La Gran Armada (The Spanish Armada en su título original, Planeta 2011), constituye una aportación importante al controvertido tema de la llamada “Armada Invencible”, como se le conoce popularmente, sin duda, uno de los capítulo más apasionantes de la Historia de España. Es de agradecer que los autores, Colin Martin y Geoffrey Parker no utilicen este último término inventado en Inglaterra como burla al fracaso de Felipe II, aunque es necesario decir que fue fruto también de la liberación emocional tras superar meses de tremenda angustia ante lo que parecía iba a ser un inevitable aplastamiento del poder Tudor por la imparable máquina de guerra española.
Colin Martin no es historiador, sino un arqueólogo submarino, y su trabajo es muy interesante porque se apoya en los restos materiales extraídos de los pecios irlandeses procedentes de los barcos perdidos por la Armada en su viaje de regreso, bordeando las islas británicas. Las conclusiones que extrae de lo encontrado en ellos le permiten dar una serie de razones plausibles que explican el triunfo inglés a la hora de evitar la invasión de los Tercios de Flandes y la más que probable derrota de su reina Isabel. Su tesis principal consiste en afirmar la superior eficacia de la artillería naval británica frente a la española, que adolecía de graves defectos.
Paradójicamente, nos cuentan Martin & Parker, el inicio del camino para lograr ser los mejores en la guerra naval, provino del propio Felipe II, máximo responsable de la ahora enemiga Spanish Armada: sucedió tres décadas antes, cuando Felipe era el joven rey consorte de la reina María y por tanto tenía a Inglaterra como un importante aliado contra su principal amenaza que era Francia. Felipe advirtió a sus nuevos súbditos, de lo poco útil que era tener los barcos de guerra en Londres ante un posible ataque enemigo y propuso su traslado a Plymouth, mucho más eficaz desde el punto de vista estratégico ante un ataque por mar al corazón de Inglaterra. También impulsó la construcción de nuevos navíos y uno de ellos, al que bautizaron Felipe y María, participó en las luchas contra la futura Armada Invencible, aunque con su nombre cambiado.
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Volviendo al tema de la artillería, el libro nos describe cómo los ingleses habían progresado más que nadie en la adaptación de los cañones a los barcos, en concreto alargando el diseño de la cubierta, haciéndola más estilizada para permitir una mayor colocación de piezas y, lo que fue más decisivo, la construcción de cureñas de cuatro ruedas pequeñas que facilitaba mover la pieza de artillería y recargarla de una forma mucho más rápida y con considerable menos esfuerzo de los servidores del cañón.
Los barcos españoles utilizaban aún cureñas propias de cañones en tierra y, lo que fue más grave, con piezas demasiado largas y en ocasiones mal fabricadas, munición dispar y de calibre equivocado, que dificultaron fatalmente el trabajo de los artilleros de la Armada. Aquí influyó la diferente concepción de lo que debe ser una batalla entre navíos de los ingleses y los españoles. Para los españoles la artillería era un mero instrumento de preparación del abordaje, punto clave de la victoria en todo enfrentamiento en la mar. Los españoles contaban en sus barcos con marinos para gobernar la nave y con compañías de soldados para la lucha cuerpo a cuerpo tras el abordaje que decidía la victoria. Por el contrario, los ingleses, sabedores de su inferioridad militar, evitaban el abordaje, en el que no tenían posibilidad de vencer, y plantearon las batallas en el mar con barcos muy rápidos, muy manejables y de gran capacidad artillera, sobre todo en la rapidez a la hora de recargar y disparar de nuevo. No hay duda de que, aparte de otros factores, éste fue decisivo.
Los autores defienden la labor del Marqués de Medina Sidonia como almirante de la empresa frente a la tradicional visión de considerarle una de las principales razones de la derrota por su total falta de preparación y experiencia en el mar. Para ellos no fue decisiva la muerte inesperada del Marqués de Santa Cruz a quién había confiado el Rey castellano la dirección de la Armada y cuyo prestigio como mejor marino de guerra de su época estaba sobradamente demostrado. Santa Cruz no estaba nada convencido del plan finalmente diseñado por su monarca y se demoraba en exceso en la preparación de la flota amarrada en Lisboa.
Felipe había pedido un diseño del plan de invasión de Inglaterra tanto a Álvaro de Bazán como al Duque de Parma, jefe de los tercios sitos en Flandes. Bazán era partidario de embarcar el ejército de invasión en Lisboa y acudir directamente a desembarcarlo en Inglaterra. Por su parte Alejandro Farnesio proponía que la flota comandada por Santa Cruz le sirviese de cobertura para asegurar el transporte de sus tercios en barcazas desde Flandes a Inglaterra.
Al final, Felipe II se decidió por una combinación de las dos propuestas que consistía en que la Armada se dirigiese directamente a Flandes, contactase con Parma y le protegiese en el traslado del ejército de invasión a la Isla. Este plan no convencía al Marqués de Santa Cruz y mostraba su poca fe en él retrasando la preparación de la flota. Tras su muerte, Felipe II designa a Medina Sidonia como sustituto de Álvaro de Bazán y, según los autores, rápidamente se notaron sus dotes de buen organizador teniendo la Armada dispuesta y bien preparada para su partida en un tiempo muy breve.
Aunque los autores no lo hacen, tenemos que preguntarnos qué decisiones hubiera tomado Santa Cruz en dos momentos esenciales de la expedición: El encuentro de la flota inglesa amarrada en Plymouth al arribar al Canal de la Mancha y la negativa de Medina Sidonia a bloquearla y destruirla allí mismo tal como le proponía Recalde, uno de sus principales colaboradores.
La negativa se basó en seguir fielmente el plan trazado por el monarca castellano de evitar el encuentro con los ingleses y acudir directamente a contactar con Parma, y el ataque de Drake con brulotes a la futura Armada Invencible cuando se encontraba refugiada en Calais esperando noticias de Farnesio, que provocó el pánico en Medina Sidonia y el caos y desorden en su flota.
El libro destaca la debilidad del proyecto de Felipe de contactar con Parma, haciendo notar lo difíciles y lentas que eran las comunicaciones en el siglo XVI entre una Armada en el agua en constante movimiento y un ejército en tierra. Es evidente que en esto el plan tenía un peligroso talón de Aquiles, sumado a la falta de puertos leales en el canal para entablar contacto con Parma y los peligrosos bajíos de la costa holandesa.
El último capítulo del libro, Si la Armada hubiese desembarcado, no tiene en principio interés para la historia, pero sí que resulta una lectura atractiva pues nos acerca a lo que debieron sentir en el bando inglés ante el ataque español, que una vez en tierra hubiera acabado con ellos de una forma relativamente fácil. En resumen, La Gran Armada no es un relato dinámico y apasionante de las distintas fases de lo que supuso la lucha entre la Gran Armada y la marina británica en el verano de 1588, sino más bien un estudio serio de las bases materiales del conflicto que trata de buscar una explicación a la derrota española y del éxito inglés al hacer fracasar el intento de invasión, lo cual tiene un evidente interés.
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Rafael Saiz Alonso
Rafael Saiz Alonso, nacido en Vigo. Licenciado en Historia Moderna y en Archivística, Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Santiago de Compostela. Licenciado en Historia de América por la Universidad de Valladolid. Ha trabajado durante dos años como Bibliotecario del Museo de Pontevedra. Ha sido profesor de Historia en la Enseñanza Media durante un buen número de años.