La complejidad, el misterio y la naturaleza combinada del mal han llevado a algunos pensadores a creer que hay que encontrar un lugar para el demonio incluso en el pensamiento moderno. El islam, que acepta el judaísmo y el cristianismo como inspirados por Dios, extrae su concepto del demonio de las mismas fuentes. Se menciona a Iblis, el demonio, en el Corán, donde es el único ángel que se niega a inclinarse ante Adán. Por lo tanto, Alá le maldice pero le deja libre para tentar al incauto, como así hace en el relato coránico del Jardín del Edén.
En las Escrituras y en la teología Católica esta palabra ha llegado a significar casi lo mismo que diablo y denota a uno de los espíritus malignos o ángeles caídos. Y de hecho, en algunos lugares del Nuevo Testamento donde la Vulgata, en acuerdo con el griego, tiene daemonium, nuestras versiones leen diablo. La distinción precisa entre los dos términos en el uso eclesial puede ser vista en la frase usada en el decreto de el Cuarto Concilio Luterano: "Diabolus enim et alii daemones" (El diablo y los otros demonios), todos son demonios, y el jefe de los demonios es llamado el diablo.
Esta distinción es observada en el Nuevo Testamento de la Vulgata, donde diabolus representa al Griego diabolos, y en casi todas las instancias se refiere a Satán mismo, mientras que sus ángeles subordinados son descritos en concordancia con el Griego, como daemones o daemonia.
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