Zweig puede considerarse poseído por su propio demonio interior, al cual consigue dominar durante toda su vida hasta que, en un final trágico, acaba suicidándose de la misma forma en que lo pensaron o hicieron sus propios retratos.
En cuanto al estilo narrativo Zweig es la sencillez hecha arte. Es un manual de erudición puesta al servicio de la claridad y de la empatía emocional. En cada uno de sus larguísimos párrafos puede percibirse un caudal de inteligencia narrativa que, lejos de obligar al lector a volver sobre sus pasos, -como ocurre con otros escritores que emplean este recurso literario y que acaban por convertir el texto en un tostón- le impide levantar la vista del texto por temor a dejar en el camino, aunque sea una sola de las vivas emociones que experimenta con la lectura. De verdad, nunca me había sentido tan intensamente lector como lo he sentido con este genial escritor.
No me extraña que, después de su suicidio, planeado cuidadosamente junto a su última mujer -tras acabar vencido por la seguridad de una creciente expansión del nazismo- un dolido André Maurois dijera sobre él estas bellas palabras:
"Muchos hombres de buen corazón deberían reflexionar sobre la responsabilidad de todos nosotros y sobre la vergüenza existente, en una civilización, que ha creado un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir."
Opinión:
Stefan Zweig escribió múltiples cartas a sus seres más queridos antes de suicidarse: las más conocidas son las dedicadas al país que le vió morir Brasil, y la otra la dirigida a su primera esposa Friderike.
"Querida Friderike,
cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.
A ello se suma la triste certeza (la única que tenemos) de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar... También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.
Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.
Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.
Con mi amor y amistad,
Stefan"
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