Historia
El término se utilizó en la traducción griega de la Biblia, la Septuaginta, no para referirse a los seres humanos sino más bien como traducción del ha-satan hebreo (’el satán’), una expresión utilizada al principio como título de un miembro de la corte divina que actuaba de espía errante de Dios recogiendo información de los humanos en sus viajes por la Tierra. Como algunos aspectos de esta figura divina tal vez se formaron de la experiencia con los servicios secretos reales del antiguo Oriente Próximo, no es de sorprender que Satán también fuera visto como un personaje que intentara provocar la sedición punible allí donde no hubiera ninguna, actuando así como un adversario de los seres humanos para separarlos de Dios. En toda especulación en torno a Satán, el mayor problema que se presenta es el del origen y la naturaleza del mal.
Otras consideraciones
En la tradición judía, y por ende en el primer pensamiento cristiano, el título se convirtió en un nombre propio. Satán empieza a ser considerado como un adversario, no sólo de los seres humanos sino también e incluso sobre todo de Dios. Esta evolución es probablemente el resultado de la influencia de la filosofía dualista persa con sus opuestos poderes del bien (Ormuz) y del mal (Ahriman). Pero tanto en el modelo judío como en el cristiano, el dualismo siempre es provisional o temporal, y el demonio en última instancia está sometido a Dios. En los escritos de la secta de Qumran recogidos en los Manuscritos del Mar Muerto, el demonio aparece como Belial, el Espíritu de la Maldad.
En algunas tendencias del pensamiento rabínico, Satán está ligado al "impulso del mal" que, de alguna manera, resulta así personificado. Esta personificación es una variante judía de la suposición antigua y generalizada de que los seres humanos pueden estar sometidos a fuerzas malévolas distintas a sus conciencias. Así, tanto en el judaísmo como en el cristianismo se cree que los seres humanos pueden estar "poseídos" por el demonio o por sus servidores, los diablos.
La esencia de las enseñanzas cristianas sobre el demonio es, tal vez, que Jesucristo rompió el poder que tanto él como sus diablos tenían sobre toda la humanidad (la "posesión" de algunos es un síntoma del dominio general sobre todos) y que en la crucifixión el demonio y sus secuaces, explotando lo peor de ellos mismos, fueron, por paradójico que resulte, llevados a su última derrota.
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